martes, 17 de julio de 2007

Algo sobre pagar por sexo...

Un detalle reluce en la historia que he venido contando de Franela, un aspecto con el que no estoy del todo en paz y que tal vez sea también incómodo de manejar para más de uno de los que me lean por acá. Ese detalle es el de pagarle a un tipo para tener sexo con él.

¿Prostitución? El negocio más viejo de la humanidad, dirán. Pero no es eso. Creo. Nunca me he acercado a lo que sería formalmente ese servicio. Leo los clasificados de putos por pura curiosidad y morbo; nunca llamaría. Tampoco rondo los conocidos lugares donde vagan quienes venden su cuerpo cada noche. Esto es diferente.

Los "circuitos de levante" caraqueños se caracterizaban por estar habitados de toda clase de chicos, hombres y no tanto, pendientes de sólo una cosa: un rápido encuentro sexual furtivo y anónimo, tal vez la posibilidad de citarse en otro sitio, pagar un hotel entre dos (o más), ir a casa o incluso esconderse entre arbustos y lograr el anhelado orgasmo clandestino. Hasta ahí, todo normal —si se puede llamar así.

Mas de buenas a primeras estos sitios, cuando no menguaron o desaparecieron bajo el fastidioso acoso policial o de rateritos (no sé cuáles son peores), se comenzó a alimentar de esos chicos que, además de procurarse los tales momentos de intimidad anónima (¿?), buscaban una retribución económica, si bien informal.

La primera vez que subí con alguien a la oficina y me dijo "¿Y con cuánto me vas a ayudar?", me quedé pasmado. ¿Pagarle? ¿Por sexo? ¡Pero si subió por su voluntad! ¡Me lo levanté! ¡Yo ya tenía mi mano dentro de sus pantalones! De inmediato lo corté: "Pana, todavía no creo que necesite pagar para tirar..." le dije, entre retador y ofendido, mientras abría la puerta de nuevo. Dejando una rendija abierta, claro: "Cuando quieras echar uno por disfrutar, acá te espero..."

No me lo esperaba. Cierto que en algunos casos uno se fija que la persona puede no estar en la misma situación económica que uno; a veces en el juego de la seducción uno invita a una bebida, o a comer. Pero el frío intercambio de moneda por piel se me antojó, de repente, oscuro y decadente.

No fue un caso excepcional, fui descubriendo. Ahora era una tendencia, al menos en los sitios de "circuiteo" que frecuentaba. Más y más muchachos de los que se veían en las tardes con el típico comportamiento de pasar y volver a pasar, sostener la mirada pícaramente, adoptar poses sugerentes o de plano tocarse y enseñar sus "partes", se dejaban seducir para, en el momento justo, pedir una "colaboración" los más tímidos, o "cobrar", los más lanzados. Los lugares se putearon.

A miMa le sucedió, incluso, de una forma más sutil y sin embargo tanto más profesional: un chico al que conoció y con el que alternó alguna que otra tarde, se quedó mirando una vitrina de ropa cuando lo acompañaban para despedirlo en el Metro, y dejó caer, casualmente: "Esa camisa está bonita... me la puedes regalar en mi cumpleaños". Era un paso más allá de su tendencia (nada casual, le insistía yo) a aparecerse disponible justo cerca de la hora del almuerzo, al que gustoso aceptaba ser invitado...

Hay sus variaciones. Algunas veces Franela —no el único que me ha pedido dinero pero sí el único "repitiente"— llegaba chillando: "necesito real, mi pana"; o "mira, y cuánto tienes ahí..."; por vacaciones o puente, de súbito requería más. En otras ocasiones, ni siquiera tocaba el tema, y si le dábamos algo se lo guardaba como algo no esperado. Una vez nos quedamos a ver en la plaza cercana, y mientras lo esperaba me compré una película pirata. "Lo que tengo es esto," le enseñé el escaso vuelto de la compra del DVD. "Bueno, déjalo así..." y subimos, yo sabiendo entonces que lo que lo guiaba era una feroz excitación; ganas de tirar, acabar, y no las ganas de cobrar...

Pero el fenómeno está allí. O tal vez los sitios de "alterne" comunes, los de simples buscadores del sexo por el sexo, se han mudado sin dejarme aviso. O tal vez todo ahora es negocio, considerando las siempre peores condiciones económicas y laborales reinantes.

Además, está el otro factor, que yo considero importante, y tal vez decisivo en cuando a mi excitación se refiere: quienes piden "colaboración" son sobre todo hombres, algunos con mujer e hijos, que sólo ven en el intercambio sexual rápido y serio un "resuelve" para el bolsillo. Los míticos "cogemaricos", con toda la carga homofóbica que esa horrible palabra pueda tener. Tema futuro...

4 comentarios:

  1. Yo creo que uno siempre paga por sexo y no se da cuenta. Porque algunos simplemente piden cariño a cambio. Otros, que se acuerden de ellos, que los llamen en su cumpleaños,que se interesen por ellos. Otros simplemente chulean. Otros más piden matrimonio, hijos,casa con carro y perro golen retriever. Algunos se conforman con el sexo como parte de pago.Pero todos, al fin y al cabo, somos parte de la transacción, nadie se va liso.
    Saludos, buen blog, lo tendre en mis links...

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  2. Gracias, daniel, por visitar y opinar. Es cierto: la moneda más común para agradecer el sexo es el sexo mismo; de ahí para adelante es cuando la cosa se pone interesante/interesada...

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  3. Lo primero que hice al llegar aqui fue ponerme al día con las franelas... pero lo del sexo por dinero fue como una cereza sobre la crema chantilly.
    Estas contando tu historia o la mía?
    Pagué pro tener sexo la primera vez... no estoy orgulloso pero me ayudó. Y con los malandros tengo dos tobos llenos de cuentos.
    Tuve un amante moreno al que le hubiese podido dar todo... pero nunca me pidió dinero

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  4. Disculpa, no pude evitar la tentación de leerte más allá del último posteo.
    No tienes idea de cuánto me identifico con tus palabras: me tocó estar en una situación similar, sin esperármelo. Imagino que son sorpresas del mundo moderno, aunque me satisface haber actuado tal y como lo hiciste tú: aún no me veo pagando por sexo. Sin ánimos de ofender, por supuesto.

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