domingo, 28 de octubre de 2007

Buceo/boxeo


El Metro avanza a un ritmo acorde con el sopor del viciado aire "acondicionado", respirado por el gentío de las cuatro de la tarde. Alterno la vista entre la novela que leo y las caras de quienes salen o entran al vagón. Tres minutos aquí, veinte segundos allá. Sólo en caso de que aparezca algún colirio que haga el trayecto a La California más llevable.

Chacaíto es un mar de gente, como siempre. Termino de leer la última frase de una página cuando ya se va asentando el nuevo lote de gente. Ojeo y... sí, ahí va uno. Buceable. Flaco, moreno, pinta de obrero. Viene hacia mi, se sienta justo a mi lado, que voy de pie al lado de la puerta. Suena el timbre de cierre y...

¡Ping! Primer round.

Como el chamo está sentado a mi izquierda, no me ve, así que detallo sus manos, morenas, delgadas... y con las uñas largas. ¿Tal vez llanero, tal vez toca arpa? Jeans desgastados, piernas ligeramente curvas: un gusto adquirido. Detallar, detallar...Puerta.

¡Ping! Fin del primero. Estoy fresco, no me vio luz. Puntos para mi.

Una señora con varios paquetes sube en Altamira, y mi buceado le cede el puesto. Ahora está parado a mi lado, y ni sospecha. Guardo el libro: esto se pone bueno.

¡Ping! Segundo.

Unos vellos decolorados suben por sus brazos, elevados hasta el tubo donde se sostiene. Un atisbo de su axila...mmm. Corte de pelo al rape, malandro. Casi puedo tocarlo; casi puedo oler su piel, fresca combinación de perfume y olor a hombre. "Flaco llanero" —ya le puse nombre— usa su nueva posición en el vagón para explorar, vía reflejo en la ventana, su entorno: recorre las caras, se mira un poco arreglándose el pelo, sigue divagando: su mirada se cruza un segundo con la mía.

La pelea se pone interesante. El retador presenta pelea. No quito la mirada: que se entere.

La ropa deja ver sin dificultad la silueta de su cuerpo: aunque delgado, se nota fuerte y fibroso. Apoya todo su peso alternativamente en una pierna u otra, lo que dibuja más sus formas, especialmente en la cadera. El cierre de su pantalón también crea pliegues que dan espacio para imaginar y...

¡Ping! Fin del segundo. ¡Ya lo tienes, no lo sueltes! Saboreo el contacto, las fintas. Huelo el sudor del combate.

La gente va y viene con cada estación. Pocos conversan, la mayoría adopta la pose metro-zombie: mirada fija y desenfocada. Creo que nadie nota que sólo yo tengo la vista perfectamente enfocada y en uso...

¡Ping! Va a comenzar el tercer round. Confiado, sigo mirando, poseyendo: ya casi dueño de toda la esencia de Flaco llanero. Me doy el lujo de ignorar señales de defensa: no está mirando al frente, me mira directo a la cara. Mis ojos recorren sin cuidado su espalda, la curva donde termina, su culo. Creyéndome dueño del ataque, me agarra sin problemas:

—¿Qué vaina es? ¿Tú me estás buceando, o qué te pasa, pana?

¡Derechazo fulminante! el golpe salió de la nada a mi quijada; veo luces bailando a mi alrededor. Aturdido, sacudo la cabeza para presentar la defensa. El público atento a mi reacción, hay silencio alrededor...

—No. Es que... te conozco. Tú trabajas en la feria de comida del centro comercial La Rochela, yo iba a comer ahí todo el tiempo.

Está confundido, al menos por un par de segundos. Aprovecho para recomponerme. Vuelvo a los movimientos. Asomo una leve cara de confianza. De pana que no ve desde hace tiempo, de reencuentro.

—Ah, bueno, sí... pero ya no chambeo allá: sacaron a un poco 'e gente... Ya va, yo como que sí me acuerdo, ¿tú no eras el chamo que me dijo lo de...

La pelea no acaba aún. Seguimos dándonos vueltas. Un golpe aquí, uno allá...

—Disculpa el peo, pana, pero tú sabes... uno es un varón... yo pensé que estabas, tú sabes, en una de buceo, de pargo y tal... Tú no ibas a estar en eso, ¿no?

¡La pelea es mía! Mi ágil movimiento de piernas lo desconcentra. Los golpes ganan una pelea, pero evitarlos también sirve. No me ve. Juego, bailo. Gano confianza. Y así, de repente, bajo la defensa...

—No, no, yo no buceo machos... ¡Bueno! Sólo si está bueno, como tú...

¡Ka-pow! Me cuentan que fue nocáut. Yo ni me enteré, porque estaba de paseo entre planetas, luego de que un camión sin frenos o algo de su tamaño chocó a 300 Km/h contra mi cara, que llegó al piso unos segundos primero que mi cuerpo, como a dos metros más allá del ring.