domingo, 5 de octubre de 2008

La primera pasa, la segunda lo repasa*... ¿y luego?

El sábado pasado estaba tomándome unas cervezas con miMa en un tugurio gay que queda cerca de casa, y desde nuestra esquina enumerábamos a los muchos conocidos que entraban, bebían, bailaban o salían—el "mundillo" homo de mi zona caraqueña es un pañuelo— cuando entre ellos apareció una de mis antiguas "conquistas", más precisamente el protagonista de esta aventura.

— Mira, tu "amante"... —insinuó MiMa, que sabía de los mensajes medio enamoradizcos que el chamo me había enviado, proponiéndome un arreglo extramarital medianamente estable.

— Ja ja ja... ¡Ningún amante! Bueno, tan amante como cualquiera de los "tuyos" —y con esto me refería yo a cualquiera de los invitados "de visita única" que también él ha tenido.

— Ese chamo subió como tres veces, ¿no?

— No: dos. La vez esa y una segunda de... ¿refuerzo? ¿profundización? ¿bonus track? ¿desquite? ¿despedida?

* * *
No pude definirla, y quedó en el aire el tema. ¿Cuántas veces es lícito/conveniente/recomendable tener sexo con uno de estos llamémoslos levantes? (dentro de lo lícito/conveniente/recomendable que pueda ser un encuentro sexual extra-pareja, pero eso ya es otro asunto).

¿Cuándo deja la cosa de ser casual para convertirse en relación, o cacho ya por toda la calle del medio? ¿Es válido procurar otro encuentro, o dejar que el levante lo busque? ¿Se valen más veces si la cosa evoluciona a trío con la participación de la pareja?
* * *

Una conclusión que sacamos, tras un breve análisis de las experiencias individuales y conjuntas, es que el límite se ubica por ahí, difusamente, cerca de la tercera vez.

Veamos.

Básicamente, la primera vez, la del morbo flagrante, es la de conocer. Saborear un nuevo cuerpo, explorar texturas y tamaños y actitudes y capacidades. Probar y dejarse probar: lucirse con la visita, pues. Uno está centrado en disfrutar y hacer disfrutar al otro. No existe el futuro, sólo el ahora.

Al final de esta primera vez, no es extraño intercambiar números... ¡aunque algunas veces no se intercambia ni el nombre! (de ser así, sabe uno que se encontró con una especie de cometa. Pasó, lo disfrutaste y listo; queda para contarlo). Pero si se anota o entrega el celular, hay que estar preparados para una eventual repetición...

La segunda vez se alimenta de todo cuanto uno haya experimentado o inventado de la primera. En este encuentro hay morbo, muuucho: ¡Imagínense, volver a encontrarse con todo lo que uno descubrió en el estreno! También da chance de probar todo lo que luego de la primera vez se quedó por fuera ("¿y si hubiese hecho esto? ¿y si hubiese agarrado aquello? ¿y si tocaba más allá? etc.)

Más he aquí que esas elucubraciones son precisamente las que hacen que uno infle tanto la primera vez que, bueno... uno espera de la segunda mucho más de lo que termina ocurriendo. De hecho, es en esa segunda oportunidad cuando se notan los detalles menos perfectos del otro. Que es uno más, vamos (recordemos que estamos hablando de levantes, encuentros casuales, y además que ocurren como un divertimento sexual. Sin más búsqueda que la del placer). También esa segunda vez, siendo planeada, es menos espontánea. Parece una cita, y eso corta un poco: los preparativos, a veces tener que "hacer ganas"... ¡tener que comunicarse con alguien con que en principio sólo se quería tirar!

Pero total, al fin y al cabo, sucede. Justificamos el haber intercambiado teléfonos, comprobamos que alguien nos desea (¡y/o que deseamos a alguien!) como para planear un encuentro. Se disfruta nuevamente... Y ya. ¿No? Pues no siempre...
(La segunda vez, hay que hacer notar, no siempre se da. A veces con el sol de la mañana se ve mejor lo que en la noche se obvió; a veces la primera no fue tan explosiva y uno se lo piensa mejor para repetir. A veces el otro se lo piensa mejor para repetir, y uno nunca vuelve a saber de él. A veces la cosa queda en una serie de saludos, medias invitaciones y morbosidades por teléfono que poco a poco se van distanciando hasta desaparecer.)
Y entonces viene la tercera vez. La tercera... es difícil de definir. Uno piensa: ¿Y esto qué es? ¿Una relación, acaso? No un noviazgo, tampoco un cacho. ¿Amistad con derecho? ¿Fuck buddy? Porque ya ciertamente no es el encuentro casual de la primera vez, ni esa medio-cita, medio resolución-del-morbo-pendiente de la segunda...

¿Qué vendrá después? ¿Acaso revisar las agendas para ver dónde encaja un encuentro rutinario? ¿Preguntar con aire inocente por la estabilidad de las respectivas parejas? ¿Poner (¡o aceptar!) una tarifa para la siguiente vez? ¿Hay, pues, que ponerle nombre a todo aquello?

* * *

Como se ve, para que la cosa quede todavía en el salvable anonimato, hay que detenerse entre la segunda y tercera vez. Eventualmente, la cosa se enfriará, se distanciarán los mensajitos o llamadas, se olvidará uno del sujeto (o el sujeto de uno), hasta que tiempo después ocurra el consabido encuentro —casual, nuevamente— en el tugurio. Lo que queda es el saludo silente, un gesto con la cabeza o quizá un breve intercambio de cortesías... con una comprensible, pero no siempre lograda, mirada hacia el otro lado por parte de la pareja. Con un hacerse el loco de parte de todos...

ACTUALIZACIÓN: La pana Eleia toca acá en su blog el tema desde el punto de vista hétero femenino... ¡y no tiene desperdicio, visítenla ya!

(*) ¡El título! El título de este post (se me cayó la cédula) alude a una cuña de TV de una afeitadora, ¿la recuerdan?

viernes, 3 de octubre de 2008

Vergonzosa confesión:

Me buceo a los malandros en los obituarios del Últimas Noticias.

¡Es que hay algunos que se ven tan buenotes!(o serán mis gustos medio proletarios, ja ja ja). No sé, además, si le agrega al morbo el hecho de que hayan muerto jóvenes, o el que probablemente haya sido por lo general en hechos de violencia...

martes, 17 de junio de 2008

Javier García y los despreciables

Sucedió este fin de semana el lamentable asesinato del periodista Javier García, y desde los primeros de los más de 1.700 comentarios dejados en el post de Noticias24 acerca del hecho se ventilan y repiten las ideas más manoseadas, las posiciones más extremas y las bajezas más reaccionarias —como siempre en ese sitio de noticias: todo tiene que ver con Chávez y con el gobierno, a favor o en contra. La noticia más inocente y alejada de lo político se verá invariablemente, a la vuelta de diez o quince comentarios, convertida en pasto para la polarización alrededor de un solo punto: Hugo Chávez.

Pero es en la algidez de esa banal discusión donde surge, en este particular caso, el arma arrojadiza de la inclinación sexual, y esto me ha hecho notar no pocas incoherencias, lugares comunes, prejuicios histéricos y tristes paradojas. Digo arma arrojadiza porque, no contentos con la especulación acerca de cuál sería la preferencia sexual del profesional asesinado, el grado de mariquez del contrario se vale igual para insultar, para descalificar opiniones o para jurar neutralidad y objetividad. De suerte que podemos encontrarnos con estas perlas de razonamiento:
"No importa si JG era gay o no, eso es su vida privada, pero la vida es sagrada y el asesinato, terrible —quien así habla parece, si no apoyar, al menos no juzgar a JG por su supuesta homosexualidad—... así que ustedes, chavistas maricones frustrados, locas de clóset, no pueden negar que hay inseguridad en el país, ojalá a la Tareka, a la Barreta les pase lo mismo, etc. etc. etc." —y ahí se fue al demonio el cacareado respeto por la diversidad.
Chavez y su gabinete son una cuerda de maricos, ¿por qué no los matan a ellos también? va en la misma frase, juro que lo leí, que Javier esa un ser humano excelente.

Y como este mensaje, cientos. Esa vaina fue crimen pasional, dicen seudoexpertos (¿pasional porque un carajo mató a otro en su casa, su cama? ¿No es crimen entonces? Si un tipo acuchilla a su mujer, ¿no se investiga porque es pasional?).

Brillan por su endiablada lógica las voces según las cuales el caso no es inseguridad porque el asesino fue, aparentemente, invitado por su víctima al apartamento. ¡La culpa es de él ahora! ¿Y la del atracado, por cargar cosas valiosas? ¿La del motorizado por tener moto? Parece razonamiento de delincuente... despreciable.

Me gustaría conocer la opinión de algún homosexual partidario del gobierno (Las habrá, ¿no?). Al menos, supongo yo, no recurrirá al manido eso no es inseguridad, eso le pasó por marico.

¿No es inseguro, entonces, salir de noche y conocer a alguien, en estos días y en esta ciudad? ¿No es sentimiento de inseguridad lo que se experimenta cuando cualquier persona en la calle puede ser un ladrón asesino? El gobierno no puede vigilar lo que dos hombres hagan en una cama, dice una tranquilizando su conciencia. Ah, pero... ¿el gobierno no puede contribuir a crear un ambiente de bienestar, de calidad de vida? ¿A quién le haría falta volverse una rata asesina, que apuñala a otro ser por unas vanas pertenencias materiales, si tiene desde que nace una buena educación, oportunidad de trabajar y vivir bien? ¿Sucedería esto sin la percepción reinante de que nada se castiga, todo está permitido, sálvese quien pueda? ¿No es el Estado el que debe revertir esa sensación generalizada?

No seré yo quien niegue la situación de riesgo a la que se expone cualquiera que invite un desconocido a su casa... si ese fue el caso. Quien me haya leído antes lo sabe, eso da para otro post. Digo más: no me es desconocido este modo de robo por un choro disfrazado de levante. Y aunque no creo que haya que caer en el simplismo ramplón de decir que a JR lo mató Chávez, el G2 o la DISIP, tampoco se puede sin embargo liberar al Estado del clima de histeria en el que vivimos. Y ultimadamente, usar la carta de lo gay para inculpar a la propia víctima o liberar de culpa a quienes dirigen la seguridad ciudadana... es despreciable.

martes, 11 de marzo de 2008

Ya no es informal

Estamos echados viendo tele. MiMa surfea por los canales —acabamos de poner cable y nos familiarizamos con la programación— y yo en unos minutos me voy al gimnasio, a retrasar en lo posible por otra hora y media el atrofiamiento indeclinable que la edad trae consigo.

Suena mi celular: no es mi partner de ejercicios. La pantalla dice, en verde:

FRANELA llamando...

¿¡¿Quéee?!? ¡Así es! Tengo su celular...

* * *

Como recordarán, el amigo del puesto de ropa y la boa morena estaba "cesante". Los buhoneros fueron retirados de toda la zona, y miMa y yo nos preguntábamos si sus apariciones cesarían o él recordaría tener mi número (y mi disposición) para cualquier, eh... "emergencia".

Hace cuestión de una semana, entonces, nos topamos de frente con él, cerca de casa. Sentado cerca de donde despachaba antes, repartía tarjetas de una tienda...

— ¡Epa!, ¿Qué más, pana? Ahora estoy en ese centro comercial...— señaló hacia unas minitiendas a pocos metros. — Estamos vendiendo lo mismo pero en un local, yo ya tenía mi punto hecho aquí...

¡Y vaya si lo tenía! Yo, por ejemplo, pasaba siempre por la zona buscándolo, aunque no precisamente para comprarle ropa. Interrumpió mis cavilaciones, directo:

—¿Y qué van a hacer... ahorita?— MiMa y yo realizábamos algunas diligencias, que le relaté brevemente. MiMa me miraba contrariado.

—Bueno... toma la tarjeta, cualquier cosa estoy por aquí...
—¿Pero este eres tú, el nombre de la tarjeta? ¿Y tu número es ese? —Yo no iba a dejar perderlo de nuevo tan fácil.
—No, bueno... anota ahí— y procedió a dictarme, como pensé que nunca haría, su número personal. Despedidas y seguimos. MiMa necesitaba aclarar:
—¿Pero no te preguntó quá haríamos en este momento? ¿Por qué no...?
Yo, circunspecto, le muestro el número:
—Hoy no, pero ya está localizable. A la orden, pues...

* * *

De vuelta a la inminente partida al gimnasio, le muestro la pantalla del celular a miMa, y contesto. Expectativa en el ambiente.

—Épale. Qué hay.
—¿Qué pasó, pana? Mira, voy saliendo del trabajo, ¿Paso por allá?
—Coño...— Me hago el duro —Yo ahorita voy saliendo pal gimnasio... ¿Y mañana?
—No, vale... Ahorita, anda... ¿Si va? Y me lo mamas bien...
—Verga... es que me están esperando. Por acá está el pana también... (me refiero a miMa, a ver si lo corta que estemos los dos, a veces pasa)
—Dale, vale... Estoy allá en cinco minutos. Le doy a los dos. Anda, que tengo ganas de acabarte en la cara...

Me mata el lenguaje poético. Lo pienso un poco —dos décimas de segundo— y le digo: dale, pues.

—Voy bajando... (miMa cree que para irme al gimnasio) ... a abrirle a este chamo.
—¡¿Quée!? ¿Viene ahorita? ¿Y no te vas? ¿Y no le dijiste que mañana?
—Pues... es que me convenció. Ya subo... subimos.

* * *

Llegamos, y él ya se sabe el camino de ladrillos de oro: entrar en el cuarto, saludar a miMa —¿qué pasó, cómo está ese culo?— y comenzar a desvestirse son una sola cosa.

Lo que sigue puede resumirse en una divertida batalla de tres, con profusión de atenciones orales para el invitado, que hay que ser amable con la visita, y sus usuales solicitudes: ¿tienes condón? ¿no quieres que te lo meta? Anda vale, siempre puro mamar, puro mamar, denme culito...

Con un nivel ya de relación que roza ya la confianza, le sugiero —mi pene casualmente recostado sobre su muslo, en una de esas vueltas de nuestros cuerpos inventando posiciones— que para evitar el "siempre lo mismo", se deje coger él. La negativa es clara aunque ya no tan vehemente: no se siente amenazado. Una palmada a mi culo y acomodarse sobre el pecho de miMa para sobrevolar su cara con la verga sirven para despejar la idea. Le habla ahora a él:

—¿Y tú, no quieres que te lo meta? El pana (se refiere a mi) ya probó, pero tú no me has dado...

Intercambio de miradas que son negociación, y estiro la mano hacia la mesita de noche, de donde saco un preservativo y lubricante. Franela, explayado en el centro de la cama, adelanta la porno de Rocco Sifredi que le puse para ambientar, mientras lo forro con el látex y lo sacudo un poco para ponerlo a punto. Minutos después, miMa se estrena en lo de empalarse sobre la morena y dura verga del día, su dueño concentrado en el proceso y con el control del TV aferrado en una mano.

Me echo a un lado para ver la cogida, luego de besarnos teatralmente miMa y yo sobre Franela, mientras me masturbo al ritmo de los gritos de placer actuado del video. Todo se acelera y los gemidos comienzan; el movimiento de pistón en el centro de la cama, la verga subiendo y bajando gruesa y caliente dentro del culo de mi pareja captura la atención de los tres y nos olvidamos de la película. Cuando acabo sobre mi pecho, Franela ya acusa los efectos de la estimulación, y se aferra a los muslos que lo cercan para dar las últimas arremetidas, su cara mezcla de esfuerzo y placer. MiMa, aún sentado sobre el invitado, se pajea para unirse al coro de orgasmos, y Franela ya recuperándose lo advierte: "Mosca me vas a llenar la cara de leche..."

* * *

Total que Franela tiene mi número, como antes, pero ahora yo tengo el suyo. Entregado voluntariamente. Ya no es informal: ni su trabajo —de la calle pasó a una tienda— ni nuestra "relación" —le gusta la vaina y quiere estar "conseguible". Y por este puñado de cruces que procuraré "conseguirlo" con frecuencia...

¿Qué es eso que dicen de la perseverancia?

martes, 29 de enero de 2008

¿Dónde estás, Caraquista?


Hace unos años solía rodar bicicleta los domingos por la Cota Mil. Pasaba toda la mañana, y casi hasta la una de la tarde —cuando abrían de nuevo esa avenida de Caracas a la circulación de carros— haciendo un agotador pero gratificante uso de todos esos soleados kilómetros de pendientes y planos, de curvas y rectas, matando la fiebre de pedalear y hablar de bicicletas, haciendo algo de ejercicio en el proceso, y además disfrutando de las sabrosas pausas a la sombra de algún árbol en los hombrillos o en las entradas del Ávila, para charlar y reponer líquidos.

Y por supuesto —no es otra la razón para venir a recordar mi antigua rutina aeróbica en este espacio— que en estos paseos recreaba la vista, y mucho. La cantidad de chicos, jóvenes y hombres ejercitando a pie, bicicleta e incluso patines, paseando a sus perros o en compañía de sus novias, esposas, hijos, era más que un aliciente para no faltar nunca a la cita. Y, como no podía ser de otra manera, solía uno además identificar a uno que otro "favorito" que, con poca o mucha seguridad, vería de nuevo el siguiente domingo, más o menos en el mismo sitio, más o menos a la misma hora.

MiMa solía ser, faltaba más, mi compañero de ruta. Yo lo esperaba en alguno de los distribuidores de entrada a la avenida, temprano, para luego lanzarnos en un sprint de ida y vuelta antes del primer descanso y los primeros comentarios sobre la ruta, sobre los planes para el resto del día y, claro, sobre los "favoritos".

Para facilitar las cosas, a muchos de ellos le asignamos nombres, bien fuera por alguna característica física, bien por algún detalle circunstancial. Así, el atractivo adolescente sifrinito que rodaba siempre en solitario, de elegantes mallas negras o amarillas y bicicleta de última generación, pasó a llamarse como su bici: Trek; el ¡riquísimo! modelito de tensos músculos color canela del puesto de jugos de Sabas Nieves quedó bautizado, por rima más que por mnemotecnia, Hugo ( el de los jugos). Y, finalmente, el ciclista que un día se me atravesó en el camino —y en los ojos—, un moreno claro de contextura delgada pero atlética que debía andar rondando la veintena de cumpleaños, que por cargar esa primera vez que lo ví una camisa de uniforme de los Leones del Caracas, quedó para referencia como Caraquista...

* * *

Es difícil precisar cuál fue el primer encuentro: en estos casos, es luego de verlo muchas veces cuando nos dábamos cuenta de que era un candidato a "favorito". Pero una vez identificado, comenzaba el juego de sopesar sus atractivos ("bonitas piernas", "¿y esa sonrisota?"), adivinar sus ires y venires ("siempre llega por la entrada de Altamira", "anda otra vez con los amiguitos esos"), aventurar miradas retadoras y, en su caso, interpretar algunos de sus gestos, miradas y lances...

Al principio pensé que sólo respondía, como defensa. Cruzarse de frente con él rodando bicicleta era un silencioso duelo de miradas, que ganaba el que la sostuviera durante más tiempo y con más decisión. Pero uno sabía que no eran miradas de "compañero de ruta habitual" cuando no evolucionaban hacia el masculino saludo casual de asentir con la cabeza ("¡Epa, qué más!"). Eso hubiese bajado un poco la tensión que se creaba en segundos, pero en lugar de hacer eso, yo dejaba pasear la vista, de manera que él se diera cuenta, por su cara, su boca, su cuerpo.

—¿Y eeeso?— decía MiMa al notar el momento. No con celos: los "favoritos" eran juegos, retos de los que extraer un rato de insinuación, fuente de recreo visual. Golosinas.

Caraquista pronto reaccionó a la escalada. Visual y gestual. Los dos o tres sitios de parada y descanso de la ruta se volvieron mudos campos de batalla de insinuaciones. Si yo evaluaba desde una distancia y en silencio su cara, sus piernas, el acolchado en la entrepierna de su licra de ciclista, él se quedaba parado de manera que facilitaba, pasivo, el escrutinio.

O iba más allá: ¿Qué necesidad tenía, por ejemplo, de llegar a donde ya descansábamos MiMa y yo, tomando agua y viendo perros por El Marqués, y estacionar su bicicleta justo frente a nosotros —ignorando a dónde iban a recalar sus panas— para, acomodándose el bulto sobre el tubo de la bici, abrir las piernas en mi dirección mientras se estiraba bebiendo de su cooler?

Será porque ya había descubierto que esa región de su cuerpo atraía la mayoría de mis miradas. Un domingo que rodé sin compañía, y contra todo pronóstico, nos vimos de lejos en Sabas Nieves, ambos descansando, pero no nos acercamos. Simplemente se paró, jugo en mano, y alternaba la vista entre mi cara, retándome, y su entrepierna, que detallaba, retocaba, exponía.

Tal vez sólo le hacía falta mi atención, saber que yo estaba pendiente de buscarlo, de verlo. El juego se le hizo agradable y tal vez necesario. Me invitaba a jugarlo: en alguna otra ocasión, y rodando nosotros en plan serio, a velocidad y sin buscar nada, una bicicleta se desprendía de la sombra de un árbol del camino y remoloneaba atravesado en la vía, frente a nosotros haciéndonos recortar la velocidad, y era él. Estoy aquí, decía con ese gesto "inocente". Mírame...

* * *

Como comienzan los encuentros casuales, terminó este. Sin una fecha definitiva o un momento final a conciencia. Simplemente en algún momento dejamos de encontrarlo, o en cierta fecha dejamos de subir los domingos a rodar bicicleta, y así, en silencio, desapareció de mi vida.

Nunca sucedió nada sexual con él, sobra decir. De hecho, nada de nada: ni siquiera cruzamos palabra alguna. Pero lo que ahora desde la nostalgia veo como un silencioso flirteo, a medias inocente y a medias lujurioso —la cita no planeada con semana de por medio, que tan pronto llegaba a inflamarse o a ponerse francamente obvia, se disolvía en nada a la una de la tarde con la llegada de los carros a la Cota Mil y la partida a casa por caminos distintos— no debía ser sino el más terrestre de los "pendienteos", que en parte por no saber cómo resolver, en parte porque de haberlo sabido no habría tenido cómo ni dónde hacerlo, y en mucho porque nunca me había sucedido con ese nivel de certeza, dejé de explorar y permití morir, para ahora, años después, evocar con esta sensación de regalo antiguo pero nunca abierto, y recrear con finales cada vez distintos...

viernes, 18 de enero de 2008

Los sinsabores del anonimato

El otro día fui a un encuentro de blogueros porno gays anónimos. Es una cita extraña: las personalidades más disímiles, gentes de las que nunca sospecharías, tienen bitácoras web con el escabroso factor común de tratar aspectos teóricos o prácticos, genuinos o ficticios de su oculta tendencia sexual. Suele haber en el sitio —su siempre distinta ubicación nos es suministrada con una mínima anticipación y de manera muy discreta— un silencio y recogimiento casi de templo, pues hay que recordar que irse de la lengua no es la conducta más apreciada cuando tienes una doble vida y sacas a lucir, si bien entre comunes, la oculta, la desconocida.

Me llenaba un sentimiento de modesto orgullo codearme con auténticas leyendas de la combustible redacción homo, y a medida que se formaban pequeños grupos espontáneos de conversación me dispuse, trago en mano, a pasear un poco mis credenciales de autor leído y admirado por una pequeña pero selecta clica; el grupo más nutrido y conversador llamó mi atención y me acerqué para dejar caer casualmente citas de mis comentaristas más efusivos, técnicas de redacción y creatividad usadas en las historias, planes para continuar los cuentos...

— ¡Bueeeenas! —los maricos sociales son muy efusivos— Bienvenidoooo... ¿Y tú eres...?

Una breve pausa para crear ambiente; nadie adelanta suposiciones, así que...

— Soy... El Otro. Escribo Detexto...
...decirte! suelta el coro, ahora emocionado. —¡Guao, qué bien, por fin, mijita, te conocemos...!

Esto fue fácil, pensé. Comenzamos a charlar sobre las cosas de las que hablamos los blogueros (la vida privada de los que no están, lo malos que son sus sitios web, etc.), y a repartirnos lisonjas. Poco antes de que consiguiera soltar al ruedo el inevitable tema de mi calidad ficcionando y del innegable destino que me espera en el cielo de los que escriben para que otros se hagan pajas, se acercó un sujeto gordito y prudente, simpático pero de una perturbadora manera (una especie de Santiago Segura pero con más pelo), y el grupo interrumpió brevemente la charla para iniciar nuevamente el rito de bienvenida.

— ¡Hooola, osito preciosooo! —Ya los tragos estaban soltando las inhibiciones— ¿Y a quién tenemos el gusto ahora de conocer...?

El gordito jugueteó un poco con el material publicitario que había recogido de los mucho stands de publicidad presentes (siempre allí, tratando de vendernos artilugios eróticos, o sustancias varias para hacer aflorar nuestra inspiración), y soltó, muy quedo:

— Escribo el blog Detexto Decirte. Me dicen El Otro.

Aquello era demasiado. ¡Pero qué le pasaba a ese tipo! Las caras del resto del grupo se dirigieron todas a mí, sin responderle al gordito, a ver qué tenía yo que decir.

— Espera, espera... ese es mi blog. Yo soy El Otro.
— Bah...siempre me pasa —dijo el descarado, elevando la voz para el grupo pero mirándo mi cara— cuando vengo a estas reuniones, hay muchos que dicen ser yo. Pero Detexto es mi blog. Tú serás "el otro", pero "el otro farsante"...
— ¿Quée? No puedo creer esto. ¡Las historias son mías! Todo eso me ha sucedido a mí! Bueno... no todo, algunas cosas son exageradas o imaginadas, ¡pero son mías! ¡De mi autoría...!
— "¡Ajáaaa!", "Yeah... go, girl!", "Eso, defiende tu vaina" —comenzaron algunos del círculo a tomar partido. Una loca en la esquina, con cara de mosquita muerta, abrió la boca por primera vez desde que llegó— ¿Puedes probarlo?
— ¡Pero claro que pue... —me interrumpí. ¿Cómo probarlo? Es una cuestión de su palabra contra la mía, pero no me podía quedar callado. Comencé a soltar datos de las historias ya publicadas...—Franela, por ejemplo... ¡es buhonero por donde vivo, en La Candelaria! El otro día volvió a subir a casa, y lo puse a...
— Franela vende en El Silencio, a media cuadra de mi casa... Se llama Willderson.
— ...¡¿Qué?! Pero qué dices, Franela se llama... no puedo decirte cómo se llama, pero...
— ...y MiMa es mi novio: se llama Roberto. Nos vamos a casar en España.

Murmullos de aprobación. La gente empezó a ver visos de originalidad en los datos "reales" que soltaba el doble del actor español. La batalla era dura.

— ¡No, esperen! Eso no es verdad. MiMa es en realidad... es mi pareja. No puedo decir su nombre, porque me mata, pero créanme... ¡Si hasta puedo enumerar todas la veces en que me referí a él en el blog! A ver... cuando subí con el chamo del centro comercial, él estaba...
— ...él estaba por llegar, y me vió haciéndole ojitos al chamo. Se fue y luego lo alcancé en casa, pero...
— ¡Basta! Eso lo sabes porque lo leíste...
— Lo mismo dicen todos. ¿Quieres que te cuente todo el diálogo de los tipos en el Unicasa?

Desesperado, me bajé los pantalones. No, no quería darle el culo a mi impostor, sino ofrecer una prueba más de mi identidad. Mi erección creció rápidamente ante (y estimulada por) la vista de todos.

— ¡Miren! Lo tengo torcido, un poco hacia la izquierda. ¡Lo mencioné en uno de mis posts! ¡¡¡Yo soy el dueño de Detexto decirte!!! —No había terminado de hablar y ya el gordo hacía lo mismo que yo. Su verga también presentaba una ligera curva... y duplicaba en grueso a la mía. El resto de maricos blogueros emitió un gemido de lujuria colectiva. Esto no pintaba bien. Mi pene, apenado, perdió su turgencia.

No podía con él. ¡Todo lo que yo adujera como legítimo, para que me creyeran, tenía que haber sido escrito en el blog! Y él obviamente se lo sabía de memoria... Recurrí a mi última prueba, mi arma secreta. Les dí la espalda mientras me terminaba de quitar el pantalón, pero ya no para seguir con la exhibición gratuita ni para solicitar sexo como consuelo:

— Conque tú eres El Otro, ¿no? ¿Y qué te parece esto?

Los "ooh" y los "aah" se elevaron en la sala, que ya ni música tenía, y la guerra llegó a un punto culminante. El Segura reencauchado no se inmutó, y esperó a que las voces se calmaran y todos analizaran mi tatuaje, su parecido a la imagen de mi perfil en el blog, y voltearan a verlo a él. Esperando que bajara el rostro avergonzado y se rindiera.

Bajó el rostro, sí, pero para descubrirse la panza:

Nuevamente se formó la alharaca en la reunión, y de repente me quedé mudo y sin defensa. ¿Qué más podía decir? Las caras del grupo —que ya había crecido hasta ser el centro de atención de toda la reunión— me miraban ya con escepticismo, y al otro El Otro incluso lo palmeaban en la espalda... (algunos incluso se le acercaban para pedirle el teléfono, pero eso creo que tenía más que ver con su verga modelo lata-de-Coca-Cola). No me quedó otra que una salida un poco cobarde, pero final...

— Tienes razón. Soy un impostor. ¡Me encanta hacer esto en las reuniones! Es que... nadie me lee. Así que busco conversación haciéndome pasar por ti. Además, ¡te admiro! No puedo dejar de revisar tu página esperando que publiques de nuevo...

A medida que el resto de blogueros lo rodeaban para preguntarle sobre las futuras historias, yo me retiraba pensando: ¿No es esto lo que yo quería? Blogueo anónimamente, los halagos son para un supuesto escritor con un nombre clave, sin personalidad real y sólo identificable por algunos rasgos descritos aquí y allá, y por historias sin ningún dato comprobable que se asocie a mi verdadera identidad. Nada del orgullo de atribuirse el trabajo, a cambio de la gloria de pasar desapercibido y no dar a conocer mi inclinación sexual ante el mundo...

Debo aprender a controlar mi ego. Bloguear debe ser, me repetí en mental letanía, para expresarse, para sacar los demonios, para sacarse punta en el filo de la creatividad. Para retar a los espíritus levantiscos de la lujuria (los míos y los de los lectores) y salir airoso.

Si quisiera reconocimiento, me valdría más irme (ey, haré eso, pensé mirando mi reloj) a charlar con mis (otros) pares, y contarles cómo estoy manejando mi progreso a través de los 10 Pasos de la Recuperación de la ingesta de alcohol... Sí eso haré: recibir palmadas en la espalda al contar cómo tengo dos semanas sin tomar, y a ver qué fue de la vida de Julio, el negro que se alcoholizó porque trabajaba y vivía en la licorería (no conseguía casa)... o de Julio, el borracho de plaza que empezó a ir a las reuniones cuando confundió la entrada del local con un baño público. O Julio, el chamito que empezó robándole las botellas de whisky al papá a los 12 y que a los 18 ya estaba totalmente perdido en el laberinto de la caña...

Dejé a los blogueros porno gays anónimos entrevistando a su nuevo héroe; sería sin duda un más interesante encuentro la sesión de Alcohólicos Homónimos...

viernes, 11 de enero de 2008

Un (nonato) recuento de 2007

Pues vaya mierda me ha resultado comenzar a actualizar este espacio en 2008...

No se me ocurrió mejor idea que cambiar Detexto decirte... de una cuenta Blogger a otra (para minimizar la cantidad de correos y "personalidades" que tengo flotando por allí) y todo se volvió un zaperoco.

Primero, se perdieron los enlaces a la mayoría de las imágenes publicadas en el blog: algún visitante de los post viejos se habrá dado cuenta de que aparecían cuadritos vacíos en su lugar. Este problema ya está casi resuelto en su totalidad —tuve que buscar las originales en al menos 3 máquinas, incluso hacer alguna sustitución— pero de resultas hay algo positivo: Google ahora guarda en un álbum Picasa web las imágenes que uno publique en los posts de Blogger. Así, estarán todas a buen resguardo de ahora en adelante...

Después —más trágico aún— perdí y para siempre las estadísticas de más de seis meses de Google Analytics, por haber eliminado la cuenta desde la que me registré en esa herramienta. ¡Y con esas estadísticas pensaba cerrar el 2007! Las frases de búsqueda más inverosímiles, que enviaron a sus autores a este blog, eran material suficiente para el post más hilarante en toda mi historia... perdidas. ¡Los sitios web de referencia, que alimentaron de valiosos lectores mis escasas y escuetas historias!... irrecuperables. La cantidad de lectores diarios y mensuales... (eso, menos mal que se perdió: ¡daba pena!).

Sólo me quedó volver a registrarme en el servicio, y volver a empezar, con 2008, la recopilación de datos... y me queda también tratar de recordar, sobre todo para agradecer, las principales fuentes de tráfico de este sitio: la mayoría de los que leyeron Detexto en 2007 cayeron acá desde motores de búsqueda, pero cuando se trató de otros sitios —blogs, la mayoría— fueron de valiosísima ayuda Lascivus, con su Depravario (somos como gemelos de blog, estoy convencidísimo); Daniel con su vida desde allá (y junto a Aloner cuando no se ven bien...); Saucisse desde París y sus hormigas; aunque ande perdido, Patacaliente y su sitio "homónimo con el mismo nombre" (como leí en algún periódico caraqueño); Willy, el travieso, que se mudó pero sigue tan imprescindible; Juanjo con su ¡divinísimo! catálogo capitalino-subterráneo de culos e historias...

A todos ellos —y Diossss, estoy seguro de que dejo a alguno fuera, ruego perdón— les debo ¡unos cuantos! de sus lectores, que se dejaron caer para acá desde sus sitios... ¡Gracias mil! Espero me sigan visitando, que yo espero seguirlos entreteniendo.

* * *
Y sin más, la "preventa" de este año (qué compromiso, diosmío): ¿qué estoy preparando ahorita para publicar? Que recuerde, una continuación con mi pana Franela —¡el carajo llamó! ¿será que está leyendo mi blog? Al día siguiente de publicar sobre lo perdido que estaba, se aparece... Viene algo bueno, seguro—; la historia de vigilantes serviciales de Lascivus me hizo recordar y comenzar a esbozar una saga de aventuras con obreros de construcción, nada menos; unas reflexiones sobre el servicio que me hizo perder gran parte de mi tiempo conectado a finales de año (y sobre sus usuarios): badoo y otras redes de contactos...

Y bueno. Si me extiendo en la lista, pierdo; mejor dejarlo hasta allí para levantar un poco las expectativas, pero sin dármelas de prolífico:, que una mala reputación me precede y debo luchar contra ella... ¡En fin, como me dijo uno por allí en su comentario-regaño, a escribir, pues!

lunes, 7 de enero de 2008

¡Bernal no quiere que yo tire!

Las calles de mi zona se ven, desde que comenzó el año, anormalmente limpias; se circula inusualmente tranquilo, puede verse más allá de los siguientes dos metros de acera. Los buhoneros no están. Tal vez no ha regresado de su asueto, tal vez acatan a regañadientes el decreto del Alcalde de Libertador y se han retirado de las aceras ahora declaradas "libres".

Es decir: no sé nada de Franela...

Y no es que hayamos tenido mucho contacto últimamente. Luego de varios meses sin verle la cara, apenas hace cosa de diez días me crucé por su puesto, y me saludó muy alegre, pero sin separarse de su grupo. Y como pasé por allí en la mañana —regresaba de hacer compras— a mediodía revisaba mi reloj y mi celular nerviosamente: ¿habrá interpretado mi paso como antes, una invitación a venir a casa? Luego de las dos de la tarde, me convencí de que no...

Ahora que no monta tienda por su ubicación usual (aunque habrá que ver si desde esta semana el respeto por el decreto es el mismo), sólo puedo esperar a que se acuerde de mi número y de mis atenciones... Mientras tanto, evocar... ¡ja ja ja!