Franela es buhonero. Ese no es su nombre real, pero trabaja cerca de mi casa vendiendo eso, franelas, y conservamos todos un poco de privacidad si lo llamo así.
Franela es un malandro. Habla como malandro, trabaja en su puesto junto a otros malandros, y hace lo que más de un malandro buhonero hace: se la pasa sentado en el capó de cualquier carro, de franelilla blanca y jean, bebe cerveza escondido (o eso cree él) de una cavita que tiene bajo el puesto; le dice porquerías a cuanta carajita pasa por el puesto o sus cercanías. Si es tetona, mejor: le susurra cerquita, casi le suplica, y se le van los ojos detrás, y se le ve en la cara que está maquinando lo que haría si tan solo...
Y de vez en cuando, así por la tardecita, se da un respiro en su venta y se va callejón abajo, por las escaleras del último edificio de la zona, y disfruta de su cachito de marihuana.
Fue en una de esas escapadas para fumar que lo vi orinando contra una pared y, como me quedé rondando y se dio cuenta, me mostró una bestial erección morena, como retándome a verla bien, a proponerle algo; en efecto cuadramos, y desde entonces, de vez en cuando, nos vemos y aprovecho su tremendo "equipamiento" de la mejor manera posible...
* * *
Bueno, ¿no habíamos quedado en que se babea por carajitas tetonas? Sí, pero no hay que perder de vista que en la calle todo es negocio... Sí, cuando cuadramos se transó por servicios pagos, estamos claros; creo que no hubiera sido posible de otra manera, y tiendo a pensar que, aunque el carajo tuviera las ganas y la curiosidad —el deseo— cobrar dinero le quitaba un poco de la culpa: no estoy tirando con un hombre, estoy sacándole unos reales.
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