miércoles, 30 de mayo de 2007

"¿Hay alguien allá atrás?" (Franela, II)

La primera vez que ví el pene erecto de Franela, aquel día por las escaleras del edificio al final del callejón, no fue la primera vez que supe de él; de hecho, como dije, tiene un puesto como buhonero cerca de mi casa y ya lo conocía de vista desde hacía algún tiempo. Habíamos comentado, miMa y yo, su apariencia, a mitad de camino entre el típico malandro repelente de jeans anchos y colgantes y el interesante macho callejero deseable para un revolcón. La diferencia a menudo pueden ser detalles: unas manos grandes, el corte de pelo especialmente varonil, una espalda que se adivina musculosa a pesar de la delgadez... un bulto algo notorio cuando se recuesta de un carro, detrás de su puesto de franelas.

Todos esos detalles me volvieron a la mente cuando volvía a casa una mañana y, de paso por el callejón que uso para recortar camino, reconocí al tipo. A su espalda, de hecho, pues en un segundo me dí cuenta de que estaba orinando contra la pared (ya habría fumado y se disponía a regresar a la venta), una mano hacia adelante sosteniéndose el miembro, la otra en la cintura —esa pose, por cierto, me baja las medias—, mirando alternativamente a un lado y al otro por si venía gente. Fue entonces que me vio, y siguió en lo suyo pero ahora mirando hacia abajo: a su pene, o al chorro, o a la pared.

Una pequeña tensión comienza a tejerse en el aire mientras sigo caminando a sus espaldas, el paso definitivamente más lento. Sé que me sigue con el rabillo del ojo; con rápidas miradas verifica también que nadie viene del otro lado. Antes de doblar la esquina hay unas escaleras de concreto con una amplia separación entre los escalones, que queda momentáneamente entre nosotros: ahora puedo voltear con libertad, deteniéndome y dejando claro que lo observo, su silueta ahora partida en una serie de franjas horizontales. Él ya ha terminado de aliviarse, y sabe que estoy allí: parado semioculto a unos pocos metros, de frente a él, que ahora me ofrece su perfil derecho.

Y lo que sobresale de su silueta, en una de las franjas que veo, es su pene —moreno, cabezón y sembrado de venas— que nace del cierre de su jean y que él sacude con una mano aunque ya no haga falta, al menos para salpicar las últimas gotas: lo mueve de arriba abajo para que empiece a engordar, rápidamente, y estirarse con la excitación furiosa del que se sabe observado. Ante mis ojos el miembro es en breve un robusto mástil de carne como de veinte centímetros, mantenido horizontal para que se vea bien entre los escalones, y con una brillante y gorda cabeza púrpura que casi se clava de frente contra la pared rayada de orines. Unas franjas más arriba, su cara me reta a que lo detalle bien, a que lo disfrute desde donde estoy. Franela, la cadera ligeramente echada hacia adelante y las piernas rectas y separadas —un morboso Superman de la economía informal— disfruta de mi estado hipnotizado, del silencio cómplice en el ambiente, y alterna la vista entre el otro extremo del callejón, su verga latiente y erecta, y mi cara, a la que dirige señas para que yo "resuelva", diga qué, "le hable claro".

Recuerdo de repente donde estamos y miro al frente, hacia la salida del callejón a la que me dirigía, al voltear la esquina, por si acaso. Franela lo capta y, encorvándose un poco para recogerse el pene pero sin guardarlo todavía, señala con la boca hacia mi salida y pregunta, precavido: "¿Hay alguien allá atrás?"

Su mano está al frente del rojo glande de su güevo, más que tapándolo, como si bloqueara con la palma su orificio, pero aún no lo guarda, así que siento que el momento aún se puede aprovechar; "No, nadie," le aseguro con tranquilidad. Quiere acción, pienso; ahora se viene bajo la escalera y me deja jugar con su grueso falo, hacerle una rápida paja, probar el néctar que abrillanta su cabeza...

Dos segundos de rápida evaluación de la situación, inmóvil mirando hacia ninguna parte, sopesando entre el riesgo del sitio (y de su hombría) y el placer o beneficio posibles (todo es negocio), y de repente todo termina: con un veloz movimiento Franela se guarda el miembro aún excitado, da media vuelta y se aleja caminando, callejón arriba hacia su acera y su puesto, sin voltear ninguna vez y forzándome, al verme de repente allí parado, solo y con el pulso acelerado, a continuar con mi camino, a lidiar en casa con el húmedo bulto que ha provocado entre mis piernas.

4 comentarios:

  1. Brutal muchacho.....!!!

    Tu calidad mejora a pasos agigantados!!!!

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  2. Que malo! y no pasó mas nada no se consumó el gustoso hecho? te dejo así ? con ganitas?

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  3. Pata: Sí pasó, cómo no... No de inmediato pero claro que se resuelve. Pasó.
    Y sigue pasando.
    Poco a poco lo cuento.

    Joker: gracias, hermano...

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  4. La verdad que todos nos quedamos con ganas!!!!!!!
    jijiji

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