lunes, 17 de diciembre de 2007
¡Vivo!
Sí, amigos, sigo por acá... Todas las páginas de la última edición del Diccionario Larousse de Disculpas se hacen insuficientes para la perdida que me he echado de este espacio, lo sé... y siguiendo sabios consejos dejados por ahí, manifiesto por esta vía que no estoy con Ingrid Betancourt o los ganaderos venezolanos...
Todos (al menos los lectores venezolanos, pues) saben que estos han sido días bastante movidos, y que álgidas circunstancias políticas mantuvieron crispados los ánimos de incluso el más tranquilo (aclaro, empero, que no soy tampoco activista universitario o miembro de algún comando eleccionario); en lo particular, esa ha sido una la más poderosa de las razones para que no me haya quedado gana alguna de hilar acá palabras ficcionadas en tono lúbrico. De hecho, tampoco en mis otros blogs ―los más serios, ja ja ja― ha habido mucho movimiento...
No sé, en fin, con cuánta fuerza pueda ese párrafo anterior hacer las veces de excusa... Se sabe que, como los ombligos, todo el mundo tiene una. Pero visto que todo se puede dejar atrás ahora, y que los fríos decembrinos (con sus cálidos aliados: caña, rumba y comida) ayudan a pasar páginas y ver las cosas con otros ojos, procuraré desde este momento soltar nuevamente los dedos y la inspiración para, junto a entretenidos recuerdos y deseables nuevas aventurillas por ahí, volver a darle a Detexto el ritmo y la calidad que merecen unos cuantos fieles lectores por allí.
Quiero agradecer a todos ellos la paciencia de esperar (además del denodado esfuerzo de azuzarme vía comentarios)... Pronto pondré punto final al post que languidecía allá en Borradores, y con la alegría que ―muy a pesar de mi natural carácter― se pega en estas fechas... ¡tal vez consiga añadir la gasolina necesaria a ese poco de cuentos que flotan sin forma en mi cochambrosa cabeza..!
domingo, 28 de octubre de 2007
Buceo/boxeo
El Metro avanza a un ritmo acorde con el sopor del viciado aire "acondicionado", respirado por el gentío de las cuatro de la tarde. Alterno la vista entre la novela que leo y las caras de quienes salen o entran al vagón. Tres minutos aquí, veinte segundos allá. Sólo en caso de que aparezca algún colirio que haga el trayecto a La California más llevable.
¡Ping! Primer round.
¡Ping! Fin del primero. Estoy fresco, no me vio luz. Puntos para mi.
¡Ping! Segundo.
Unos vellos decolorados suben por sus brazos, elevados hasta el tubo donde se sostiene. Un atisbo de su axila...mmm. Corte de pelo al rape, malandro. Casi puedo tocarlo; casi puedo oler su piel, fresca combinación de perfume y olor a hombre. "Flaco llanero" —ya le puse nombre— usa su nueva posición en el vagón para explorar, vía reflejo en la ventana, su entorno: recorre las caras, se mira un poco arreglándose el pelo, sigue divagando: su mirada se cruza un segundo con la mía.La pelea se pone interesante. El retador presenta pelea. No quito la mirada: que se entere.
La ropa deja ver sin dificultad la silueta de su cuerpo: aunque delgado, se nota fuerte y fibroso. Apoya todo su peso alternativamente en una pierna u otra, lo que dibuja más sus formas, especialmente en la cadera. El cierre de su pantalón también crea pliegues que dan espacio para imaginar y...
¡Ping! Fin del segundo. ¡Ya lo tienes, no lo sueltes! Saboreo el contacto, las fintas. Huelo el sudor del combate.
La gente va y viene con cada estación. Pocos conversan, la mayoría adopta la pose metro-zombie: mirada fija y desenfocada. Creo que nadie nota que sólo yo tengo la vista perfectamente enfocada y en uso...
¡Ping! Va a comenzar el tercer round. Confiado, sigo mirando, poseyendo: ya casi dueño de toda la esencia de Flaco llanero. Me doy el lujo de ignorar señales de defensa: no está mirando al frente, me mira directo a la cara. Mis ojos recorren sin cuidado su espalda, la curva donde termina, su culo. Creyéndome dueño del ataque, me agarra sin problemas:
—¿Qué vaina es? ¿Tú me estás buceando, o qué te pasa, pana?
¡Derechazo fulminante! el golpe salió de la nada a mi quijada; veo luces bailando a mi alrededor. Aturdido, sacudo la cabeza para presentar la defensa. El público atento a mi reacción, hay silencio alrededor...
Está confundido, al menos por un par de segundos. Aprovecho para recomponerme. Vuelvo a los movimientos. Asomo una leve cara de confianza. De pana que no ve desde hace tiempo, de reencuentro.
—Ah, bueno, sí... pero ya no chambeo allá: sacaron a un poco 'e gente... Ya va, yo como que sí me acuerdo, ¿tú no eras el chamo que me dijo lo de...
La pelea no acaba aún. Seguimos dándonos vueltas. Un golpe aquí, uno allá...
—Disculpa el peo, pana, pero tú sabes... uno es un varón... yo pensé que estabas, tú sabes, en una de buceo, de pargo y tal... Tú no ibas a estar en eso, ¿no?
¡La pelea es mía! Mi ágil movimiento de piernas lo desconcentra. Los golpes ganan una pelea, pero evitarlos también sirve. No me ve. Juego, bailo. Gano confianza. Y así, de repente, bajo la defensa...
—No, no, yo no buceo machos... ¡Bueno! Sólo si está bueno, como tú...
¡Ka-pow! Me cuentan que fue nocáut. Yo ni me enteré, porque estaba de paseo entre planetas, luego de que un camión sin frenos o algo de su tamaño chocó a 300 Km/h contra mi cara, que llegó al piso unos segundos primero que mi cuerpo, como a dos metros más allá del ring.
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jueves, 18 de octubre de 2007
Cuestión de puntos de vista...
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martes, 25 de septiembre de 2007
Pero relájate, disfrútalo... (Franela V)
El palo de agua del sábado pasado nos agarró a miMa y a mi cerca de casa, frente a un centro comercial, de modo que para no subir a ver llover desde la ventana, luego de tomarnos un café nos paramos en la entrada de las tiendas un rato. Desde allí podíamos ver a la gente corriendo para guarecerse.
Y también podía verse a Franela, cuyo puesto queda casi frente al centro comercial.
¿Hace cuánto que no lo veía? ¿Dos meses, tres? Mucho más si contaba desde cuándo no teníamos... contacto. O sea: desde cuándo no subía a la casa a tirar. Lo cual debe haber ocurrido unas diez, doce veces, calculo yo. ¿Y siempre igual, siempre lo mismo? No precisamente.
Algunas veces estábamos miMa y yo, otras —creo que las más— yo solo; algunas veces subía apurado y serio, se dejaba mamar y chao, otras se mostraba echador de vaina y se acostaba como quien no quiere irse. Casi siempre, a partir de la segunda o tercera vez, quiso ir más allá: empezó a pedir culito. Y algunas veces lo obtuvo (ya habré de contar también esas ocasiones, claro)... Y finalmente, su participación física en el acto se limitaba a su verga erecta, y otras veces yo intentaba ir más allá. Y algunas pequeñas victorias tuve...
* * *
El primer atrevimiento fue, como casi todos, robado (no, no fue un beso, nunca lo he intentado). Ya Franela había agarrado la confianza suficiente para desnudarse y acostarse en la cama a recibir su mamada, de modo que cuando sintió la lengua en el pecho no puso mayor objeción. Al parecer ya no le molestaba como la primera vez, cuando se cubrió el pecho luego de unos tímidos intentos de miMa.
Le mordisqueé un poco ambas tetillas por un rato, y luego me arrodillé al lado de su cadera para tener mejor acceso a su miembro. Comencé a acariciarle la punta con la lengua. "Uff, tú si lo mamas sabroso, vale," decía, y yo le apretaba el falo erecto y brillante, descubriendo su cabeza, y él elevaba la cintura para tratar de metérmelo en la boca, abriendo levemente las piernas apoyado en los talones. Fue cuando chupé sus testículos, aprovechando que él se pajeaba un poco... y bajé mi lengua hasta su perineo. Tres lamidas rápidas y empujé la punta de la lengua hacia abajo, donde se encontró con su ano escondido entre una oscura mata de pelos. Lo saboreé por un par de segundos y...
—¿¡Epa, qué pasa, pana!?, abrió los ojos sorprendido y juntó rápidamente los muslos. "Esa vaina no me gusta..." Un tono sutil de molestia en su voz, que anulé haciéndome el paisa: bueno, como abriste las piernas... "No, pero qué pasa, no..." Lo tranquilicé agarrando nuevamente su verga. Tranquilo... Le subí el prepucio totalmente y luego introduje la punta de la lengua entre él y el glande: volvió a gemir de placer... tranquilo; ¡ya puedes abrir las piernas! Se distendió de nuevo un poco, con una risa leve pero aún susurrando las reglas de nuevo con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados: "Dale al güevo, a mí me gusta es que me mames el güevo... las bolas no..."
* * *
Conque su culo estaba vedado. Bueno, yo lo suponía, pero tenía que intentarlo. Y de todas manera podía acariciar casi cualquier parte de su cuerpo flaco, moreno y fibroso, mientras estaba allí echado. Siempre boca arriba, por supuesto...
O contra la pared, en caso de estar de pie. Así fue cuando en otra oportunidad que subió logré meterlo en la ducha conmigo.
* * *
Ni siquiera le pregunté si quería hacerlo. Cuando se empezó a desnudar y se dirigía a la cama —se pegó de mis nalgas, bombeándome agarrado de mi cintura al agacharme a sacarme los zapatos: estaba excitado por encima de lo normal— lo halé por el brazo y le dije Vente, vamos. "¿Qué v...?" pero me siguió al baño. Abrí la ducha y entendió; entró detrás de mi sin quejarse. De inmediato se pegó de la pared: "No me mojes el pelo, que se van a mosquear los panas..."
Así que fuera de su culo y su cabeza, todo lo demás estaba a mi disposición. Tomé el jabón y comencé a masajear su pecho, y luego la espalda en un amago de abrazo suelto que disimulé agarrando su verga y poniéndomela entre las piernas. Se movió simulando la penetración mientras yo recorría el resto de su cuerpo con las manos. Mantenía su cara girada a un lado, para descartar cualquier atisbo de intimidad que no fuera la de los dos cuerpos ansiosos de sexo.
"Voltéate," me dijo, y yo le di la espalda tomando sus dos manos con las mías; puso un poco de resistencia hasta que se dio cuenta de que las dirigía hacia mi pecho. Entonces tomó con cada mano una tetilla y siguió apretando y acariciando —otro progreso, pensé—, su abdomen pegado a mi baja espalda y la verga abriéndose camino entre mis nalgas. Bajé una mano para guiarlo y sentir su movimiento y calor por debajo de mi, la cabeza dura y húmeda debatiéndose entre la raja de mi culo y mi palma.
Probé entonces el terreno nuevamente. Me coloqué de frente a él, y tomando su mano para ponerla entre mis nalgas y distraerlo, alineé mi verga erecta a la suya y en un doble agarre de mi mano comencé a masturbarnos juntos. No se inmutó. Sus dedos hurgaban mi ano, intentando ir más y más adentro —metió un dedo, luego dos— y yo sentía su pene endurecerse junto al mío, que era la primera vez que él tocaba de alguna forma. Apuré el movimiento pensando hacerlo acabar contra mi pubis (y yo bañarlo de mi leche al mismo tiempo), pero él dejó colar otra idea:
—Agáchate pa' mamarte el culo.
¡Otra primera vez! Me incliné un poco dándole de nuevo la espalda. Antes de agacharse me apretó contra sí por la cintura y, ya puestos a intentarlo, seguí transgrediendo: lo obligué a bajar su mano por mi entrepierna. Hizo un gesto de fastidio y emitió un gruñido de advertencia (una especie de ¿no te dije que no me gusta? gutural) pero sucedió: apretó levemente mi miembro, como quien sopesa una fruta para decidir si la compra, y me pajeó como por cinco segundos. Luego me soltó como si nada y a lo suyo: se agachó tras de mí y hundió la lengua en mi esfínter, separándome las nalgas con las manos. El agua nos corría por encima y yo continué la paja que él había iniciado. Unos minutos después acabé con el rico masaje que me daba por detrás, y ya recuperado, me volví para corresponderle. Seguí de rodillas chupando su verga que ya estaba a reventar por la cantidad de nuevos estímulos que había recibido sin haberlo previsto. Un gemido y me aparté para ver correr el semen contra mi cara, pecho, abdomen.
* * *
Estoy seguro de que Franela no contaría, ni en la más etílica de las confesiones entre sus panas, los progresos que estaba haciendo conmigo en cuanto a su participación en el sexo con otro hombre; al parecer, empezaba a ver que ser sólo felado era perderse gran parte de la diversión. ¿Pero hasta dónde podía transgredir sin hacerle sentir que estaba poniendo en tela de juicio su hombría? Cuestión de unos pocos encuentros más...
Y también podía verse a Franela, cuyo puesto queda casi frente al centro comercial.
¿Hace cuánto que no lo veía? ¿Dos meses, tres? Mucho más si contaba desde cuándo no teníamos... contacto. O sea: desde cuándo no subía a la casa a tirar. Lo cual debe haber ocurrido unas diez, doce veces, calculo yo. ¿Y siempre igual, siempre lo mismo? No precisamente.
Algunas veces estábamos miMa y yo, otras —creo que las más— yo solo; algunas veces subía apurado y serio, se dejaba mamar y chao, otras se mostraba echador de vaina y se acostaba como quien no quiere irse. Casi siempre, a partir de la segunda o tercera vez, quiso ir más allá: empezó a pedir culito. Y algunas veces lo obtuvo (ya habré de contar también esas ocasiones, claro)... Y finalmente, su participación física en el acto se limitaba a su verga erecta, y otras veces yo intentaba ir más allá. Y algunas pequeñas victorias tuve...
* * *
El primer atrevimiento fue, como casi todos, robado (no, no fue un beso, nunca lo he intentado). Ya Franela había agarrado la confianza suficiente para desnudarse y acostarse en la cama a recibir su mamada, de modo que cuando sintió la lengua en el pecho no puso mayor objeción. Al parecer ya no le molestaba como la primera vez, cuando se cubrió el pecho luego de unos tímidos intentos de miMa.
Le mordisqueé un poco ambas tetillas por un rato, y luego me arrodillé al lado de su cadera para tener mejor acceso a su miembro. Comencé a acariciarle la punta con la lengua. "Uff, tú si lo mamas sabroso, vale," decía, y yo le apretaba el falo erecto y brillante, descubriendo su cabeza, y él elevaba la cintura para tratar de metérmelo en la boca, abriendo levemente las piernas apoyado en los talones. Fue cuando chupé sus testículos, aprovechando que él se pajeaba un poco... y bajé mi lengua hasta su perineo. Tres lamidas rápidas y empujé la punta de la lengua hacia abajo, donde se encontró con su ano escondido entre una oscura mata de pelos. Lo saboreé por un par de segundos y...
—¿¡Epa, qué pasa, pana!?, abrió los ojos sorprendido y juntó rápidamente los muslos. "Esa vaina no me gusta..." Un tono sutil de molestia en su voz, que anulé haciéndome el paisa: bueno, como abriste las piernas... "No, pero qué pasa, no..." Lo tranquilicé agarrando nuevamente su verga. Tranquilo... Le subí el prepucio totalmente y luego introduje la punta de la lengua entre él y el glande: volvió a gemir de placer... tranquilo; ¡ya puedes abrir las piernas! Se distendió de nuevo un poco, con una risa leve pero aún susurrando las reglas de nuevo con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados: "Dale al güevo, a mí me gusta es que me mames el güevo... las bolas no..."
* * *
Conque su culo estaba vedado. Bueno, yo lo suponía, pero tenía que intentarlo. Y de todas manera podía acariciar casi cualquier parte de su cuerpo flaco, moreno y fibroso, mientras estaba allí echado. Siempre boca arriba, por supuesto...
O contra la pared, en caso de estar de pie. Así fue cuando en otra oportunidad que subió logré meterlo en la ducha conmigo.
* * *
Ni siquiera le pregunté si quería hacerlo. Cuando se empezó a desnudar y se dirigía a la cama —se pegó de mis nalgas, bombeándome agarrado de mi cintura al agacharme a sacarme los zapatos: estaba excitado por encima de lo normal— lo halé por el brazo y le dije Vente, vamos. "¿Qué v...?" pero me siguió al baño. Abrí la ducha y entendió; entró detrás de mi sin quejarse. De inmediato se pegó de la pared: "No me mojes el pelo, que se van a mosquear los panas..."
Así que fuera de su culo y su cabeza, todo lo demás estaba a mi disposición. Tomé el jabón y comencé a masajear su pecho, y luego la espalda en un amago de abrazo suelto que disimulé agarrando su verga y poniéndomela entre las piernas. Se movió simulando la penetración mientras yo recorría el resto de su cuerpo con las manos. Mantenía su cara girada a un lado, para descartar cualquier atisbo de intimidad que no fuera la de los dos cuerpos ansiosos de sexo.
"Voltéate," me dijo, y yo le di la espalda tomando sus dos manos con las mías; puso un poco de resistencia hasta que se dio cuenta de que las dirigía hacia mi pecho. Entonces tomó con cada mano una tetilla y siguió apretando y acariciando —otro progreso, pensé—, su abdomen pegado a mi baja espalda y la verga abriéndose camino entre mis nalgas. Bajé una mano para guiarlo y sentir su movimiento y calor por debajo de mi, la cabeza dura y húmeda debatiéndose entre la raja de mi culo y mi palma.
Probé entonces el terreno nuevamente. Me coloqué de frente a él, y tomando su mano para ponerla entre mis nalgas y distraerlo, alineé mi verga erecta a la suya y en un doble agarre de mi mano comencé a masturbarnos juntos. No se inmutó. Sus dedos hurgaban mi ano, intentando ir más y más adentro —metió un dedo, luego dos— y yo sentía su pene endurecerse junto al mío, que era la primera vez que él tocaba de alguna forma. Apuré el movimiento pensando hacerlo acabar contra mi pubis (y yo bañarlo de mi leche al mismo tiempo), pero él dejó colar otra idea:
—Agáchate pa' mamarte el culo.
¡Otra primera vez! Me incliné un poco dándole de nuevo la espalda. Antes de agacharse me apretó contra sí por la cintura y, ya puestos a intentarlo, seguí transgrediendo: lo obligué a bajar su mano por mi entrepierna. Hizo un gesto de fastidio y emitió un gruñido de advertencia (una especie de ¿no te dije que no me gusta? gutural) pero sucedió: apretó levemente mi miembro, como quien sopesa una fruta para decidir si la compra, y me pajeó como por cinco segundos. Luego me soltó como si nada y a lo suyo: se agachó tras de mí y hundió la lengua en mi esfínter, separándome las nalgas con las manos. El agua nos corría por encima y yo continué la paja que él había iniciado. Unos minutos después acabé con el rico masaje que me daba por detrás, y ya recuperado, me volví para corresponderle. Seguí de rodillas chupando su verga que ya estaba a reventar por la cantidad de nuevos estímulos que había recibido sin haberlo previsto. Un gemido y me aparté para ver correr el semen contra mi cara, pecho, abdomen.
* * *
Estoy seguro de que Franela no contaría, ni en la más etílica de las confesiones entre sus panas, los progresos que estaba haciendo conmigo en cuanto a su participación en el sexo con otro hombre; al parecer, empezaba a ver que ser sólo felado era perderse gran parte de la diversión. ¿Pero hasta dónde podía transgredir sin hacerle sentir que estaba poniendo en tela de juicio su hombría? Cuestión de unos pocos encuentros más...
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viernes, 7 de septiembre de 2007
DD lo hizo...
Uno de los mitos que sostenía mi concepto del Mundo ha caído. Una de las columnas del templo de mis creencias se ha derrumbado.
Mi amigo DD, el activo 200%, el verdugo de mil culos vírgenes, el falo más abusado de Caracas y algunas de sus ciudades satélite, finalmente se dejó. Tal como me lo había hecho temer de aquella conversación: se volteó. ¡Se lo cogieron! Y como casi todo lo que me cuenta, lo supe por un telegráfico mensaje de texto a mi celular:
—¡Ay, chismosa, mija! No podías esperar a verme para saber.
No, no podía. Así que le saqué toda la información: cómo fue, quién lo propuso, si le gustó, si le dolió. ¡Sentía que estaba en presencia de un importante hito en la Historia! En la historia de DD, ciertamente lo era...
La única vez (que yo supiera) que había intentado siquiera ser penetrado fue, oh sorpresa, en un sauna. El tipo había estado rondándolo desde hacía tiempo y, si por mí fuera, no lo habría pensado demasiado: catire, alto y con un cuerpo espectacular, y con un pedazo de miembro que... ¡Sí, claro que se lo ví! Y hasta lo probé: estamos hablando de un sauna, el carajo solía ir y yo... tampoco lo evitaba (aunque no soy asiduo). Bueno, pues el carajo estaba ¡enamorado! de DD —como otras varias docenas de personas— y le insistió e insistió hasta que en un recoveco oscuro y en la última media hora de servicio, lo animó a probar... ¡Coño, cómo gritó! Bueno, eso me contó luego... Apenas lo intentaron empalar (y de un solo y certero empujón, es que tampoco hay consideración por un culo virgen en este mundo...) y el pobre DD se elevó de puntillas como bailarina de ballet y botó tierrita. ¡No, la pinga, eso duele mucho! se quejó, optando por renunciar al intento...
—Pero no si se hace con cuidado, con amor— le explicaba yo, proponiéndole una tarea de visualización: acuérdate, le decía, de las caras de placer y los gritos de éxtasis de todos los que han caído bajo tu morena pinga. Además, ¿recuerdas lo que tu amigo, la loca esa de por tu casa, te decía acerca de la satisfacción obtenida a través del sexo anal en el papel de pasivo? Y él me recitaba la escueta gema de sabiduría gay que siempre escuchó pero que sólo hasta ahora comenzaría a entender:
—Sí, papi: que por el culo también se goza.
Y bueno, todo con moderación. Que no quiero que mi amigo DD se convierta totalmente en una marica pasiva, con todo el respeto y consideración que las maricas pasivas merecen. Y a los datos, que fui chequeando:
¿Condón? Claro, papi. ¿Cómo te lo hizo? Boca abajo, se acostó sobre mi: ¡Ese gigantón! ¿Te preparó? Sí: hubo dedo, lengua, paciencia... ¡igual que hago yo! (No todo está perdido, aún lo dice en presente) ¿Pero él te "atendió" también? No, no me lo cogí, sólo hice de pasivo. Pero le chupé ese culo y me mamó el güevo rico... ¿Y tú a él? Un poco. Es pelúo, no me gusta... (¡Otra primicia! DD nunca le vió ninguna gracia a felar) ¿Te dolió? Veerga, sí, al principio sobre todo. ¡Sudé frío! El palo se me bajó y todo... (no me está cayendo a cuentos, esas reacciones no se simulan y quien ha sido cogido lo sabe). Pero lo hizo con cuidado, poco a poco. Ajá, ¿Y qué más? Bueno, salí de eso; él disfrutó mucho, parece... (Y cómo no: DD tiene un culo redondito, divino) ¡Yo también me disfruté mi vaina! Al día siguiente todavía me dolía un poco: me vi con un espejo, y tenía como punticos de sangre donde el ano se estiró... (tan lindo, tan gráfico mi amigo). Bueno —lo tranquilizé— eso se cura, lo importante es que no te haya dolido más allá, por un desgarro o algo...) No, si tampoco lo tiene tan grande... (Ja, ja, menos mal que no se estrenó con un negrazo superdotado) ¡Chamo! Y acabé con su palo adentro... (¡Qué! Pero este niño se adapta rápido a las nuevas realidades) Me pajeé mientras él acababa. Como tú me dijiste que así era rico... (Me descubrió. Claro, que yo le hablaba de cuando el falo te estimula la próstata y acabas sin tocarte el pene: una sensación increíble. Pero poco a poco irá absorbiendo conocimientos...)
Todavía no salgo de mi shock. Aunque la conversación que tuvimos aquella vez —y todas las anteriores, además de mi propia experiencia— me decían que pasaría tarde o temprano, está demasiado fresca en mí la imagen del chamito que conocí, un poco fiero y arisco, con una autosuficiencia masculinísima, que sabía de intimidad con otros hombres sólo para ponerlos de rodillas a mamar y que se arrechaba si tu mano pasaba un poco más abajo de su espalda por unos segundos de más. Como persona, sin embargo, lo tengo allí frente a mí, completo, tan o más amigo que antes, con la mente más abierta en cuanto a su cuerpo y sus posibilidades... Por no obviar el hecho de que ahora no sólo tengo que cuidar la provisión estratégica de condones que conservo cerca de la cama, sino mi tubo de Lubrix... ¡Y si me descuido, el modesto dildo que compré como curiosidad aquella vez en la Sexshop de Altamira!
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Recién al terminar esto me doy cuenta de lo gracioso que se leería el título de este post en inglés: ¡Dididídit!
Mi amigo DD, el activo 200%, el verdugo de mil culos vírgenes, el falo más abusado de Caracas y algunas de sus ciudades satélite, finalmente se dejó. Tal como me lo había hecho temer de aquella conversación: se volteó. ¡Se lo cogieron! Y como casi todo lo que me cuenta, lo supe por un telegráfico mensaje de texto a mi celular:
Papi, te acuerdas de JJ, el chamo que me estaba cayendo en la fiesta? Fue el que se comio el virgo, el otro dia en su carro, por la casa...¡¿Quéee?! ¡DD finalmente probó de su propia medicina! No lo podía creer... Le pedí explicaciones, pero a punta de pulgares no se podía contar mucho. Al menos no tanto como lo que yo necesitaba saber.
Que ladilla decirte por msg... Llamame para contarte.Claro que lo llamaría... Llegué del trabajo y solté todo sobre la cama para marcar su teléfono, que contestó con una carcajada:
—¡Ay, chismosa, mija! No podías esperar a verme para saber.
No, no podía. Así que le saqué toda la información: cómo fue, quién lo propuso, si le gustó, si le dolió. ¡Sentía que estaba en presencia de un importante hito en la Historia! En la historia de DD, ciertamente lo era...
La única vez (que yo supiera) que había intentado siquiera ser penetrado fue, oh sorpresa, en un sauna. El tipo había estado rondándolo desde hacía tiempo y, si por mí fuera, no lo habría pensado demasiado: catire, alto y con un cuerpo espectacular, y con un pedazo de miembro que... ¡Sí, claro que se lo ví! Y hasta lo probé: estamos hablando de un sauna, el carajo solía ir y yo... tampoco lo evitaba (aunque no soy asiduo). Bueno, pues el carajo estaba ¡enamorado! de DD —como otras varias docenas de personas— y le insistió e insistió hasta que en un recoveco oscuro y en la última media hora de servicio, lo animó a probar... ¡Coño, cómo gritó! Bueno, eso me contó luego... Apenas lo intentaron empalar (y de un solo y certero empujón, es que tampoco hay consideración por un culo virgen en este mundo...) y el pobre DD se elevó de puntillas como bailarina de ballet y botó tierrita. ¡No, la pinga, eso duele mucho! se quejó, optando por renunciar al intento...
—Pero no si se hace con cuidado, con amor— le explicaba yo, proponiéndole una tarea de visualización: acuérdate, le decía, de las caras de placer y los gritos de éxtasis de todos los que han caído bajo tu morena pinga. Además, ¿recuerdas lo que tu amigo, la loca esa de por tu casa, te decía acerca de la satisfacción obtenida a través del sexo anal en el papel de pasivo? Y él me recitaba la escueta gema de sabiduría gay que siempre escuchó pero que sólo hasta ahora comenzaría a entender:
—Sí, papi: que por el culo también se goza.
Y bueno, todo con moderación. Que no quiero que mi amigo DD se convierta totalmente en una marica pasiva, con todo el respeto y consideración que las maricas pasivas merecen. Y a los datos, que fui chequeando:
¿Condón? Claro, papi. ¿Cómo te lo hizo? Boca abajo, se acostó sobre mi: ¡Ese gigantón! ¿Te preparó? Sí: hubo dedo, lengua, paciencia... ¡igual que hago yo! (No todo está perdido, aún lo dice en presente) ¿Pero él te "atendió" también? No, no me lo cogí, sólo hice de pasivo. Pero le chupé ese culo y me mamó el güevo rico... ¿Y tú a él? Un poco. Es pelúo, no me gusta... (¡Otra primicia! DD nunca le vió ninguna gracia a felar) ¿Te dolió? Veerga, sí, al principio sobre todo. ¡Sudé frío! El palo se me bajó y todo... (no me está cayendo a cuentos, esas reacciones no se simulan y quien ha sido cogido lo sabe). Pero lo hizo con cuidado, poco a poco. Ajá, ¿Y qué más? Bueno, salí de eso; él disfrutó mucho, parece... (Y cómo no: DD tiene un culo redondito, divino) ¡Yo también me disfruté mi vaina! Al día siguiente todavía me dolía un poco: me vi con un espejo, y tenía como punticos de sangre donde el ano se estiró... (tan lindo, tan gráfico mi amigo). Bueno —lo tranquilizé— eso se cura, lo importante es que no te haya dolido más allá, por un desgarro o algo...) No, si tampoco lo tiene tan grande... (Ja, ja, menos mal que no se estrenó con un negrazo superdotado) ¡Chamo! Y acabé con su palo adentro... (¡Qué! Pero este niño se adapta rápido a las nuevas realidades) Me pajeé mientras él acababa. Como tú me dijiste que así era rico... (Me descubrió. Claro, que yo le hablaba de cuando el falo te estimula la próstata y acabas sin tocarte el pene: una sensación increíble. Pero poco a poco irá absorbiendo conocimientos...)
Todavía no salgo de mi shock. Aunque la conversación que tuvimos aquella vez —y todas las anteriores, además de mi propia experiencia— me decían que pasaría tarde o temprano, está demasiado fresca en mí la imagen del chamito que conocí, un poco fiero y arisco, con una autosuficiencia masculinísima, que sabía de intimidad con otros hombres sólo para ponerlos de rodillas a mamar y que se arrechaba si tu mano pasaba un poco más abajo de su espalda por unos segundos de más. Como persona, sin embargo, lo tengo allí frente a mí, completo, tan o más amigo que antes, con la mente más abierta en cuanto a su cuerpo y sus posibilidades... Por no obviar el hecho de que ahora no sólo tengo que cuidar la provisión estratégica de condones que conservo cerca de la cama, sino mi tubo de Lubrix... ¡Y si me descuido, el modesto dildo que compré como curiosidad aquella vez en la Sexshop de Altamira!
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Recién al terminar esto me doy cuenta de lo gracioso que se leería el título de este post en inglés: ¡Dididídit!
miércoles, 5 de septiembre de 2007
Muéstramelo: no te vas a volver gay...
Como siempre, un interesante debate en un blog que sigo, el de Aloner&Daniel, me ha soltado los dedos, tanto para comentarles allá como para venir a acordarme de este cuento y soltarlo aquí.
¿Cómo lidiar con el interés sexual de un amigo? Aunque allá los panas en su discusión tocan y también eluden algunos aspectos sobre el tema, primero hay que estar seguro de que ese interés en efecto está allí. Y el cuento del que me acordé es precisamente un ejemplo de cuando no lo está, y en su lugar hay sólo confusión, un poco de temor y —por qué no reconocer su influencia— unas cuantas cervezas.
Hace algunos años me quedé en casa de un amigo de estudios, hétero él y plenamente conciente de mi homosexualidad (que no le afectaba ni interesaba), y tras un rato de conversación y cervezas, nos fuimos a acostar. Mi amigo, como imagino que era su rutina cuando estaba solo y ya que tocamos tangencialmente el tema, puso una película porno. Hétero también, claro, como todas las que tenía e incluso alquilaba.
Nos bebíamos las últimas dos birras ante la tele, y allí estaba esa profusión de penes, bocas y vaginas haciendo lo suyo así que yo, como casi cualquier ser de sangre caliente, me excité y comencé a tocarme por encima de la ropa, discreto. Mi amigo, muy verbal y analítico, soltó: "Estás viendo una porno straight, te estás tocando y obviamente se te paró la paloma. ¿No será que en el fondo eres un heterosexual reprimido?"
Tras las borrachas carcajadas, le aclaré que aunque había de todo en las imágenes, eran las gigantescas vergas trabajando lo que me entretenía. Además le expliqué que, de acuerdo a mi forma de ver las cosas, detrás de todo gay hay, si bien tan solo biológicamente, un hétero. ¿Reprimido? No lo sé; tal vez sólo "no desarrollado", o latente, o atrofiado. Qué se yo. Había cervezas y había sexo en la pantalla. Mi cuerpo respondió.
Y el suyo también. Para eso están esas películas, digo yo. Pero lo que sucedió es que, tras terminar el video (¿terminaría en realidad? No es que la trama de estas cosas importe en realidad... el caso es que dejamos de verla), él se levantó, tiró su lata vacía y la colilla del cigarro a la basura y se encerró en el baño.
Estamos hablando de un carajo desinhibido totalmente (de los que no ve ningún problema en "pelar las nalgas" ante una cámara, por ejemplo), y de un apartamento de madrugada ocupado por nosotros dos, sin tías, mamás o hermanitas presentes. Su espalda mientras orinaba no iba a ser una escandalosa revelación entre panas, así que obviamente había otra actividad llevándose a cabo...
Salté de la cama y toqué la puerta con mi cerveza. "Chamo, ¿qué estás haciendo?" pregunté con lo que ahora se me antoja era un tono etílico y socarrón, y sabiendo la respuesta. Que no tardó: "¡Me estoy haciendo la paja, qué más!" ¿Molesto? No lo percibí. Me quedé viendo la puerta. ¿Por qué no lo hizo en la cama, viendo la película? Así lo habría hecho yo... Si él hubiese comenzado, claro: es su casa. Mi erección me decía aún que perfectamente podía haber participado de un ¿dúo? de pajas, acostados frente a la tele, como continuación natural de la conversa y la estimulación visual; luego acabar, limpiar, y a otra cosa. Como panas. Él no lo vio así, obviamente.
"¡Abre, marico, déjame entrar!" insistí, estúpidamente. Vamos a hacerlo los dos, pensaba. Como panas. ¿Con deseo por él? No. Juro que no. Y aunque parezca obvio que de masturbarnos juntos yo lo vería como un hombre desnudo y excitado, y tal vez mi inclinación sería un poco incómoda para él en el momento, no perseguía nada más allá que reconocernos en la común franqueza de la excitación como algo físico. Aunque sea difícil verle la gracia a hacerse la paja junto a otro carajo sin que haya nada sexual con él, en ese momento de leve sopor alcohólico sólo lo veía como uno de esos extraños, intransferibles e inexplicables lazos de que se componen las amistades a toda prueba. Una estupidez tal vez un poco vergonzosa como la que hace reírse con picardía a un par de viejos cuando muchos años después rememoran sus andanzas juveniles.
Lo que él vio fue al marico que se tomó unas cervezas y se puso "atacón". ¿Para qué iba yo a querer verle el miembro erecto a este?, pensaría. ¿Para qué iba a querer verme pajeándome sino para excitarse o intentar algo más? Pero yo no intentaría algo más... al menos creo que no, pues nunca tuve chance de averiguarlo. "Pana, qué ladilla..." soltó en el mismo impulso con que abrió de golpe la puerta y siguió hacia la habitación. Yo quedé frente a un iluminado baño, limpio de rastros reveladores, donde eché la última meada de la noche, me lavé la cara y no recuerdo si resolví la ya entonces olvidada excitación sexual. Un vago intento de conversación normal después, la oscuridad y el alcohol en la cabeza terminaron la confusa noche, que parecía no haber sucedido a la mañana siguiente.
Hasta el sol de hoy veo que nuestra amistad, si bien últimamente lejana por cosas típicas de terminar de estudiar, mudanzas, etcétera, no se alteró por el asunto. Un leve shock de incompatibilidad en la manera de ver algunas cosas, que no pesó sobre la forma de ver otras, las que nos unían. ¿Tal vez ese será, a la larga, el extraño detalle de que me acordaré en algunos años? Quién sabe. Tal vez incluso un lazo mal entendido puede funcionar como un lazo al final...
¿Cómo lidiar con el interés sexual de un amigo? Aunque allá los panas en su discusión tocan y también eluden algunos aspectos sobre el tema, primero hay que estar seguro de que ese interés en efecto está allí. Y el cuento del que me acordé es precisamente un ejemplo de cuando no lo está, y en su lugar hay sólo confusión, un poco de temor y —por qué no reconocer su influencia— unas cuantas cervezas.
Hace algunos años me quedé en casa de un amigo de estudios, hétero él y plenamente conciente de mi homosexualidad (que no le afectaba ni interesaba), y tras un rato de conversación y cervezas, nos fuimos a acostar. Mi amigo, como imagino que era su rutina cuando estaba solo y ya que tocamos tangencialmente el tema, puso una película porno. Hétero también, claro, como todas las que tenía e incluso alquilaba.
Nos bebíamos las últimas dos birras ante la tele, y allí estaba esa profusión de penes, bocas y vaginas haciendo lo suyo así que yo, como casi cualquier ser de sangre caliente, me excité y comencé a tocarme por encima de la ropa, discreto. Mi amigo, muy verbal y analítico, soltó: "Estás viendo una porno straight, te estás tocando y obviamente se te paró la paloma. ¿No será que en el fondo eres un heterosexual reprimido?"
Tras las borrachas carcajadas, le aclaré que aunque había de todo en las imágenes, eran las gigantescas vergas trabajando lo que me entretenía. Además le expliqué que, de acuerdo a mi forma de ver las cosas, detrás de todo gay hay, si bien tan solo biológicamente, un hétero. ¿Reprimido? No lo sé; tal vez sólo "no desarrollado", o latente, o atrofiado. Qué se yo. Había cervezas y había sexo en la pantalla. Mi cuerpo respondió.
Y el suyo también. Para eso están esas películas, digo yo. Pero lo que sucedió es que, tras terminar el video (¿terminaría en realidad? No es que la trama de estas cosas importe en realidad... el caso es que dejamos de verla), él se levantó, tiró su lata vacía y la colilla del cigarro a la basura y se encerró en el baño.
Estamos hablando de un carajo desinhibido totalmente (de los que no ve ningún problema en "pelar las nalgas" ante una cámara, por ejemplo), y de un apartamento de madrugada ocupado por nosotros dos, sin tías, mamás o hermanitas presentes. Su espalda mientras orinaba no iba a ser una escandalosa revelación entre panas, así que obviamente había otra actividad llevándose a cabo...
Salté de la cama y toqué la puerta con mi cerveza. "Chamo, ¿qué estás haciendo?" pregunté con lo que ahora se me antoja era un tono etílico y socarrón, y sabiendo la respuesta. Que no tardó: "¡Me estoy haciendo la paja, qué más!" ¿Molesto? No lo percibí. Me quedé viendo la puerta. ¿Por qué no lo hizo en la cama, viendo la película? Así lo habría hecho yo... Si él hubiese comenzado, claro: es su casa. Mi erección me decía aún que perfectamente podía haber participado de un ¿dúo? de pajas, acostados frente a la tele, como continuación natural de la conversa y la estimulación visual; luego acabar, limpiar, y a otra cosa. Como panas. Él no lo vio así, obviamente.
"¡Abre, marico, déjame entrar!" insistí, estúpidamente. Vamos a hacerlo los dos, pensaba. Como panas. ¿Con deseo por él? No. Juro que no. Y aunque parezca obvio que de masturbarnos juntos yo lo vería como un hombre desnudo y excitado, y tal vez mi inclinación sería un poco incómoda para él en el momento, no perseguía nada más allá que reconocernos en la común franqueza de la excitación como algo físico. Aunque sea difícil verle la gracia a hacerse la paja junto a otro carajo sin que haya nada sexual con él, en ese momento de leve sopor alcohólico sólo lo veía como uno de esos extraños, intransferibles e inexplicables lazos de que se componen las amistades a toda prueba. Una estupidez tal vez un poco vergonzosa como la que hace reírse con picardía a un par de viejos cuando muchos años después rememoran sus andanzas juveniles.
Lo que él vio fue al marico que se tomó unas cervezas y se puso "atacón". ¿Para qué iba yo a querer verle el miembro erecto a este?, pensaría. ¿Para qué iba a querer verme pajeándome sino para excitarse o intentar algo más? Pero yo no intentaría algo más... al menos creo que no, pues nunca tuve chance de averiguarlo. "Pana, qué ladilla..." soltó en el mismo impulso con que abrió de golpe la puerta y siguió hacia la habitación. Yo quedé frente a un iluminado baño, limpio de rastros reveladores, donde eché la última meada de la noche, me lavé la cara y no recuerdo si resolví la ya entonces olvidada excitación sexual. Un vago intento de conversación normal después, la oscuridad y el alcohol en la cabeza terminaron la confusa noche, que parecía no haber sucedido a la mañana siguiente.
Hasta el sol de hoy veo que nuestra amistad, si bien últimamente lejana por cosas típicas de terminar de estudiar, mudanzas, etcétera, no se alteró por el asunto. Un leve shock de incompatibilidad en la manera de ver algunas cosas, que no pesó sobre la forma de ver otras, las que nos unían. ¿Tal vez ese será, a la larga, el extraño detalle de que me acordaré en algunos años? Quién sabe. Tal vez incluso un lazo mal entendido puede funcionar como un lazo al final...
domingo, 12 de agosto de 2007
Bueno, pero no me insultes...
— ¿Pero bueno, cuál es el sometimiento? ¿O crees que obligado lo voy a hacer mejor? Cálmate, vale, si te excita el rollo dominante busca terapia... Además, si lo hago es por gusto...
(Una pinta en un kiosko por la casa. A lo mejor es algo personal con el kioskero, le voy a preguntar...)
lunes, 6 de agosto de 2007
Donde se come no se... efectúan deposiciones
Este dicho me vino a la cabeza* —un poco tarde, la verdad— cuando, en uno de mis lances callejeros de levante, me encontré repentina e involuntariamente expuesto, identificado y casi levantado.
Pero vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador.
Levantar, lo que se dice levantar, es un ejercicio continuo, y no siempre consciente. Aunque no se esté en disposición de llevarlo hasta el natural desenlace, siempre se intenta. Uno siempre quiere comprobar que tiene la capacidad ahí latente, que no ha perdido el toque.
Así que no podía evitar, cuando pasé la otra tarde frente al gimnasio que queda cerca de mi casa, echar un evaluador ojo a quienes salían. Entre los previsibles camiones de carne —que no me interesan salvo como curiosidad biológica— se abría paso un muchacho blanco, alto, con sus musculos bien formaditos y expuestos, que de repente se dio cuenta de que lo buceaba, y me sostuvo la mirada mientras llegaba a la acera y nos cruzábamos brevemente.
Me detuve al lado de un kiosko para voltear a detallarlo y darle a entender que me interesaba. Nuevamente le clavé la mirada. Él repartía la suya entre el tráfico de la avenida (se disponía a cruzar) y yo. Se colocó de frente a mí, esponjó lo mejor que pudo su pecho adolescente en franela blanca —bello, en verdad— mientras yo hacía lo propio cuadrándome para llamar su atención, en mi cara una expresión casual: Sí, estoy aquí para ti. Devuélvete y no te arrepentirás...
(Pero esto era sólo medianamente cierto. Se me hacía tarde para llegar a terminar un trabajo en casa y, si me hubiese respondido, me mete en un aprieto. Además, como ya dije, no siempre tiene uno las verdaderas ganas de llegar hasta el final).
El caso es que tal vez miré mucho y no dí señales; o tal vez sí las dí y eran: no vamos a llegar a nada. De repente se decidió, cruzó la avenida y caminó hacia el Metro, sin voltear ni una vez. Yo me quedé allí, siguiéndolo con la vista, en un arco hacia la esquina, hasta que su silueta se perdió detrás de... un vecino de mi edificio que me miraba directamente a los ojos.
¡Dios, cómo me pasó esto!, pensaba yo, mientras me daba la vuelta, torpe y confuso, imaginándome que él había visto todo: el acercamiento, el flechazo visual, la espera... Todo. Seguí caminando hasta la casa, ignorando al vecino, y esperando que por una extrañísima casualidad no se hubiese enterado de nada.
* * *
¿Quién me manda a andar haciendo esas cosas cerca de casa? Donde uno vive están las vecinas amables, los vecinos que tal vez han depositado su confianza en ti, los que te conocen quizá desde pequeño. ¿Pueden imaginarse si por casualidad te pasa esto mismo pero con una tía que iba a visitarte, o algo así? Definitivamente, hay que tener cuidado apartando un poco los ambientes en los que uno se desenvuelve...
Lo mismo pasa en el ambiente de trabajo. ¿Habrá una actitud más descocada que la de ponerse a fijarse y, peor aún, buscar acción en el sitio donde uno se gana el pan? ¿Y si todo va mal? ¿Y si encuentras acción y después se enrarece la cosa con el contacto? ¿Se imaginan tener que seguir viéndolo en la oficina, día tras día? ¿O que ese contacto se vuelva loco o celoso o vengativo y te ponga en evidencia? Puedo imaginar pocas pesadillas como esa, francamente...
* * *
El cuento no terminó aquí: como dije, me vi esa vez expuesto, identificado... y faltaba "casi levantado". Sucede que una media hora después de llegar a casa, cuando había olvidado todo y juraba no volverlo a hacer, sonó el timbre... ¡y era el tal vecino! Que nunca en su vida había tocado mi puerta (ni siquiera sabía que supiese dónde era), y que sólo saludaba de vez en cuando en el ascensor... ¡Llegó hasta mi casa! ¡En efecto había visto todo, y creía que había ahí algo que aprovechar!
—Hola, vecino...— me miró intentando hacerse el serio, el casual —Quería preguntarle si no tenía un CD de esos para limpiar el equipo de DVD, que quiero ver una película y parece que el cabezal está sucio...
¿Pero qué es esto? ¿Y por qué esta loca del coño viene hasta acá con esa pregunta burda y más falsa que billete de trece? ¿Es que este carajo cree que los argumentos de las películas porno se dan en la realidad? ¿Acaso cree que le voy a preguntar qué película quería ver, se saca del bolsillo un DVD de Falcon Video y nos echamos en el suelo aquí mismo a tirar?
—No, pana, no tengo ni DVD...— le respondí, más absurdamente todavía, a ver si espabilaba y se daba cuenta de que su estrategia era la de una zorra imbécil— ...y tengo la cocina prendida, chao.
Le cerré la puerta en las narices, maldiciendo el momento en que se me ocurrió ser tan descuidado en plena entrada de mi edificio, recriminándome la falta de cabeza para pensar cuando se me aparece un simpático chico y me mira a los ojos... Incapaz de alejarme de la cocina antes de agacharme a deshacerme de los desechos.
______
* Me vino, claro, con todas sus letras: donde se come no se caga. Es que se veía feo de título...
Pero vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador.
Levantar, lo que se dice levantar, es un ejercicio continuo, y no siempre consciente. Aunque no se esté en disposición de llevarlo hasta el natural desenlace, siempre se intenta. Uno siempre quiere comprobar que tiene la capacidad ahí latente, que no ha perdido el toque.
Así que no podía evitar, cuando pasé la otra tarde frente al gimnasio que queda cerca de mi casa, echar un evaluador ojo a quienes salían. Entre los previsibles camiones de carne —que no me interesan salvo como curiosidad biológica— se abría paso un muchacho blanco, alto, con sus musculos bien formaditos y expuestos, que de repente se dio cuenta de que lo buceaba, y me sostuvo la mirada mientras llegaba a la acera y nos cruzábamos brevemente.
Me detuve al lado de un kiosko para voltear a detallarlo y darle a entender que me interesaba. Nuevamente le clavé la mirada. Él repartía la suya entre el tráfico de la avenida (se disponía a cruzar) y yo. Se colocó de frente a mí, esponjó lo mejor que pudo su pecho adolescente en franela blanca —bello, en verdad— mientras yo hacía lo propio cuadrándome para llamar su atención, en mi cara una expresión casual: Sí, estoy aquí para ti. Devuélvete y no te arrepentirás...
(Pero esto era sólo medianamente cierto. Se me hacía tarde para llegar a terminar un trabajo en casa y, si me hubiese respondido, me mete en un aprieto. Además, como ya dije, no siempre tiene uno las verdaderas ganas de llegar hasta el final).
El caso es que tal vez miré mucho y no dí señales; o tal vez sí las dí y eran: no vamos a llegar a nada. De repente se decidió, cruzó la avenida y caminó hacia el Metro, sin voltear ni una vez. Yo me quedé allí, siguiéndolo con la vista, en un arco hacia la esquina, hasta que su silueta se perdió detrás de... un vecino de mi edificio que me miraba directamente a los ojos.
¡Dios, cómo me pasó esto!, pensaba yo, mientras me daba la vuelta, torpe y confuso, imaginándome que él había visto todo: el acercamiento, el flechazo visual, la espera... Todo. Seguí caminando hasta la casa, ignorando al vecino, y esperando que por una extrañísima casualidad no se hubiese enterado de nada.
* * *
¿Quién me manda a andar haciendo esas cosas cerca de casa? Donde uno vive están las vecinas amables, los vecinos que tal vez han depositado su confianza en ti, los que te conocen quizá desde pequeño. ¿Pueden imaginarse si por casualidad te pasa esto mismo pero con una tía que iba a visitarte, o algo así? Definitivamente, hay que tener cuidado apartando un poco los ambientes en los que uno se desenvuelve...
Lo mismo pasa en el ambiente de trabajo. ¿Habrá una actitud más descocada que la de ponerse a fijarse y, peor aún, buscar acción en el sitio donde uno se gana el pan? ¿Y si todo va mal? ¿Y si encuentras acción y después se enrarece la cosa con el contacto? ¿Se imaginan tener que seguir viéndolo en la oficina, día tras día? ¿O que ese contacto se vuelva loco o celoso o vengativo y te ponga en evidencia? Puedo imaginar pocas pesadillas como esa, francamente...
* * *
El cuento no terminó aquí: como dije, me vi esa vez expuesto, identificado... y faltaba "casi levantado". Sucede que una media hora después de llegar a casa, cuando había olvidado todo y juraba no volverlo a hacer, sonó el timbre... ¡y era el tal vecino! Que nunca en su vida había tocado mi puerta (ni siquiera sabía que supiese dónde era), y que sólo saludaba de vez en cuando en el ascensor... ¡Llegó hasta mi casa! ¡En efecto había visto todo, y creía que había ahí algo que aprovechar!
—Hola, vecino...— me miró intentando hacerse el serio, el casual —Quería preguntarle si no tenía un CD de esos para limpiar el equipo de DVD, que quiero ver una película y parece que el cabezal está sucio...
¿Pero qué es esto? ¿Y por qué esta loca del coño viene hasta acá con esa pregunta burda y más falsa que billete de trece? ¿Es que este carajo cree que los argumentos de las películas porno se dan en la realidad? ¿Acaso cree que le voy a preguntar qué película quería ver, se saca del bolsillo un DVD de Falcon Video y nos echamos en el suelo aquí mismo a tirar?
—No, pana, no tengo ni DVD...— le respondí, más absurdamente todavía, a ver si espabilaba y se daba cuenta de que su estrategia era la de una zorra imbécil— ...y tengo la cocina prendida, chao.
Le cerré la puerta en las narices, maldiciendo el momento en que se me ocurrió ser tan descuidado en plena entrada de mi edificio, recriminándome la falta de cabeza para pensar cuando se me aparece un simpático chico y me mira a los ojos... Incapaz de alejarme de la cocina antes de agacharme a deshacerme de los desechos.
______
* Me vino, claro, con todas sus letras: donde se come no se caga. Es que se veía feo de título...
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Reflexiones
martes, 31 de julio de 2007
Ocho son
De Valencia me llega la tarea...
Ya en algunos de los blogs que frecuento había notado estas listas de ocho intimidades confesadas por sus escritores... Me dije: el espacio bloguero es pequeño, tarde o temprano me tocará. Y me tocó. Así que ahí va mi parte. El juego del ocho, imagino que se llama:
1. Cada jugador cuenta 8 cosas de sí mismo (y como este blog es como es, serán cosas bien... crasas. Aguanten).
2. Además de las 8 cosas, tiene que escribir en su blog las reglas (helas aquí).
3. Por último tiene que seleccionar a otras 8 blogueros y escribir sus nombres o blogs (a ver si consigo ocho que no hayan escrito ya esto mismo). Y
4. No hay que olvidar dejarles un comentario informándoles que han sido seleccionadas para tal juego (lo haré).
De seguidas, mis ocho:
1. Como no soy circuncidado, cuando pequeño en el kinder una vez nos reunimos en el baño "a vernos los pipís" y el primero que ví "pelado" me confundió... ¿Por qué el de él tiene ese cabeza azul y el mío es un choricito de pura piel? Tarde o temprano pude descubrir el glande, aunque también cuando ví por primera vez uno por debajo (el frenillo) no entendí nada...
2. Lo tengo torcido. Un poco hacia la izquierda. Antes me desesperaba esto: creía que era un freak. Pero internet me ha mostrado que es común, incluso deseado por muchos...
3. A veces también me preocupa que tengo un poco de fimosis —esto es, que me cuesta retraer el prepucio cuando estoy erecto. Como no me imagino a estas alturas circuncidándome para resolverlo, he intentado: masturbarme mucho (¡por esa causa o por cualquiera!), cremas, estirones, y dejarlo así. Total, con condón no me afecta tanto.
4. Cuando a veces al acostarme me da por hacerme una paja, si pienso en alguien que me guste en ese momento, no me imagino que estamos teniendo sexo, sino que está solo, acostado también, masturbándose... ¡Me da mucho morbo!
5. Bajarme fotos porno consume gran parte de mi tiempo conectado. Pero... casi nunca vuelvo a ver las fotos que bajé (ya llenan varios CD): siempre habrá nuevas.
6. Mientras escribo esto, tengo abierta otra ventana con el Flickr (Firefox rules!), viendo fotos de la marcha gay de Atlanta. En un rato serán fotos porno, puedo asegurarlo... Incluso si estoy haciendo algún trabajo en casa, en el fondo siempre se están cargando algunas páginas porno...
7. Soy un confeso, irredimible crotch-watcher. Un buzo de braguetas. Me gusta evaluar el bulto, las posibles dimensiones; celebro el atisbo de una silueta distinguible. El orden en que miro a alguien en la calle casi siempre es el mismo: ojos-boca-bragueta-ojos. A menos que vaya en dirección contraria, en cuyo caso es culo-culo-culo-culo.
8. Cuando conozco a alguien para un poco de sexo casual, casi nunca paso de una o dos encuentros. En ocasiones, si a la persona le he gustado y tiene mi teléfono, nos seguimos escribiendo, pero cuando intenta que lo hagamos de nuevo, me da como ladillita... Claro que también me pasa que yo quiero más y ya no me paran, pero es menos frecuente, je je je...
* * *
Listo. ¡Uff! Trataré en lo sucesivo de ignorar estas tareas. Me agota ponerme a pensar listas... Ah, con respecto a la tercera regla de la tarea, le voy a hacer una reforma constitucional: si ha pasado más de mes y medio desde que me encomendaron esto, probablemente todos mis contactos ya lo hicieron, así que la lista se reduce: Guille, Poehunter, RicardoP. Y ya está.
Ya en algunos de los blogs que frecuento había notado estas listas de ocho intimidades confesadas por sus escritores... Me dije: el espacio bloguero es pequeño, tarde o temprano me tocará. Y me tocó. Así que ahí va mi parte. El juego del ocho, imagino que se llama:
1. Cada jugador cuenta 8 cosas de sí mismo (y como este blog es como es, serán cosas bien... crasas. Aguanten).
2. Además de las 8 cosas, tiene que escribir en su blog las reglas (helas aquí).
3. Por último tiene que seleccionar a otras 8 blogueros y escribir sus nombres o blogs (a ver si consigo ocho que no hayan escrito ya esto mismo). Y
4. No hay que olvidar dejarles un comentario informándoles que han sido seleccionadas para tal juego (lo haré).
De seguidas, mis ocho:
1. Como no soy circuncidado, cuando pequeño en el kinder una vez nos reunimos en el baño "a vernos los pipís" y el primero que ví "pelado" me confundió... ¿Por qué el de él tiene ese cabeza azul y el mío es un choricito de pura piel? Tarde o temprano pude descubrir el glande, aunque también cuando ví por primera vez uno por debajo (el frenillo) no entendí nada...
2. Lo tengo torcido. Un poco hacia la izquierda. Antes me desesperaba esto: creía que era un freak. Pero internet me ha mostrado que es común, incluso deseado por muchos...
3. A veces también me preocupa que tengo un poco de fimosis —esto es, que me cuesta retraer el prepucio cuando estoy erecto. Como no me imagino a estas alturas circuncidándome para resolverlo, he intentado: masturbarme mucho (¡por esa causa o por cualquiera!), cremas, estirones, y dejarlo así. Total, con condón no me afecta tanto.
4. Cuando a veces al acostarme me da por hacerme una paja, si pienso en alguien que me guste en ese momento, no me imagino que estamos teniendo sexo, sino que está solo, acostado también, masturbándose... ¡Me da mucho morbo!
5. Bajarme fotos porno consume gran parte de mi tiempo conectado. Pero... casi nunca vuelvo a ver las fotos que bajé (ya llenan varios CD): siempre habrá nuevas.
6. Mientras escribo esto, tengo abierta otra ventana con el Flickr (Firefox rules!), viendo fotos de la marcha gay de Atlanta. En un rato serán fotos porno, puedo asegurarlo... Incluso si estoy haciendo algún trabajo en casa, en el fondo siempre se están cargando algunas páginas porno...
7. Soy un confeso, irredimible crotch-watcher. Un buzo de braguetas. Me gusta evaluar el bulto, las posibles dimensiones; celebro el atisbo de una silueta distinguible. El orden en que miro a alguien en la calle casi siempre es el mismo: ojos-boca-bragueta-ojos. A menos que vaya en dirección contraria, en cuyo caso es culo-culo-culo-culo.
8. Cuando conozco a alguien para un poco de sexo casual, casi nunca paso de una o dos encuentros. En ocasiones, si a la persona le he gustado y tiene mi teléfono, nos seguimos escribiendo, pero cuando intenta que lo hagamos de nuevo, me da como ladillita... Claro que también me pasa que yo quiero más y ya no me paran, pero es menos frecuente, je je je...
* * *
Listo. ¡Uff! Trataré en lo sucesivo de ignorar estas tareas. Me agota ponerme a pensar listas... Ah, con respecto a la tercera regla de la tarea, le voy a hacer una reforma constitucional: si ha pasado más de mes y medio desde que me encomendaron esto, probablemente todos mis contactos ya lo hicieron, así que la lista se reduce: Guille, Poehunter, RicardoP. Y ya está.
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martes, 17 de julio de 2007
Algo sobre pagar por sexo...
Un detalle reluce en la historia que he venido contando de Franela, un aspecto con el que no estoy del todo en paz y que tal vez sea también incómodo de manejar para más de uno de los que me lean por acá. Ese detalle es el de pagarle a un tipo para tener sexo con él.
¿Prostitución? El negocio más viejo de la humanidad, dirán. Pero no es eso. Creo. Nunca me he acercado a lo que sería formalmente ese servicio. Leo los clasificados de putos por pura curiosidad y morbo; nunca llamaría. Tampoco rondo los conocidos lugares donde vagan quienes venden su cuerpo cada noche. Esto es diferente.
Los "circuitos de levante" caraqueños se caracterizaban por estar habitados de toda clase de chicos, hombres y no tanto, pendientes de sólo una cosa: un rápido encuentro sexual furtivo y anónimo, tal vez la posibilidad de citarse en otro sitio, pagar un hotel entre dos (o más), ir a casa o incluso esconderse entre arbustos y lograr el anhelado orgasmo clandestino. Hasta ahí, todo normal —si se puede llamar así.
Mas de buenas a primeras estos sitios, cuando no menguaron o desaparecieron bajo el fastidioso acoso policial o de rateritos (no sé cuáles son peores), se comenzó a alimentar de esos chicos que, además de procurarse los tales momentos de intimidad anónima (¿?), buscaban una retribución económica, si bien informal.
La primera vez que subí con alguien a la oficina y me dijo "¿Y con cuánto me vas a ayudar?", me quedé pasmado. ¿Pagarle? ¿Por sexo? ¡Pero si subió por su voluntad! ¡Me lo levanté! ¡Yo ya tenía mi mano dentro de sus pantalones! De inmediato lo corté: "Pana, todavía no creo que necesite pagar para tirar..." le dije, entre retador y ofendido, mientras abría la puerta de nuevo. Dejando una rendija abierta, claro: "Cuando quieras echar uno por disfrutar, acá te espero..."
No me lo esperaba. Cierto que en algunos casos uno se fija que la persona puede no estar en la misma situación económica que uno; a veces en el juego de la seducción uno invita a una bebida, o a comer. Pero el frío intercambio de moneda por piel se me antojó, de repente, oscuro y decadente.
No fue un caso excepcional, fui descubriendo. Ahora era una tendencia, al menos en los sitios de "circuiteo" que frecuentaba. Más y más muchachos de los que se veían en las tardes con el típico comportamiento de pasar y volver a pasar, sostener la mirada pícaramente, adoptar poses sugerentes o de plano tocarse y enseñar sus "partes", se dejaban seducir para, en el momento justo, pedir una "colaboración" los más tímidos, o "cobrar", los más lanzados. Los lugares se putearon.
A miMa le sucedió, incluso, de una forma más sutil y sin embargo tanto más profesional: un chico al que conoció y con el que alternó alguna que otra tarde, se quedó mirando una vitrina de ropa cuando lo acompañaban para despedirlo en el Metro, y dejó caer, casualmente: "Esa camisa está bonita... me la puedes regalar en mi cumpleaños". Era un paso más allá de su tendencia (nada casual, le insistía yo) a aparecerse disponible justo cerca de la hora del almuerzo, al que gustoso aceptaba ser invitado...
Hay sus variaciones. Algunas veces Franela —no el único que me ha pedido dinero pero sí el único "repitiente"— llegaba chillando: "necesito real, mi pana"; o "mira, y cuánto tienes ahí..."; por vacaciones o puente, de súbito requería más. En otras ocasiones, ni siquiera tocaba el tema, y si le dábamos algo se lo guardaba como algo no esperado. Una vez nos quedamos a ver en la plaza cercana, y mientras lo esperaba me compré una película pirata. "Lo que tengo es esto," le enseñé el escaso vuelto de la compra del DVD. "Bueno, déjalo así..." y subimos, yo sabiendo entonces que lo que lo guiaba era una feroz excitación; ganas de tirar, acabar, y no las ganas de cobrar...
Pero el fenómeno está allí. O tal vez los sitios de "alterne" comunes, los de simples buscadores del sexo por el sexo, se han mudado sin dejarme aviso. O tal vez todo ahora es negocio, considerando las siempre peores condiciones económicas y laborales reinantes.
Además, está el otro factor, que yo considero importante, y tal vez decisivo en cuando a mi excitación se refiere: quienes piden "colaboración" son sobre todo hombres, algunos con mujer e hijos, que sólo ven en el intercambio sexual rápido y serio un "resuelve" para el bolsillo. Los míticos "cogemaricos", con toda la carga homofóbica que esa horrible palabra pueda tener. Tema futuro...
¿Prostitución? El negocio más viejo de la humanidad, dirán. Pero no es eso. Creo. Nunca me he acercado a lo que sería formalmente ese servicio. Leo los clasificados de putos por pura curiosidad y morbo; nunca llamaría. Tampoco rondo los conocidos lugares donde vagan quienes venden su cuerpo cada noche. Esto es diferente.
Los "circuitos de levante" caraqueños se caracterizaban por estar habitados de toda clase de chicos, hombres y no tanto, pendientes de sólo una cosa: un rápido encuentro sexual furtivo y anónimo, tal vez la posibilidad de citarse en otro sitio, pagar un hotel entre dos (o más), ir a casa o incluso esconderse entre arbustos y lograr el anhelado orgasmo clandestino. Hasta ahí, todo normal —si se puede llamar así.
Mas de buenas a primeras estos sitios, cuando no menguaron o desaparecieron bajo el fastidioso acoso policial o de rateritos (no sé cuáles son peores), se comenzó a alimentar de esos chicos que, además de procurarse los tales momentos de intimidad anónima (¿?), buscaban una retribución económica, si bien informal.
La primera vez que subí con alguien a la oficina y me dijo "¿Y con cuánto me vas a ayudar?", me quedé pasmado. ¿Pagarle? ¿Por sexo? ¡Pero si subió por su voluntad! ¡Me lo levanté! ¡Yo ya tenía mi mano dentro de sus pantalones! De inmediato lo corté: "Pana, todavía no creo que necesite pagar para tirar..." le dije, entre retador y ofendido, mientras abría la puerta de nuevo. Dejando una rendija abierta, claro: "Cuando quieras echar uno por disfrutar, acá te espero..."
No me lo esperaba. Cierto que en algunos casos uno se fija que la persona puede no estar en la misma situación económica que uno; a veces en el juego de la seducción uno invita a una bebida, o a comer. Pero el frío intercambio de moneda por piel se me antojó, de repente, oscuro y decadente.
No fue un caso excepcional, fui descubriendo. Ahora era una tendencia, al menos en los sitios de "circuiteo" que frecuentaba. Más y más muchachos de los que se veían en las tardes con el típico comportamiento de pasar y volver a pasar, sostener la mirada pícaramente, adoptar poses sugerentes o de plano tocarse y enseñar sus "partes", se dejaban seducir para, en el momento justo, pedir una "colaboración" los más tímidos, o "cobrar", los más lanzados. Los lugares se putearon.
A miMa le sucedió, incluso, de una forma más sutil y sin embargo tanto más profesional: un chico al que conoció y con el que alternó alguna que otra tarde, se quedó mirando una vitrina de ropa cuando lo acompañaban para despedirlo en el Metro, y dejó caer, casualmente: "Esa camisa está bonita... me la puedes regalar en mi cumpleaños". Era un paso más allá de su tendencia (nada casual, le insistía yo) a aparecerse disponible justo cerca de la hora del almuerzo, al que gustoso aceptaba ser invitado...
Hay sus variaciones. Algunas veces Franela —no el único que me ha pedido dinero pero sí el único "repitiente"— llegaba chillando: "necesito real, mi pana"; o "mira, y cuánto tienes ahí..."; por vacaciones o puente, de súbito requería más. En otras ocasiones, ni siquiera tocaba el tema, y si le dábamos algo se lo guardaba como algo no esperado. Una vez nos quedamos a ver en la plaza cercana, y mientras lo esperaba me compré una película pirata. "Lo que tengo es esto," le enseñé el escaso vuelto de la compra del DVD. "Bueno, déjalo así..." y subimos, yo sabiendo entonces que lo que lo guiaba era una feroz excitación; ganas de tirar, acabar, y no las ganas de cobrar...
Pero el fenómeno está allí. O tal vez los sitios de "alterne" comunes, los de simples buscadores del sexo por el sexo, se han mudado sin dejarme aviso. O tal vez todo ahora es negocio, considerando las siempre peores condiciones económicas y laborales reinantes.
Además, está el otro factor, que yo considero importante, y tal vez decisivo en cuando a mi excitación se refiere: quienes piden "colaboración" son sobre todo hombres, algunos con mujer e hijos, que sólo ven en el intercambio sexual rápido y serio un "resuelve" para el bolsillo. Los míticos "cogemaricos", con toda la carga homofóbica que esa horrible palabra pueda tener. Tema futuro...
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lunes, 16 de julio de 2007
Un acceso de penita
He estado comentando recientemente en varios blogs, y algunos de quienes los escriben me han venido a leer. En sus respuestas a mis saludos he percibido un cierto elemento de precaución o cortés distancia, que me ha puesto a pensar acerca del carácter "explícito" de mis contenidos. Me he preguntado si tal vez no estoy siendo muy gráfico. Un repentino pudor verbal me atacó.
¿Soy muy procaz? ¿Tal hay vez demasiado detalle escabroso en mis relatos? Abrí este blog para poder comentar algunos hechos de mi existencia que no son del dominio público. Igual son mis inquietudes, experiencias, dudas. Como las de cualquiera. Cualquiera gay, digo. Y creo que lo explícito no es gratuito o pornográfico: forma parte de la médula de cuanto quiero decir.
Tal vez me he puesto monotemático con los últimos cuentos; otros posts se han quedado en el tintero por la avalancha de continuaciones que lo de Franela ha tenido. Hay que variar... pero el centro de este sitio será siempre el mismo: mis experiencias y dudas como hombre gay. Hay relatos que tengo que sacarme de la cabeza, y sólo encuentran asiento acá. Hay preguntas que me hago que quienes comparten conmigo en este espacio quizá también se hacen y pueden ayudarme a responder. Hay una cantidad de gente increíble que he contactado a través de este blog, que si se ha mantenido cerca es porque algo me ha estado saliendo bien. Creo.
Sus respuestas me orientan, espero poder seguir siendo leído y criticado. Gracias.
¿Soy muy procaz? ¿Tal hay vez demasiado detalle escabroso en mis relatos? Abrí este blog para poder comentar algunos hechos de mi existencia que no son del dominio público. Igual son mis inquietudes, experiencias, dudas. Como las de cualquiera. Cualquiera gay, digo. Y creo que lo explícito no es gratuito o pornográfico: forma parte de la médula de cuanto quiero decir.
Tal vez me he puesto monotemático con los últimos cuentos; otros posts se han quedado en el tintero por la avalancha de continuaciones que lo de Franela ha tenido. Hay que variar... pero el centro de este sitio será siempre el mismo: mis experiencias y dudas como hombre gay. Hay relatos que tengo que sacarme de la cabeza, y sólo encuentran asiento acá. Hay preguntas que me hago que quienes comparten conmigo en este espacio quizá también se hacen y pueden ayudarme a responder. Hay una cantidad de gente increíble que he contactado a través de este blog, que si se ha mantenido cerca es porque algo me ha estado saliendo bien. Creo.
Sus respuestas me orientan, espero poder seguir siendo leído y criticado. Gracias.
viernes, 6 de julio de 2007
Las llamadas, días después (Franela, IV)
Luego de esa primera vez que se la chupamos a Franela, quedó de alguna manera acordado lo que podía ser el sencillo procedimiento en caso de querer volver a tener "contacto".
Mientras nos aseábamos y acomodábamos nuestras ropas —más que desvestirnos, apenas habíamos descubierto nuestros sexos: él para ofrecerlo al cautivado público, miMa y yo para masturbarnos— yo hacía algo de conversación ligera, con alusiones más o menos directas al tamaño de su verga, la profusión y violencia de su eyaculación, la idea de que no sería la única vez que transáramos...
Muy serio, mirando siempre al piso, a su ropa, sus manos, Franela definió la cosa en cortas frases. "Si quieres me das tu teléfono," soltó. Se lo anoté en tres segundos.
"Bueno, cualquier cosa, si estás por allá..." adelanté, refiriéndome a su puesto de buhonero, donde habíamos negociado este encuentro. "No, no pasen por allá," me atajó enfático, celoso de su territorio. "Yo cuando necesite, los llamo." MiMa y yo nos miramos fugazmente. ¿Cuando necesite qué?, pensé. ¿Que se lo mamen? ¿que le den plata?
En un par de días pude sopesar esas preguntas de nuevo, cuando me lo encontré en plena tarde, de vuelta de mi oficina, por la esquina de la avenida —zona neutral, me fijé— como a cuadra y media de su puesto.
— Eeeepa, ¿qué pasó?— me saludó con tono de camaradería, dándome la mano con aspavientos, de pana a pana.
— ¿Qué hay?, seguí yo, acompañando sus pasos. —Mira, men, y lo del otro día...
— Ajá, qué...
— Estuvo bien, ¿no? Dime algo: ¿te gustó más el negocio que hicimos, o te gustó el... trabajo hecho? Porque, cualquier cosa, "fuerza" no siempre hay —aventuré el sinónimo malandro de dinero— pero ganas de trabajar siempre quedan...
— No, bueno, tranquilo... —caminaba rápido hacia su negocio, un amago de sonrisa pícara en su cara: claro que es negocio, pero le gustó la mamada; yo me freno en la esquina para hacerlo cerrar la frase y la conversa— Yo tengo tu número, si el sábado están por ahí, resolvemos...
Y ese sábado, y durante algunas semanas, cuando se acercaba el sábado y a eso de la una de la tarde —me imagino que esa era la hora "legal" de alejarse de su puesto por un rato, a comprar comida— yo sabía que podía sonar en cualquier momento mi celular, y que vería en la pantalla "NÚMERO PRIVADO" o algún número extraño (alquilado, seguramente), y que al contestar escucharía, primero, el ruido inconfundible de la calle, y después:
— Aló... ¿ElOtro*? ¿Qué pasó, pana? Soy yo, el chamo de las franelas...
Nunca me ha dicho un nombre, ni siquiera falso, como sé que algunos acostumbran hacer. Y yo, aunque el día, la hora y el tono inconfundible ya me lo habían dicho todo, pretendía casi siempre no reconocerle hasta que decía eso: "el chamo de las franelas..."
— ¡Ah, epa! Qué cuenta...— Y me quedaba callado, para ver si se atrevía a asomar el tema obvio de la llamada, que casi siempre resumía así:
— Mira, y... ¿qué pasó? Háblame claro...— O si no:
— Mira... te tengo las franelas... ¿te las llevo?
Sabía yo entonces que estaba en un teléfono de esos alquilados, rodeado de gente, sin poder hablar en privado, y le soltaba alguna cochinada:
— Qué pasó... ¿Pendiente de una mamada? ¿Quieres que te saque la leche?
Se reía, obviamente nervioso, y dejaba entonces que yo le diera las instrucciones precisas: vente, que estábamos hablando de tí; o no, no estoy en casa pero llego en un rato; hoy no se puede; no hay fuerza. Muchas veces, en honor a la verdad, me molestaba haber llegado a tanta confianza, y sobre todo a pagar por tener sexo; esas veces me negaba o no contestaba el teléfono. MiMa, más estricto que yo con aquello de repetir, me apoyaba con una mirada severa.
Pero otras veces dictaba él:
— Mira, yo estoy por allá como en diez minutos, baja y me abres...
Y entonces mi erección era inmediata, y si a miMa le parece buena idea —siempre deja que yo haga la negociación con él, Franela también "se corta" un poco hablándole aunque no tiene problemas en dejarle "hacer"— me hacía un gesto de aprobación y yo cuadraba todo. Y más tarde nos encontramos de nuevo por un rato con el fabuloso falo y el cada vez más desnudo y colaborador cuerpo que lo acompaña...
Next: Cada vez más desnudo. Mi reto: que se dejara hacer cosas...
(*) Me llama, claro, por mi nombre, no por este nick.
Mientras nos aseábamos y acomodábamos nuestras ropas —más que desvestirnos, apenas habíamos descubierto nuestros sexos: él para ofrecerlo al cautivado público, miMa y yo para masturbarnos— yo hacía algo de conversación ligera, con alusiones más o menos directas al tamaño de su verga, la profusión y violencia de su eyaculación, la idea de que no sería la única vez que transáramos...
Muy serio, mirando siempre al piso, a su ropa, sus manos, Franela definió la cosa en cortas frases. "Si quieres me das tu teléfono," soltó. Se lo anoté en tres segundos.
"Bueno, cualquier cosa, si estás por allá..." adelanté, refiriéndome a su puesto de buhonero, donde habíamos negociado este encuentro. "No, no pasen por allá," me atajó enfático, celoso de su territorio. "Yo cuando necesite, los llamo." MiMa y yo nos miramos fugazmente. ¿Cuando necesite qué?, pensé. ¿Que se lo mamen? ¿que le den plata?
En un par de días pude sopesar esas preguntas de nuevo, cuando me lo encontré en plena tarde, de vuelta de mi oficina, por la esquina de la avenida —zona neutral, me fijé— como a cuadra y media de su puesto.
— Eeeepa, ¿qué pasó?— me saludó con tono de camaradería, dándome la mano con aspavientos, de pana a pana.
— ¿Qué hay?, seguí yo, acompañando sus pasos. —Mira, men, y lo del otro día...
— Ajá, qué...
— Estuvo bien, ¿no? Dime algo: ¿te gustó más el negocio que hicimos, o te gustó el... trabajo hecho? Porque, cualquier cosa, "fuerza" no siempre hay —aventuré el sinónimo malandro de dinero— pero ganas de trabajar siempre quedan...
— No, bueno, tranquilo... —caminaba rápido hacia su negocio, un amago de sonrisa pícara en su cara: claro que es negocio, pero le gustó la mamada; yo me freno en la esquina para hacerlo cerrar la frase y la conversa— Yo tengo tu número, si el sábado están por ahí, resolvemos...
Y ese sábado, y durante algunas semanas, cuando se acercaba el sábado y a eso de la una de la tarde —me imagino que esa era la hora "legal" de alejarse de su puesto por un rato, a comprar comida— yo sabía que podía sonar en cualquier momento mi celular, y que vería en la pantalla "NÚMERO PRIVADO" o algún número extraño (alquilado, seguramente), y que al contestar escucharía, primero, el ruido inconfundible de la calle, y después:
— Aló... ¿ElOtro*? ¿Qué pasó, pana? Soy yo, el chamo de las franelas...
Nunca me ha dicho un nombre, ni siquiera falso, como sé que algunos acostumbran hacer. Y yo, aunque el día, la hora y el tono inconfundible ya me lo habían dicho todo, pretendía casi siempre no reconocerle hasta que decía eso: "el chamo de las franelas..."
— ¡Ah, epa! Qué cuenta...— Y me quedaba callado, para ver si se atrevía a asomar el tema obvio de la llamada, que casi siempre resumía así:
— Mira, y... ¿qué pasó? Háblame claro...— O si no:
— Mira... te tengo las franelas... ¿te las llevo?
Sabía yo entonces que estaba en un teléfono de esos alquilados, rodeado de gente, sin poder hablar en privado, y le soltaba alguna cochinada:
— Qué pasó... ¿Pendiente de una mamada? ¿Quieres que te saque la leche?
Se reía, obviamente nervioso, y dejaba entonces que yo le diera las instrucciones precisas: vente, que estábamos hablando de tí; o no, no estoy en casa pero llego en un rato; hoy no se puede; no hay fuerza. Muchas veces, en honor a la verdad, me molestaba haber llegado a tanta confianza, y sobre todo a pagar por tener sexo; esas veces me negaba o no contestaba el teléfono. MiMa, más estricto que yo con aquello de repetir, me apoyaba con una mirada severa.
Pero otras veces dictaba él:
— Mira, yo estoy por allá como en diez minutos, baja y me abres...
Y entonces mi erección era inmediata, y si a miMa le parece buena idea —siempre deja que yo haga la negociación con él, Franela también "se corta" un poco hablándole aunque no tiene problemas en dejarle "hacer"— me hacía un gesto de aprobación y yo cuadraba todo. Y más tarde nos encontramos de nuevo por un rato con el fabuloso falo y el cada vez más desnudo y colaborador cuerpo que lo acompaña...
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(*) Me llama, claro, por mi nombre, no por este nick.
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lunes, 2 de julio de 2007
¡¡Las fotos de la marcha!!
Son las once de la noche pasadas, pero tenía que postear para avisar que ya monté en mi Flickr las fotos (unas treinta de las casi trescientas) que tomé ayer en la fiesta al final de la marcha del Orgullo Gay de Caracas, en Plaza Venezuela...
No pude estar hasta el final de la fiesta, pero durante las horas que me quedé la música estuvo buenísima, el show un poco menos (no lo vi todo, pero las actuaciones de siempre: imitadores varios, mariqueras múltiples), y las vistas... bueno, aprecien las que puse y me dicen qué opinan...
Próximamente escribiré con más detenimiento sobre el evento. Pasen por allá y disfruten, por ahora, del testimonio gráfico, con todo cariño y dedicación...
No pude estar hasta el final de la fiesta, pero durante las horas que me quedé la música estuvo buenísima, el show un poco menos (no lo vi todo, pero las actuaciones de siempre: imitadores varios, mariqueras múltiples), y las vistas... bueno, aprecien las que puse y me dicen qué opinan...
Próximamente escribiré con más detenimiento sobre el evento. Pasen por allá y disfruten, por ahora, del testimonio gráfico, con todo cariño y dedicación...
viernes, 29 de junio de 2007
La primera vez que subió (Franela, III)
Llegué a casa soltando las llaves y contándole a miMa el encuentro cercano del segundo tipo* con Franela. Tras unas tibias imprecaciones sobre el riesgo de tales aventuras públicas, quedó claro que no le parecía mal explorar las posibilidades de algo más...
Así que el sábado, un par de días después, nos dimos una vuelta por su puesto de venta. Yo, siempre un poco más zumbao en estas cosas —sobre todo si estoy acompañado— me acerqué, como quien no quiere la cosa, a las ristras de coloridas prendas colgadas, como quien evalúa una compra. Lo cual, de hecho, estaba haciendo.
— Epa, qué hay... —Dejo la pregunta abierta y reviso franelas y camisas, sin verle a la cara.
— Dime, pana, a la orden...— Me mira brevemente, y me reconoce. Comienza también a acomodar su mercancía. Ahora sí busqué sus ojos para asegurarme que supiera a qué nivel estábamos negociando:
— Y... ¿el otro día qué? Yo pensé que te quedabas...
No contestó, pero por su gesto entendí que la cosa no era "el otro día", que estaba allí para resolver. Me miraba esperando la propuesta. De una vez le hablé de dónde resolveríamos.
— ¿Sabes... dónde está el edificio Tal?— MiMa ya estaba a mi lado, viendo camisas y atento al negocio. Lo incluí en la conversa con la mirada.
— Ese está bajando por aquí, ¿no?— Se lo señalé, disimulado. Lugar, listo. Tiró entonces su anzuelo: —Ah, bueno... Pero tú sabes que yo cobro...
No me lo esperaba, tampoco me sorprendió. Pero ya estábamos "montados en el autobús": sí estaba dispuesto. Mientras yo revisaba revisaba las costuras de una franela verde con la bandera de Brasil, le pregunté cuánto.
— Tantosmil, la franela... —disimuló.
— ¿Y en cuánto me dejas dos? —le dije mirando la franela y a miMa. También él lo sopesó.
— Dame otrostantos. —MiMa y yo nos miramos, rápido, y aprobamos. Le devolví la franela de Brasil, con lo que él se acercó bajando la voz: —Espérame en la puerta como en media hora, yo paso por allá...
Ya teníamos cita entonces. ¿Para qué? Bueno, al menos vería el mástil de carne de nuevo; qué hacer con él se vería en el momento. Repasamos algunas medidas y precauciones: lo llevamos a esta habitación. Mosca si tiene un bolso. No dejarlo solo ni en el baño. Cualquier cosa, condón. Y cuidado con el semen...
La media hora pasó como en cinco minutos. Nos entretuvimos en la puerta del edificio viendo películas quemadas, y al rato lo vimos acercarse, apurado y viendo a los lados como si temiera ser seguido. MiMa abrió la puerta y Franela pasó, sin vernos, cual celebridad con guardaespaldas. Paranoico de ser visto en ese trance. En el ascensor miraba a las puertas, preguntaba. "¿Hay alguien más en el apartamento?" No. "Nada más ustedes dos?" Sí, nada más.
Llegamos a casa y miró alrededor antes de llevarse las manos al cierre del pantalón, que ya se veía abultado. "No, aquí", le dije señalándole la habitación. Entonces entró al baño — a lavarse, por lo que se oía— y cuando salió ya le esperábamos al lado de la cama. Entró, se paró a mi lado y se abrió el cierre. Metí la mano y lo que saqué sobrepasó mis expectativas, pues no la había visto antes tan de cerca: una tremenda verga morena, ya semierecta, que al apretarla sentí caliente, latiendo y creciendo más.
Me senté al borde de la cama y ví a Franela a la cara: sólo esperaba lo obvio, mientras se miraba el pene. Eché hacia atrás su piel para descubrir una cabeza ancha y púrpura de bordes gruesos, y de inmediato me la metí en la boca... Su calor me inundó y me recorrió el cuerpo. Él empezó a bombear dentro de mi boca con el miembro, que yo trataba de acomodar hasta donde fuera posible.
Me separé tras una buena mamada inicial, para liberar mi propio pene que estaba a reventar, y miMa se hizo cargo. Esta es una escena que me gusta ver, así que me paré mientras me abría el pantalón, para apreciar el trabajo de miMa, dándole lengua a la verga morena y masturbándose al mismo tiempo, y la cara de concentración de Franela, sus manos en la cintura y la cara ladeada, viéndose adorado por el falo.
Pero no quería perderme la merienda. Me acerqué, ahora dándome unos toques al miembro, y como siempre en estos casos, tanteé hasta dónde podía llegar con el tipo: me le acerqué con mi pene en la mano hasta casi estar a su lado, a ver qué hacía. Ni lo vió, y alejó disimulado la mano. No hay caso: sólo quiere una cosa. Me senté de nuevo y le agarré el miembro a la mitad, guiándolo a la boca de miMa, dándole ligeros golpecitos en los labios con la cabezota húmeda. "Mmmm, sí, dale, así...", dijo por fin, tras su silencio desde que empezamos. Lo masturbé un poco y luego seguí mamando. Mientras miMa se separaba, Franela se abrió el cinturón (apenas tenía el pene a través del cierre), y se abrió el pantalón, bajándolo sólo unos centímetros. Lo agarré por la cintura y busqué la liga del interior, que estiré hacia abajo para descubrir los testículos. Se los lamí un poco. El tipo se subió un poco la camisa, y miMa aprovechó para chuparle un poco una tetilla. Franela se dejó hacer por un rato, pero no encantándole, aparentemente. En un momento se cubrió el pecho nuevamente, y le puso la mano en el hombro a miMa, empujándolo hacia abajo. Quería que me acompañara en la felación. Así que de repente nos encontramos ambos a la altura de su pene, que Franela se empujaba hacia abajo por la base con dos dedotes, su cabeza poniéndose más dura, más roja, más grande. Nos acercamos cada uno por un lado, y formamos una especie de túnel con las bocas, que el tipo aprovechó bombeando, cogiéndose el espacio entre los dos, el glande rozando nuestros labios en su ida y vuelta. Yo sacaba la lengua para encontrarme con el sabor de su falo, con los labios y la lengua de miMa. Franela aceleraba cada vez más, mientras miMa le acariciaba las bolas con su mano y yo exploraba por su pecho con la mía. Ambos nos pajeábamos aceleradamente, Franela gemía, hasta que se detuvo, puso su mano en mi cabeza y me volteó poniendo mi cachete frente a él, lo que entendí como el acto final. MiMa se juntó un poco, justo cuando Franela chupaba el aire entre sus dientes, se masturbaba furiosamente por unos segundos y el semen blanco, caliente, se disparaba del orificio en su glande y se regaba por mi cara, por el piso, volaba por el aire...
MiMa, sincronizado perfectamente, acabó en su mano viendo la eyaculación del "invitado", y yo después, en el lavamanos del baño cuando todo terminó, mientras Franela se apretaba la verga para exprimir las últimas gotas de semen y buscaba con la vista y en silencio con qué limpiarse. Le largué una franela usada donde se secó la leche, me lavé la cara y le di paso para lavarse.
(*) En UFOlogía, el estudio de Objetos Voladores No Identificados, un encuentro cercano del segundo tipo consiste en avistamiento del tal objeto, mas algún efecto físico asociado: calor, radiación, parálisis de humanos, ganado asustado... tres de los cuatro efectos no está mal, ¿no?
Así que el sábado, un par de días después, nos dimos una vuelta por su puesto de venta. Yo, siempre un poco más zumbao en estas cosas —sobre todo si estoy acompañado— me acerqué, como quien no quiere la cosa, a las ristras de coloridas prendas colgadas, como quien evalúa una compra. Lo cual, de hecho, estaba haciendo.
— Epa, qué hay... —Dejo la pregunta abierta y reviso franelas y camisas, sin verle a la cara.
— Dime, pana, a la orden...— Me mira brevemente, y me reconoce. Comienza también a acomodar su mercancía. Ahora sí busqué sus ojos para asegurarme que supiera a qué nivel estábamos negociando:
— Y... ¿el otro día qué? Yo pensé que te quedabas...
No contestó, pero por su gesto entendí que la cosa no era "el otro día", que estaba allí para resolver. Me miraba esperando la propuesta. De una vez le hablé de dónde resolveríamos.
— ¿Sabes... dónde está el edificio Tal?— MiMa ya estaba a mi lado, viendo camisas y atento al negocio. Lo incluí en la conversa con la mirada.
— Ese está bajando por aquí, ¿no?— Se lo señalé, disimulado. Lugar, listo. Tiró entonces su anzuelo: —Ah, bueno... Pero tú sabes que yo cobro...
No me lo esperaba, tampoco me sorprendió. Pero ya estábamos "montados en el autobús": sí estaba dispuesto. Mientras yo revisaba revisaba las costuras de una franela verde con la bandera de Brasil, le pregunté cuánto.
— Tantosmil, la franela... —disimuló.
— ¿Y en cuánto me dejas dos? —le dije mirando la franela y a miMa. También él lo sopesó.
— Dame otrostantos. —MiMa y yo nos miramos, rápido, y aprobamos. Le devolví la franela de Brasil, con lo que él se acercó bajando la voz: —Espérame en la puerta como en media hora, yo paso por allá...
Ya teníamos cita entonces. ¿Para qué? Bueno, al menos vería el mástil de carne de nuevo; qué hacer con él se vería en el momento. Repasamos algunas medidas y precauciones: lo llevamos a esta habitación. Mosca si tiene un bolso. No dejarlo solo ni en el baño. Cualquier cosa, condón. Y cuidado con el semen...
La media hora pasó como en cinco minutos. Nos entretuvimos en la puerta del edificio viendo películas quemadas, y al rato lo vimos acercarse, apurado y viendo a los lados como si temiera ser seguido. MiMa abrió la puerta y Franela pasó, sin vernos, cual celebridad con guardaespaldas. Paranoico de ser visto en ese trance. En el ascensor miraba a las puertas, preguntaba. "¿Hay alguien más en el apartamento?" No. "Nada más ustedes dos?" Sí, nada más.
Llegamos a casa y miró alrededor antes de llevarse las manos al cierre del pantalón, que ya se veía abultado. "No, aquí", le dije señalándole la habitación. Entonces entró al baño — a lavarse, por lo que se oía— y cuando salió ya le esperábamos al lado de la cama. Entró, se paró a mi lado y se abrió el cierre. Metí la mano y lo que saqué sobrepasó mis expectativas, pues no la había visto antes tan de cerca: una tremenda verga morena, ya semierecta, que al apretarla sentí caliente, latiendo y creciendo más.
Me senté al borde de la cama y ví a Franela a la cara: sólo esperaba lo obvio, mientras se miraba el pene. Eché hacia atrás su piel para descubrir una cabeza ancha y púrpura de bordes gruesos, y de inmediato me la metí en la boca... Su calor me inundó y me recorrió el cuerpo. Él empezó a bombear dentro de mi boca con el miembro, que yo trataba de acomodar hasta donde fuera posible.
Me separé tras una buena mamada inicial, para liberar mi propio pene que estaba a reventar, y miMa se hizo cargo. Esta es una escena que me gusta ver, así que me paré mientras me abría el pantalón, para apreciar el trabajo de miMa, dándole lengua a la verga morena y masturbándose al mismo tiempo, y la cara de concentración de Franela, sus manos en la cintura y la cara ladeada, viéndose adorado por el falo.
Pero no quería perderme la merienda. Me acerqué, ahora dándome unos toques al miembro, y como siempre en estos casos, tanteé hasta dónde podía llegar con el tipo: me le acerqué con mi pene en la mano hasta casi estar a su lado, a ver qué hacía. Ni lo vió, y alejó disimulado la mano. No hay caso: sólo quiere una cosa. Me senté de nuevo y le agarré el miembro a la mitad, guiándolo a la boca de miMa, dándole ligeros golpecitos en los labios con la cabezota húmeda. "Mmmm, sí, dale, así...", dijo por fin, tras su silencio desde que empezamos. Lo masturbé un poco y luego seguí mamando. Mientras miMa se separaba, Franela se abrió el cinturón (apenas tenía el pene a través del cierre), y se abrió el pantalón, bajándolo sólo unos centímetros. Lo agarré por la cintura y busqué la liga del interior, que estiré hacia abajo para descubrir los testículos. Se los lamí un poco. El tipo se subió un poco la camisa, y miMa aprovechó para chuparle un poco una tetilla. Franela se dejó hacer por un rato, pero no encantándole, aparentemente. En un momento se cubrió el pecho nuevamente, y le puso la mano en el hombro a miMa, empujándolo hacia abajo. Quería que me acompañara en la felación. Así que de repente nos encontramos ambos a la altura de su pene, que Franela se empujaba hacia abajo por la base con dos dedotes, su cabeza poniéndose más dura, más roja, más grande. Nos acercamos cada uno por un lado, y formamos una especie de túnel con las bocas, que el tipo aprovechó bombeando, cogiéndose el espacio entre los dos, el glande rozando nuestros labios en su ida y vuelta. Yo sacaba la lengua para encontrarme con el sabor de su falo, con los labios y la lengua de miMa. Franela aceleraba cada vez más, mientras miMa le acariciaba las bolas con su mano y yo exploraba por su pecho con la mía. Ambos nos pajeábamos aceleradamente, Franela gemía, hasta que se detuvo, puso su mano en mi cabeza y me volteó poniendo mi cachete frente a él, lo que entendí como el acto final. MiMa se juntó un poco, justo cuando Franela chupaba el aire entre sus dientes, se masturbaba furiosamente por unos segundos y el semen blanco, caliente, se disparaba del orificio en su glande y se regaba por mi cara, por el piso, volaba por el aire...
MiMa, sincronizado perfectamente, acabó en su mano viendo la eyaculación del "invitado", y yo después, en el lavamanos del baño cuando todo terminó, mientras Franela se apretaba la verga para exprimir las últimas gotas de semen y buscaba con la vista y en silencio con qué limpiarse. Le largué una franela usada donde se secó la leche, me lavé la cara y le di paso para lavarse.
(*) En UFOlogía, el estudio de Objetos Voladores No Identificados, un encuentro cercano del segundo tipo consiste en avistamiento del tal objeto, mas algún efecto físico asociado: calor, radiación, parálisis de humanos, ganado asustado... tres de los cuatro efectos no está mal, ¿no?
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lunes, 25 de junio de 2007
La marcha es este domingo
Como ya me lo confirmó mi amigo el activista ayer, este domingo 1° de julio es la Marcha del Orgullo Gay de Caracas. Siguen siendo sus coordenadas Parque del Este como inicio y Plaza Venezuela como llegada.
Ya tengo lista mi cámara y mis zapatos cómodos: en años anteriores había esperado la manifestción en su llegada, la Plaza de los Museos, pero esta vez quiero recorrer, si no toda, gran parte de la ruta planteada.
Y como me dijo "mi hijo" DD en estos días, hay que ir a ver papitos... ¡Y dejarse ver, digo yo! No tanto como para salir en la foto de portada el lunes siguiente en Últimas Noticias, pero... estar allí. Hacerse sentir. Formar parte de un colectivo que, como toda agrupación humana, tiene sus fallas, contradicciones, bajezas, miopías... pero también sus fortalezas, sus deseos, y sobre todo sus derechos y sus justos reclamos.
Ahora bien... ¿por qué marchar? ¿Hay alguna reclamación en el aire, alguna petición concreta de nuestro colectivo a la sociedad en general, que debamos promover? Porque además del previsible desfile de machos buenazos y liberador bonche callejero (adornado de plumas y faralaos, seguramente) debemos estar concientes de que como grupo estamos sentando una posición. Un punto de vista.
Leí en el blog de Jogreg su acertada opinión acerca de estos eventos y, tal como se lo comenté allá, me parece que lo importante de la marcha no debe ser necesariamente el bonche (¡¡¡que también vamos a disfrutar, quién lo duda!!!), sino establecer una presencia, una visibilidad como conjunto.
Muchos dicen que al marchar, nos estamos segregando del resto de las personas cuando deberíamos buscar, en realidad, lo contrario. La diferencia de punto de vista puede ser sutil, pero yo creo que precisamente el reconocimiento del colectivo gay pasa constantemente por afirmarse como grupo visible y numeroso, que existe y seguirá existiendo —y no afirmar orgullo, que tampoco comparto plenamente: soy así; ¿por qué habría de estar orgulloso? Es como estar orgulloso de tener dos piernas: no hice nada para lograrlo. ¿Si fuese de otra forma me avergonzaría entonces? Tampoco.
Quienes piensan que para ser aceptados debemos dejar de manifestar, creo que en el fondo no temen que nos volvamos un gueto auto-aislado, sino que temen ser señalados, estar bajo la lupa pública. No claman la integración para ser normales, la claman para ser invisibles.
Hay muchos derechos y reivindicaciones que se logran sólo con presión y constancia. Sabemos que los derechos de las parejas gay se han logrado en otros países de esa forma, y no pretendiendo que diluyéndonos en la mayoría tarde o temprano seremos aceptados...
¿Y qué pasa con los que dicen que no quieren juntarse con una parranda de locas en plumas y vestido? ¿Los que no le ven la gracia a un poco de hombres imitando a Shakira o a Miss Venezuela? Yo soy uno de ellos: no discrimino a nadie, pero nunca me verán desatándome ese día, ni maquillándome para ejercer mi derecho a que me gusten los hombres. Soy hombre, y natural, normal.
Y precisamente por eso es que pienso que el mayor grupo de la marcha tiene que ser el de carajos normales, como yo, como la mayoría de amigos gay que tengo, que somos cualquier persona: el vecino, el amigo, el compañero de trabajo. Tipos comunes y corrientes. Así la gente tiene que darse cuenta de que formamos parte de su entorno inmediato y cotidiano. Que no somos monstruos a quienes temer. Y esto sin desdecir de quienes elijan ir de "locas" —de hecho, estaremos celebramos la inclusión si, al ser diferentes, marchamos juntos...
¿Y ustedes qué piensan?
Ya tengo lista mi cámara y mis zapatos cómodos: en años anteriores había esperado la manifestción en su llegada, la Plaza de los Museos, pero esta vez quiero recorrer, si no toda, gran parte de la ruta planteada.
Y como me dijo "mi hijo" DD en estos días, hay que ir a ver papitos... ¡Y dejarse ver, digo yo! No tanto como para salir en la foto de portada el lunes siguiente en Últimas Noticias, pero... estar allí. Hacerse sentir. Formar parte de un colectivo que, como toda agrupación humana, tiene sus fallas, contradicciones, bajezas, miopías... pero también sus fortalezas, sus deseos, y sobre todo sus derechos y sus justos reclamos.
Ahora bien... ¿por qué marchar? ¿Hay alguna reclamación en el aire, alguna petición concreta de nuestro colectivo a la sociedad en general, que debamos promover? Porque además del previsible desfile de machos buenazos y liberador bonche callejero (adornado de plumas y faralaos, seguramente) debemos estar concientes de que como grupo estamos sentando una posición. Un punto de vista.
Leí en el blog de Jogreg su acertada opinión acerca de estos eventos y, tal como se lo comenté allá, me parece que lo importante de la marcha no debe ser necesariamente el bonche (¡¡¡que también vamos a disfrutar, quién lo duda!!!), sino establecer una presencia, una visibilidad como conjunto.
Muchos dicen que al marchar, nos estamos segregando del resto de las personas cuando deberíamos buscar, en realidad, lo contrario. La diferencia de punto de vista puede ser sutil, pero yo creo que precisamente el reconocimiento del colectivo gay pasa constantemente por afirmarse como grupo visible y numeroso, que existe y seguirá existiendo —y no afirmar orgullo, que tampoco comparto plenamente: soy así; ¿por qué habría de estar orgulloso? Es como estar orgulloso de tener dos piernas: no hice nada para lograrlo. ¿Si fuese de otra forma me avergonzaría entonces? Tampoco.
Quienes piensan que para ser aceptados debemos dejar de manifestar, creo que en el fondo no temen que nos volvamos un gueto auto-aislado, sino que temen ser señalados, estar bajo la lupa pública. No claman la integración para ser normales, la claman para ser invisibles.
Hay muchos derechos y reivindicaciones que se logran sólo con presión y constancia. Sabemos que los derechos de las parejas gay se han logrado en otros países de esa forma, y no pretendiendo que diluyéndonos en la mayoría tarde o temprano seremos aceptados...
¿Y qué pasa con los que dicen que no quieren juntarse con una parranda de locas en plumas y vestido? ¿Los que no le ven la gracia a un poco de hombres imitando a Shakira o a Miss Venezuela? Yo soy uno de ellos: no discrimino a nadie, pero nunca me verán desatándome ese día, ni maquillándome para ejercer mi derecho a que me gusten los hombres. Soy hombre, y natural, normal.
Y precisamente por eso es que pienso que el mayor grupo de la marcha tiene que ser el de carajos normales, como yo, como la mayoría de amigos gay que tengo, que somos cualquier persona: el vecino, el amigo, el compañero de trabajo. Tipos comunes y corrientes. Así la gente tiene que darse cuenta de que formamos parte de su entorno inmediato y cotidiano. Que no somos monstruos a quienes temer. Y esto sin desdecir de quienes elijan ir de "locas" —de hecho, estaremos celebramos la inclusión si, al ser diferentes, marchamos juntos...
¿Y ustedes qué piensan?
martes, 19 de junio de 2007
¿Mi amigo DD se convierte?
Hola, papi, feliz día. Qué hacen?Es domingo, Día del Padre.
No tengo hijos, mucho menos uno que tenga celular y me escriba mensajes.
Es mi amigo DD, que a raíz de un viejo chiste entre nosotros, me llama papá y yo lo llamo hijo (otro post explicará esto). Estoy en el cine con miMa y unos amigos, comenzando a ver Exterminio 2. Se lo escribo, tapando la pantalla para no molestar a los muchachos.
Me la cuentas. Y por fin cuando es la marcha? Quiero tomar fotos y ver el desfile de papitos...En esto sí parece hijo mío, qué orgullo... (se refiere a la Marcha del Orgullo Gay de Caracas). Le cuento que no está segura la fecha, y que papitos era lo que estaba viendo yo, en el centro comercial y la cola del cine.
Perra! Y cuando vamos a bailar? Se me esta olvidando...Así seguimos con los mensajes, yo tratando de concentrarme en las primeras escenas de la película. Luego de otras naderías me suelta esta perla:
Papi, me estoy volviendo pasiva, estoy viendo braguetas que jode...Ahora sí tengo que hacer un esfuerzo para aguantar la carcajada en el cine: ¡DD es el marico más consistentemente activo que conozco, si es que tales roles tienen alguna validez! Le gustan los hombres —en eso está claro— pero siempre ha sido la parte de arriba del asunto. Se ha cogido a media urbanización donde vive, y una buena parte de mi propia zona. Me ha cogido a mí, por Dios, pero esa es otra historia... Y como cada vez que insinúa su decisión de, ahora sí, dejarse penetrar o darle a alguien la felación que siempre recibe, me lo tomo a broma y le contesto:
Ya era hora! Despues de todas las que has hecho... Te vere mamando...Mientras él escribe, le muestro a miMa el mensaje de su preocupación con las braguetas. Entorna los ojos —también se sabe los cuentos de DD: que si me lo voy a buscar grandote, que si tiene que ser bello, que después que empiece se va a volver una pasiva más — y en eso llega la respuesta:
Bueno, tiene que ser en el club, con uno grandote, que me haga vomitar, jajajaMi amigo se repite... ¿Será que me está anunciando lo que ya tiene intención de hacer? No lo creo: nunca ha manifestado ninguna clase de interés por un pene que no sea el suyo propio. Si, como dicen algunos, la felación hiciera algo con el tamaño del miembro, DD orinaría por el ruedo del pantalón.
Bueno, ya te contare cuando me den por la boca, tu sabes que soy muy espontaneo...Cómo dudarlo. Tampoco lo dejo escapar:
Contarme no, debo verte, bastante me has visto tu hacerlo... Te tomare fotos.Hemos tenido esa conversación antes, y creo que no pasa de ser una broma para mensajearnos. Pero, ¿puede cansarse un gay de su rol sexual común, y cambiarse sólo para probar? No él, pero tal vez. ¿Y si alguien siempre ha deseado probar, y no se haya atrevido por alguna extraña causa? Otro amigo mío, de similares características y costumbres —aunque no tan solicitado como DD, todo hay que decirlo— piensa que si alguna vez "da culo" (es bastante directo, mi amigo), teme que le vaya a gustar mucho y se vuelva "una loca". ¿Cuán loca te vuelves si sólo te penetran una vez, para ver qué tal? ¿Y por hacer una mamada? ¿Dos, cien? Algunos creen tener una frontera bastante cercana: un compañero de trabajo (hétero) que tuve se partía de risa cuando le mostré fotos de tipos autofelándose. Le lancé la pregunta: Si pudieras doblarte así, ¿lo harías, te darías a ti mismo ese placer? "Qué va... ¿Y si me queda gustando mamar güevo?"
Tal vez DD necesite un poco de apoyo para intentar lo que nunca ha hecho. Una especie de aprobación, si bien simbólica. Quizás necesita que le prometa que no va a empezar a caminar extraño o a pintarse las uñas si toca un pene con la boca... Aunque en el fondo él sabe todo eso: conoce mis preferencias y las de otros cuantos, y sabe que somos y nos vemos como personas normales, no desarrollamos ninguna preferencia por sedas rosadas o tacones... El mensaje que debo enviarle, ya fuera del cine y una vez que escribí esto para leerlo y pensarlo, quizá deba ser:
Solo ve dentro de ti. Tu sabes quien eres, y lo que hagas no debe cambiar lo que piensas de ti mismo...Y además, siempre me quedarán las fotos de recuerdo.
domingo, 10 de junio de 2007
Bisexualidad
Un reciente post de mi amigo Patacaliente me puso a pensar, cuando le respondía, sobre la bisexualidad, que él profesa (¿practica? ¿siente? ¿representa? Help me here...). Me parece que me explayaba demasiado en el comment, así que corté y me traje el resto de la reflexión para acá.
No puedo decir que haya tenido una opinión invariable sobre la bisexualidad a lo largo de mi vida. Alguna vez me pareció una definición que encerraba a los "hipersexuados", los que veían sexo y morbo en todo ser viviente: no una opción sino la suma de todas las opciones, la de los que lo quieren todo. Mas esta era una visión bastante genital (y un poco paranoica) del asunto, del que no tomaba en cuenta la dimensión afectiva.
No dejé de pensar también que los gays indecisos o inseguros se llamaban a sí mismos bisexuales; así podían tener una relación heterosexual que poder "mostrar" en el mundo normal, y echar una cana de vez en cuando con los de su mismo patio —donde realmente se sentían a gusto— sin sentirse culpables o raros. Una especie de paso previo a la aceptación de la condición gay. Y como dice Pata, es casi tópico que los gays declarados vean a los que se dicen bisexuales con una especie de paciente incredulidad: Sí, claro... Bi. Tú lo que pasa es que no quieres que te digan marico...
Y aunque esa perspectiva también me negaba de plano que existiera una real bisexualidad, aún ahora creo que hay algunos se engañan de esa forma, o no están en capacidad de reconocer ante sí mismos que gustan de personas de su mismo sexo y lo disfrazan como "uno de los colores" de la "amplia" gama sexual que abarcan. Creo que sufren, y en el proceso hacen sufrir a la persona que está a su lado sirviendo de tapadera de los verdaderos sentimientos...
Esa es una cosa que nunca pude hacer. Puedo hablar por mí. Soy gay, pero como muchos, tuve novia a la edad en que eso comenzaba a ser práctica (bueno, más bien un poco tarde), y aunque creo que esa fue una etapa muy importante y feliz en mi vida—hubo amor, me sentía en verdad bien con esa persona— me movieron más las ganas de encajar en la norma y el empeño de ella (nunca fui muy asertivo) que el deseo real de estar con una mujer. Por eso el sexo... quedó pendiente. Hubo quizá miedo, al menos de mi parte. Y una de las muchas voces que escucho en mi cabeza cuando me adentro en esos temas dice que de haber sido más decidido en cuanto a intimar con ella, tal vez (sólo tal vez) mi universo sexual/emotivo sería muy distinto al de la actualidad. No lo sé. Pero eso es otro tema.
Lo que sí me quedó claro fue que, una vez aceptado el hecho de que me gustaban los hombres (y créanme, que tardé en darme cuenta; creo que más que las personas que me rodeaban), no iba a hacer creer a nadie una cosa cuando sentía otra —y menos a una persona que se involucrara sentimentalmente conmigo. No me verá nunca nadie, y menos a estas alturas, simular una relación o tan siquiera simular deseo sexual en una conversación de pasillo entre machos, para salvar mi imagen ante los "normales".
Tal vez lo que he sacado en claro de todo este barullo confuso en mi modo de ver la bisexualidad es que ahora mismo tal vez sí reconozco la afectividad como parte del tema. Una persona bisexual puede desear a otras de su mismo sexo o del opuesto, pero también puede enamorase de ambas (no a la vez, se entiende; eso también es otro tema); yendo incluso más allá, una persona puede tirar frecuentemente con otra del sexo opuesto (¡puede incluso, cuando la lujuria es demasiada, tirar con una muñeca de plástico, con un bistec crudo, con el perro del vecino!), pero hay que hurgar en dónde se haya la emocionalidad de esa persona para ver la verdadera inclinación.
Hace unos años me abrí (en el sentido emocional: me salí del clóset) ante un gran amigo hétero a quien ya había contado, cervezas de por medio y para saciar su socarrona curiosidad, que mis encuentros sexuales habían ocurrido tanto con hombres como con mujeres. Esto último de las mujeres, aunque fuera cierto, lo sostuve más por pena, más como un último vestigio de lo que me hacía similar a él: ey, también cojo hembras como tú, no me odies. "¡Pero si tiras con mujeres, y sé que lo hiciste con XYZ, no eres marico!, me decía. "Si acaso bisexual". "Habré tirado," le dije quitandome del rostro el último vestigio de máscara, incluso descubriéndolo para mí mismo: "pero no me enamoro. Sólo he querido a hombres". Se rindió: tenía un pana marico.
Creo finalmente que la dirección del deseo es otra de las diferencias entre el ser bi y ser gay confundido: el que quiera o diga querer mucho a la persona del sexo opuesto con la que hace pareja, pero no sienta o exprese similar deseo por ella, y sí por los de su mismo género (y que además, sienta culpa por ese deseo "pecaminoso" o "transgresor") no es bisexual. Es, como las sabias locas de más arriba, que no quiere que le digan marico...
No puedo decir que haya tenido una opinión invariable sobre la bisexualidad a lo largo de mi vida. Alguna vez me pareció una definición que encerraba a los "hipersexuados", los que veían sexo y morbo en todo ser viviente: no una opción sino la suma de todas las opciones, la de los que lo quieren todo. Mas esta era una visión bastante genital (y un poco paranoica) del asunto, del que no tomaba en cuenta la dimensión afectiva.
No dejé de pensar también que los gays indecisos o inseguros se llamaban a sí mismos bisexuales; así podían tener una relación heterosexual que poder "mostrar" en el mundo normal, y echar una cana de vez en cuando con los de su mismo patio —donde realmente se sentían a gusto— sin sentirse culpables o raros. Una especie de paso previo a la aceptación de la condición gay. Y como dice Pata, es casi tópico que los gays declarados vean a los que se dicen bisexuales con una especie de paciente incredulidad: Sí, claro... Bi. Tú lo que pasa es que no quieres que te digan marico...
Y aunque esa perspectiva también me negaba de plano que existiera una real bisexualidad, aún ahora creo que hay algunos se engañan de esa forma, o no están en capacidad de reconocer ante sí mismos que gustan de personas de su mismo sexo y lo disfrazan como "uno de los colores" de la "amplia" gama sexual que abarcan. Creo que sufren, y en el proceso hacen sufrir a la persona que está a su lado sirviendo de tapadera de los verdaderos sentimientos...
Esa es una cosa que nunca pude hacer. Puedo hablar por mí. Soy gay, pero como muchos, tuve novia a la edad en que eso comenzaba a ser práctica (bueno, más bien un poco tarde), y aunque creo que esa fue una etapa muy importante y feliz en mi vida—hubo amor, me sentía en verdad bien con esa persona— me movieron más las ganas de encajar en la norma y el empeño de ella (nunca fui muy asertivo) que el deseo real de estar con una mujer. Por eso el sexo... quedó pendiente. Hubo quizá miedo, al menos de mi parte. Y una de las muchas voces que escucho en mi cabeza cuando me adentro en esos temas dice que de haber sido más decidido en cuanto a intimar con ella, tal vez (sólo tal vez) mi universo sexual/emotivo sería muy distinto al de la actualidad. No lo sé. Pero eso es otro tema.
Lo que sí me quedó claro fue que, una vez aceptado el hecho de que me gustaban los hombres (y créanme, que tardé en darme cuenta; creo que más que las personas que me rodeaban), no iba a hacer creer a nadie una cosa cuando sentía otra —y menos a una persona que se involucrara sentimentalmente conmigo. No me verá nunca nadie, y menos a estas alturas, simular una relación o tan siquiera simular deseo sexual en una conversación de pasillo entre machos, para salvar mi imagen ante los "normales".
Tal vez lo que he sacado en claro de todo este barullo confuso en mi modo de ver la bisexualidad es que ahora mismo tal vez sí reconozco la afectividad como parte del tema. Una persona bisexual puede desear a otras de su mismo sexo o del opuesto, pero también puede enamorase de ambas (no a la vez, se entiende; eso también es otro tema); yendo incluso más allá, una persona puede tirar frecuentemente con otra del sexo opuesto (¡puede incluso, cuando la lujuria es demasiada, tirar con una muñeca de plástico, con un bistec crudo, con el perro del vecino!), pero hay que hurgar en dónde se haya la emocionalidad de esa persona para ver la verdadera inclinación.
Hace unos años me abrí (en el sentido emocional: me salí del clóset) ante un gran amigo hétero a quien ya había contado, cervezas de por medio y para saciar su socarrona curiosidad, que mis encuentros sexuales habían ocurrido tanto con hombres como con mujeres. Esto último de las mujeres, aunque fuera cierto, lo sostuve más por pena, más como un último vestigio de lo que me hacía similar a él: ey, también cojo hembras como tú, no me odies. "¡Pero si tiras con mujeres, y sé que lo hiciste con XYZ, no eres marico!, me decía. "Si acaso bisexual". "Habré tirado," le dije quitandome del rostro el último vestigio de máscara, incluso descubriéndolo para mí mismo: "pero no me enamoro. Sólo he querido a hombres". Se rindió: tenía un pana marico.
Creo finalmente que la dirección del deseo es otra de las diferencias entre el ser bi y ser gay confundido: el que quiera o diga querer mucho a la persona del sexo opuesto con la que hace pareja, pero no sienta o exprese similar deseo por ella, y sí por los de su mismo género (y que además, sienta culpa por ese deseo "pecaminoso" o "transgresor") no es bisexual. Es, como las sabias locas de más arriba, que no quiere que le digan marico...
miércoles, 30 de mayo de 2007
"¿Hay alguien allá atrás?" (Franela, II)
La primera vez que ví el pene erecto de Franela, aquel día por las escaleras del edificio al final del callejón, no fue la primera vez que supe de él; de hecho, como dije, tiene un puesto como buhonero cerca de mi casa y ya lo conocía de vista desde hacía algún tiempo. Habíamos comentado, miMa y yo, su apariencia, a mitad de camino entre el típico malandro repelente de jeans anchos y colgantes y el interesante macho callejero deseable para un revolcón. La diferencia a menudo pueden ser detalles: unas manos grandes, el corte de pelo especialmente varonil, una espalda que se adivina musculosa a pesar de la delgadez... un bulto algo notorio cuando se recuesta de un carro, detrás de su puesto de franelas.
Todos esos detalles me volvieron a la mente cuando volvía a casa una mañana y, de paso por el callejón que uso para recortar camino, reconocí al tipo. A su espalda, de hecho, pues en un segundo me dí cuenta de que estaba orinando contra la pared (ya habría fumado y se disponía a regresar a la venta), una mano hacia adelante sosteniéndose el miembro, la otra en la cintura —esa pose, por cierto, me baja las medias—, mirando alternativamente a un lado y al otro por si venía gente. Fue entonces que me vio, y siguió en lo suyo pero ahora mirando hacia abajo: a su pene, o al chorro, o a la pared.
Una pequeña tensión comienza a tejerse en el aire mientras sigo caminando a sus espaldas, el paso definitivamente más lento. Sé que me sigue con el rabillo del ojo; con rápidas miradas verifica también que nadie viene del otro lado. Antes de doblar la esquina hay unas escaleras de concreto con una amplia separación entre los escalones, que queda momentáneamente entre nosotros: ahora puedo voltear con libertad, deteniéndome y dejando claro que lo observo, su silueta ahora partida en una serie de franjas horizontales. Él ya ha terminado de aliviarse, y sabe que estoy allí: parado semioculto a unos pocos metros, de frente a él, que ahora me ofrece su perfil derecho.
Y lo que sobresale de su silueta, en una de las franjas que veo, es su pene —moreno, cabezón y sembrado de venas— que nace del cierre de su jean y que él sacude con una mano aunque ya no haga falta, al menos para salpicar las últimas gotas: lo mueve de arriba abajo para que empiece a engordar, rápidamente, y estirarse con la excitación furiosa del que se sabe observado. Ante mis ojos el miembro es en breve un robusto mástil de carne como de veinte centímetros, mantenido horizontal para que se vea bien entre los escalones, y con una brillante y gorda cabeza púrpura que casi se clava de frente contra la pared rayada de orines. Unas franjas más arriba, su cara me reta a que lo detalle bien, a que lo disfrute desde donde estoy. Franela, la cadera ligeramente echada hacia adelante y las piernas rectas y separadas —un morboso Superman de la economía informal— disfruta de mi estado hipnotizado, del silencio cómplice en el ambiente, y alterna la vista entre el otro extremo del callejón, su verga latiente y erecta, y mi cara, a la que dirige señas para que yo "resuelva", diga qué, "le hable claro".
Recuerdo de repente donde estamos y miro al frente, hacia la salida del callejón a la que me dirigía, al voltear la esquina, por si acaso. Franela lo capta y, encorvándose un poco para recogerse el pene pero sin guardarlo todavía, señala con la boca hacia mi salida y pregunta, precavido: "¿Hay alguien allá atrás?"
Su mano está al frente del rojo glande de su güevo, más que tapándolo, como si bloqueara con la palma su orificio, pero aún no lo guarda, así que siento que el momento aún se puede aprovechar; "No, nadie," le aseguro con tranquilidad. Quiere acción, pienso; ahora se viene bajo la escalera y me deja jugar con su grueso falo, hacerle una rápida paja, probar el néctar que abrillanta su cabeza...
Dos segundos de rápida evaluación de la situación, inmóvil mirando hacia ninguna parte, sopesando entre el riesgo del sitio (y de su hombría) y el placer o beneficio posibles (todo es negocio), y de repente todo termina: con un veloz movimiento Franela se guarda el miembro aún excitado, da media vuelta y se aleja caminando, callejón arriba hacia su acera y su puesto, sin voltear ninguna vez y forzándome, al verme de repente allí parado, solo y con el pulso acelerado, a continuar con mi camino, a lidiar en casa con el húmedo bulto que ha provocado entre mis piernas.
Todos esos detalles me volvieron a la mente cuando volvía a casa una mañana y, de paso por el callejón que uso para recortar camino, reconocí al tipo. A su espalda, de hecho, pues en un segundo me dí cuenta de que estaba orinando contra la pared (ya habría fumado y se disponía a regresar a la venta), una mano hacia adelante sosteniéndose el miembro, la otra en la cintura —esa pose, por cierto, me baja las medias—, mirando alternativamente a un lado y al otro por si venía gente. Fue entonces que me vio, y siguió en lo suyo pero ahora mirando hacia abajo: a su pene, o al chorro, o a la pared.
Una pequeña tensión comienza a tejerse en el aire mientras sigo caminando a sus espaldas, el paso definitivamente más lento. Sé que me sigue con el rabillo del ojo; con rápidas miradas verifica también que nadie viene del otro lado. Antes de doblar la esquina hay unas escaleras de concreto con una amplia separación entre los escalones, que queda momentáneamente entre nosotros: ahora puedo voltear con libertad, deteniéndome y dejando claro que lo observo, su silueta ahora partida en una serie de franjas horizontales. Él ya ha terminado de aliviarse, y sabe que estoy allí: parado semioculto a unos pocos metros, de frente a él, que ahora me ofrece su perfil derecho.
Y lo que sobresale de su silueta, en una de las franjas que veo, es su pene —moreno, cabezón y sembrado de venas— que nace del cierre de su jean y que él sacude con una mano aunque ya no haga falta, al menos para salpicar las últimas gotas: lo mueve de arriba abajo para que empiece a engordar, rápidamente, y estirarse con la excitación furiosa del que se sabe observado. Ante mis ojos el miembro es en breve un robusto mástil de carne como de veinte centímetros, mantenido horizontal para que se vea bien entre los escalones, y con una brillante y gorda cabeza púrpura que casi se clava de frente contra la pared rayada de orines. Unas franjas más arriba, su cara me reta a que lo detalle bien, a que lo disfrute desde donde estoy. Franela, la cadera ligeramente echada hacia adelante y las piernas rectas y separadas —un morboso Superman de la economía informal— disfruta de mi estado hipnotizado, del silencio cómplice en el ambiente, y alterna la vista entre el otro extremo del callejón, su verga latiente y erecta, y mi cara, a la que dirige señas para que yo "resuelva", diga qué, "le hable claro".
Recuerdo de repente donde estamos y miro al frente, hacia la salida del callejón a la que me dirigía, al voltear la esquina, por si acaso. Franela lo capta y, encorvándose un poco para recogerse el pene pero sin guardarlo todavía, señala con la boca hacia mi salida y pregunta, precavido: "¿Hay alguien allá atrás?"
Su mano está al frente del rojo glande de su güevo, más que tapándolo, como si bloqueara con la palma su orificio, pero aún no lo guarda, así que siento que el momento aún se puede aprovechar; "No, nadie," le aseguro con tranquilidad. Quiere acción, pienso; ahora se viene bajo la escalera y me deja jugar con su grueso falo, hacerle una rápida paja, probar el néctar que abrillanta su cabeza...
Dos segundos de rápida evaluación de la situación, inmóvil mirando hacia ninguna parte, sopesando entre el riesgo del sitio (y de su hombría) y el placer o beneficio posibles (todo es negocio), y de repente todo termina: con un veloz movimiento Franela se guarda el miembro aún excitado, da media vuelta y se aleja caminando, callejón arriba hacia su acera y su puesto, sin voltear ninguna vez y forzándome, al verme de repente allí parado, solo y con el pulso acelerado, a continuar con mi camino, a lidiar en casa con el húmedo bulto que ha provocado entre mis piernas.
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viernes, 25 de mayo de 2007
Pasivo
El cuento me ha quedado un poco largo, pero creo que logré desarrollar la idea que me rondaba, la clásica dicotomía de los roles de género en una relación gay. Y cómo disfruté escribiéndolo...
Así es, soy pasivo. Pasivito. Y por fin te tengo aquí, frente a esta cama, y estamos solos y ya vas a ver lo que es bueno. Ven.
Mmm. Qué serio. No pareces el de hace rato. ¡Eeeso! ¿Ves? La misma sonrisa que tenías allá, de que te las sabes todas. La mueca de medio lado del que sabe que lo están viendo. Picardía de macho sobrao. Sabías que te veía, ¿no? ¡Claro! ¿Si no, por qué voltear a verme cuado te llevaron la cerveza que te invité?
Pégate acá... así. Déjame quitarte... ¿no tienes calor? Así, la camisa. Mmm, bonito pecho, qué par de monedas oscuras tienes ahí... Yo aquí sentado, tú parado entre mis piernas: tus pezones quedan a la altura de mi boca... Ven...
Acerco mi cara a tu abdomen, huelo tu cuerpo, bajo hasta tu sexo mientras sostengo tus brazos contra la cama para impedirte cualquier iniciativa... Cuando sientes mi aliento sobre tu pene empujas con la cadera, quieres que me lo trague todo. Le paso la lengua, siento su acre aroma y sabor, pero aún no... su cabeza está a punto de estallar, y gotea de líquido preseminal. Lengüeteo tus testículos un poco y gimes; abro un poco tus piernas para bajar hasta la húmeda y caliente raja de tu culo virgen. Te alteras por mi cercanía a ese territorio inexplorado, pero te calmo con la mirada. Levanto tu pene con la mano, apretándolo, saludándolo con la punta de la lengua, y sabes que debes pactar: en efecto, abres un poco más y, luego de dejarme deleitar un rato con tu rosado culito, cuando ya estás convencido de que se siente muy bien el masaje que le hago con mi lengua, te recompenso metiéndome de un tirón tu verga dura y candente en la boca. Aprieto entre los labios su base mientras la cabeza se regocija en el fondo de mi garganta.
Casi te desmayas de placer, y tu grito sorprendido se estira hasta formar un agónico susurro. Comienzas a cogerme frenéticamente por la boca, tus caderas subiendo y bajando a un ritmo de locura, tus nalgas rebotando en mi cama, entre mis manos. Cada vez entras otro poco, tus vellos hacen cosquillas en mi nariz con cada arremetida, tu verga se endurece más y más. Me detengo, me retiro: antes de procurarte el orgasmo que ya se siente cercano, me subo a tu cuerpo y sin tiempo para quejarte —aún tus caderas danzando— estoy acostado sobre ti, balanceándome a tu ritmo y con mi cara a nivel de la tuya, mirando profundo a esos ojos sorprendidos, a ese rostro que me pide con un gesto casi infantil que siga, que no pare. Pero yo quiero darte otro uso.
Nuestros penes ahora batallan allá abajo, frente a frente, pero no pareces darte cuenta cuando te clavo un beso, con mi lengua abro tu boca que por un instante retrocede, tu cabeza bajando hasta el colchón; pero el placer no te deja pensar y ahora atacas, levantas tu cara para encontrarme y hundes tu lengua explorando en mi, tu mano detrás de mi cuello para acercarme más y no dejarme escapar. Casi estás sentado, yo a caballo sobre tus caderas; veo tus ojos cerrados fuertemente, en un gesto que es concentración pero que es también un poco negación, una seria duda sobre lo que estás haciendo. Creo que has tenido bastante para una primera vez, y decido darte un sacudón final.
Con una mano te empujo por el pecho hasta acostarte nuevamente, mientras me levanto, de pie sobre ti con los pies a los lados de tu cadera. Tu mirada ya está rendida, tu respiración sigue agitada. Ya sabes que sólo harás lo que yo te permita, así que mientras me bajo a registrar la mesa de noche tu sólo estás allí, explayado, una gran "X" palpitando sobre mi cama. Y en esa posición te quedas cuando me acerco y te coloco rápidamente un condón y me paro nuevamente sobre ti, las manos en las caderas mientras decido cómo y cuándo te atacaré.
Me miras desde abajo, sumiso, mientras voy descendiendo y acerco mi culo a tu candente miembro, que late, se levanta. No dejo que te muevas: con una mano lo levanto y apunto para llegarle poco a poco, para sentir cómo ya mi esfínter empieza a tocarlo, reconocerlo, invadirlo. Quieres apurarlo, te agitas como antes pero me detengo cuando tratas de empujar, así que te quedas tranquilo, a mi ritmo. Pongo mis pies en tus brazos para inmovilizarte, mis manos aprietan tus tobillos, soy otra "X" que desciende sobre ti y ya te traga por el falo, te posee enguyendo tu parte más orgullosa en mis entrañas. Sólo cuando mis nalgas rozan tus testículos y tu verga es toda mía aprieto con los músculos de mi entrada y comienzo a moverme, a brincar de arriba abajo, a sacarle a ese palo de carne todo su jugo que ya no tarda, porque tu espera ha mellado tus fuerzas y tu boca se abre silenciosa mientras te ves aparecer y desaparecer dentro de mi.
Me detengo varias veces para verte a la cara, para hacer más delicado el roce de nuestras partes, y cada una de esas veces me miras a los ojos, reconoces al dueño de ese placer que estás sintiendo y que dejo caer sobre ti poco a poco. Al final el movimiento a pistón se acelera, ya no puedes creer lo poco que falta, y yo salto salvaje agitándome y sintiendo como tu verga se tensa; rebotas tu cadera violento contra mi, gimes y gimes más fuerte hasta que, en un último y profundo movimiento, te paralizas en un grito que repercute en tu vibrante falo rodeado, aprisionado por mi carne que le extrae en rápidas sacudidas su lava blanca, su caliente leche dentro de mi. Cuando dejo de moverme es mi miembro el que toma su turno, tenso luego de todo ese rebote, listo para derramarse libre gracias a tu estímulo en mi culo, y tu mano lo toma para sí y lo masturba, ya derribadas todas las barreras y permitiéndote esa otra primera vez agradecido, correspondiéndome, haciendo que salpique con mi eyaculación todo tu pecho y tu cara, tu cara de dueño de la situación, tu cara de macho victorioso y reivindicado por haber llevado a la cama a otro hombre, por haber poseído esta noche a un... ¿pasivo?
Así es, soy pasivo. Pasivito. Y por fin te tengo aquí, frente a esta cama, y estamos solos y ya vas a ver lo que es bueno. Ven.
Bailas muy bien. Estaba viendo como te movías en el bar, con un deje de fastidio, como quien es muy macho para dejarse llevar, pero con un ritmo preciso y caliente, con morbo. Acentuando el compás con un golpe de caderas que era más un empuje, casi el movimiento que harías si estuvieras montado sobre un culito desnudo, como si tuvieras entre tus manos a esa catira que atiende la barra en lugar de la cerveza que te bebías solo, allí en la esquina.¿Quieres tomarte algo, por cierto? ¿No? Ven, pues, siéntate aquí al lado. O mejor párate aquí, entre mis piernas. Ponte así. Ajá. Quítate eso.
Mmm. Qué serio. No pareces el de hace rato. ¡Eeeso! ¿Ves? La misma sonrisa que tenías allá, de que te las sabes todas. La mueca de medio lado del que sabe que lo están viendo. Picardía de macho sobrao. Sabías que te veía, ¿no? ¡Claro! ¿Si no, por qué voltear a verme cuado te llevaron la cerveza que te invité?
Pégate acá... así. Déjame quitarte... ¿no tienes calor? Así, la camisa. Mmm, bonito pecho, qué par de monedas oscuras tienes ahí... Yo aquí sentado, tú parado entre mis piernas: tus pezones quedan a la altura de mi boca... Ven...
"¿Tú me mandaste esto?", te acercaste caminando hacia mí, apuntándome con la cerveza, riendo como si un pana te echó una vaina, como comentando un chiste. Choqué la botella con la tuya y la empiné para beber y no contestarte sino con la misma mueca de medio lado, con los ojos: retándote a seguir la conversación.Shhh, tranquilo... ¿Nunca te lo habían hecho? Déjame lamerte, así... Te dejas. Es la primera vez, dices. Nunca con otro tipo, dices, pero te muerdo las tetas y te quedas así, tranquilito. Tu olor me invade, te aspiro mientras recorro tu pecho con la lengua, y dejas caer los brazos que tenías como escudo frente a ti, y tu cara te cambia y se cierran tus ojos y me dejas hacer.
Brindarte otra cerveza no me costó mucho; seguir conversando tampoco, ni siquiera al empezar a hablar de sexo —tomando birras, en un bar, la música retumbando y los cuerpos agitándose... ¿acaso hay otro tema?—; aunque sí fue más trabajoso arrinconarte después a preguntas sobre tu experiencia "con panas"...Como estás tan concentrado no me cuesta nada darte un leve empujoncito y echarte de espaldas a la cama. Un leve amago de levantarte cuando sentiste que me ahorcajaba sobre ti, pero mi mano sobre tu —ya despierto— miembro, te relaja: cierto, tú estás en control, tú el hombre. Cuando comienzo a abrirte el pantalón vuelves a apoyar la cabeza, cierras los ojos de nuevo.
"No, yo tengo mi jeva," es la aclaratoria inicial necesaria, "pero hay un chamo por la casa que..." Sólo soltando primero la carta de la novia obligatoria te lanzas a echar un poco más tranquilo el cuento: que si un mariquito de por allá, que si parece una niña, que estabas bebiendo, que nadie lo respeta, que solamente te lo agarró, que nadie sabe nada... Yo afirmo, te sigo la corriente, serio, para no dudar de tu hombría en ningún momento, para quedar claro que tú eres bien macho... Nada más lanzo una que otra tímida flecha —"Mmmm... ajá" comento; "Claro, entiendo", sigo; "¿Y que más? ¿Y después qué hiciste?"— para animarte a seguir, para que no dejes caer la bola. Luego de un rato te la bateo, fuerte: "Qué rico... aunque yo lo hubiera hecho mejor..."Todo comienza a suceder más rápido. Tomo tu pantalón por la cintura y levantas la cadera para liberarlo. Lo deslizo por tus piernas. Aunque ya se asoma la cabeza brillante de tu pene y la mancha húmeda al frente de tu ropa interior me invita, todavía no te toco. Voy por los zapatos. Subes, obediente, cada pierna para que te los quite. Ahora sólo estás en interiores y te acomodas mejor, más arriba en la cama. Me miras para saber qué hacer. Me desnudo al pie de la cama y con la mirada te contengo: espera, yo te diré qué hacer.
"Ah, ¿sí?" te cambió el tono, un poco más bajo ahora. "¿Y qué hubieras hecho tú?", preguntaste tratando de parecer casual, como por seguir conversando, pero yo ya veía que la cara te cambiaba, ya sentías mi ofrecimiento, percibías un chance de lograr algo... Y tu rápido movimiento con la mano tocándote el frente de tu pantalón tampoco se me escapó. Te estabas excitando. Le di un trago largo a lo que quedaba de mi cerveza —ya habías olvidado la tuya— y me acerqué un poco a tu oído antes de caminar hacia la salida. "Más importante que eso es lo que te puedo hacer". Sólo entendiste y me seguiste cuando te enseñé la llave de mi carro desde la puerta del bar. Miré a tu cuello cuando me pasaste a un lado a la salida, y se me escapó una sonrisa mientras pensaba, teatral: "Ya eres..."... mío," susurré mientras te arrancaba los interiores, tu pene dando un salto y rebotando húmedo contra tu estómago. Ibas a tocarte, a menear orgulloso tu falo, pero aparté tu mano: yo lo hago. Tú, quieto ahí.
Acerco mi cara a tu abdomen, huelo tu cuerpo, bajo hasta tu sexo mientras sostengo tus brazos contra la cama para impedirte cualquier iniciativa... Cuando sientes mi aliento sobre tu pene empujas con la cadera, quieres que me lo trague todo. Le paso la lengua, siento su acre aroma y sabor, pero aún no... su cabeza está a punto de estallar, y gotea de líquido preseminal. Lengüeteo tus testículos un poco y gimes; abro un poco tus piernas para bajar hasta la húmeda y caliente raja de tu culo virgen. Te alteras por mi cercanía a ese territorio inexplorado, pero te calmo con la mirada. Levanto tu pene con la mano, apretándolo, saludándolo con la punta de la lengua, y sabes que debes pactar: en efecto, abres un poco más y, luego de dejarme deleitar un rato con tu rosado culito, cuando ya estás convencido de que se siente muy bien el masaje que le hago con mi lengua, te recompenso metiéndome de un tirón tu verga dura y candente en la boca. Aprieto entre los labios su base mientras la cabeza se regocija en el fondo de mi garganta.
Casi te desmayas de placer, y tu grito sorprendido se estira hasta formar un agónico susurro. Comienzas a cogerme frenéticamente por la boca, tus caderas subiendo y bajando a un ritmo de locura, tus nalgas rebotando en mi cama, entre mis manos. Cada vez entras otro poco, tus vellos hacen cosquillas en mi nariz con cada arremetida, tu verga se endurece más y más. Me detengo, me retiro: antes de procurarte el orgasmo que ya se siente cercano, me subo a tu cuerpo y sin tiempo para quejarte —aún tus caderas danzando— estoy acostado sobre ti, balanceándome a tu ritmo y con mi cara a nivel de la tuya, mirando profundo a esos ojos sorprendidos, a ese rostro que me pide con un gesto casi infantil que siga, que no pare. Pero yo quiero darte otro uso.
Nuestros penes ahora batallan allá abajo, frente a frente, pero no pareces darte cuenta cuando te clavo un beso, con mi lengua abro tu boca que por un instante retrocede, tu cabeza bajando hasta el colchón; pero el placer no te deja pensar y ahora atacas, levantas tu cara para encontrarme y hundes tu lengua explorando en mi, tu mano detrás de mi cuello para acercarme más y no dejarme escapar. Casi estás sentado, yo a caballo sobre tus caderas; veo tus ojos cerrados fuertemente, en un gesto que es concentración pero que es también un poco negación, una seria duda sobre lo que estás haciendo. Creo que has tenido bastante para una primera vez, y decido darte un sacudón final.
Con una mano te empujo por el pecho hasta acostarte nuevamente, mientras me levanto, de pie sobre ti con los pies a los lados de tu cadera. Tu mirada ya está rendida, tu respiración sigue agitada. Ya sabes que sólo harás lo que yo te permita, así que mientras me bajo a registrar la mesa de noche tu sólo estás allí, explayado, una gran "X" palpitando sobre mi cama. Y en esa posición te quedas cuando me acerco y te coloco rápidamente un condón y me paro nuevamente sobre ti, las manos en las caderas mientras decido cómo y cuándo te atacaré.
Me miras desde abajo, sumiso, mientras voy descendiendo y acerco mi culo a tu candente miembro, que late, se levanta. No dejo que te muevas: con una mano lo levanto y apunto para llegarle poco a poco, para sentir cómo ya mi esfínter empieza a tocarlo, reconocerlo, invadirlo. Quieres apurarlo, te agitas como antes pero me detengo cuando tratas de empujar, así que te quedas tranquilo, a mi ritmo. Pongo mis pies en tus brazos para inmovilizarte, mis manos aprietan tus tobillos, soy otra "X" que desciende sobre ti y ya te traga por el falo, te posee enguyendo tu parte más orgullosa en mis entrañas. Sólo cuando mis nalgas rozan tus testículos y tu verga es toda mía aprieto con los músculos de mi entrada y comienzo a moverme, a brincar de arriba abajo, a sacarle a ese palo de carne todo su jugo que ya no tarda, porque tu espera ha mellado tus fuerzas y tu boca se abre silenciosa mientras te ves aparecer y desaparecer dentro de mi.
Me detengo varias veces para verte a la cara, para hacer más delicado el roce de nuestras partes, y cada una de esas veces me miras a los ojos, reconoces al dueño de ese placer que estás sintiendo y que dejo caer sobre ti poco a poco. Al final el movimiento a pistón se acelera, ya no puedes creer lo poco que falta, y yo salto salvaje agitándome y sintiendo como tu verga se tensa; rebotas tu cadera violento contra mi, gimes y gimes más fuerte hasta que, en un último y profundo movimiento, te paralizas en un grito que repercute en tu vibrante falo rodeado, aprisionado por mi carne que le extrae en rápidas sacudidas su lava blanca, su caliente leche dentro de mi. Cuando dejo de moverme es mi miembro el que toma su turno, tenso luego de todo ese rebote, listo para derramarse libre gracias a tu estímulo en mi culo, y tu mano lo toma para sí y lo masturba, ya derribadas todas las barreras y permitiéndote esa otra primera vez agradecido, correspondiéndome, haciendo que salpique con mi eyaculación todo tu pecho y tu cara, tu cara de dueño de la situación, tu cara de macho victorioso y reivindicado por haber llevado a la cama a otro hombre, por haber poseído esta noche a un... ¿pasivo?
jueves, 10 de mayo de 2007
Jogreg en BBC Mundo
Tal vez me enteré tarde, pero tenía tiempo sin pasar por su blog, donde me enteré que la BBC Mundo le ha dado a este pana, gay y venezolano, un espacio para expresarse:
Jogreg Henríquez es gay, y en este blog narra la forma en que lo dio a conocer al mundo. Y la manera en que ese mundo reaccionó.Dense una vuelta por allá: los artículos que ha escrito sobre salir del clóset y otros tópicos de nuestro mundo están geniales. Y las batallas que se arman en los comentarios son también para entretenerse un rato...Luego de estudiar decenas de propuestas, la redacción de BBC Mundo decidió darle el primer lugar a esta bitácora digital y publicarla en nuestra página.
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