viernes, 25 de mayo de 2007

Pasivo

El cuento me ha quedado un poco largo, pero creo que logré desarrollar la idea que me rondaba, la clásica dicotomía de los roles de género en una relación gay. Y cómo disfruté escribiéndolo...

Así es, soy pasivo. Pasivito. Y por fin te tengo aquí, frente a esta cama, y estamos solos y ya vas a ver lo que es bueno. Ven.
Bailas muy bien. Estaba viendo como te movías en el bar, con un deje de fastidio, como quien es muy macho para dejarse llevar, pero con un ritmo preciso y caliente, con morbo. Acentuando el compás con un golpe de caderas que era más un empuje, casi el movimiento que harías si estuvieras montado sobre un culito desnudo, como si tuvieras entre tus manos a esa catira que atiende la barra en lugar de la cerveza que te bebías solo, allí en la esquina.
¿Quieres tomarte algo, por cierto? ¿No? Ven, pues, siéntate aquí al lado. O mejor párate aquí, entre mis piernas. Ponte así. Ajá. Quítate eso.
Mmm. Qué serio. No pareces el de hace rato. ¡Eeeso! ¿Ves? La misma sonrisa que tenías allá, de que te las sabes todas. La mueca de medio lado del que sabe que lo están viendo. Picardía de macho sobrao. Sabías que te veía, ¿no? ¡Claro! ¿Si no, por qué voltear a verme cuado te llevaron la cerveza que te invité?
Pégate acá... así. Déjame quitarte... ¿no tienes calor? Así, la camisa. Mmm, bonito pecho, qué par de monedas oscuras tienes ahí... Yo aquí sentado, tú parado entre mis piernas: tus pezones quedan a la altura de mi boca... Ven...
"¿Tú me mandaste esto?", te acercaste caminando hacia mí, apuntándome con la cerveza, riendo como si un pana te echó una vaina, como comentando un chiste. Choqué la botella con la tuya y la empiné para beber y no contestarte sino con la misma mueca de medio lado, con los ojos: retándote a seguir la conversación.
Shhh, tranquilo... ¿Nunca te lo habían hecho? Déjame lamerte, así... Te dejas. Es la primera vez, dices. Nunca con otro tipo, dices, pero te muerdo las tetas y te quedas así, tranquilito. Tu olor me invade, te aspiro mientras recorro tu pecho con la lengua, y dejas caer los brazos que tenías como escudo frente a ti, y tu cara te cambia y se cierran tus ojos y me dejas hacer.
Brindarte otra cerveza no me costó mucho; seguir conversando tampoco, ni siquiera al empezar a hablar de sexo —tomando birras, en un bar, la música retumbando y los cuerpos agitándose... ¿acaso hay otro tema?—; aunque sí fue más trabajoso arrinconarte después a preguntas sobre tu experiencia "con panas"...
Como estás tan concentrado no me cuesta nada darte un leve empujoncito y echarte de espaldas a la cama. Un leve amago de levantarte cuando sentiste que me ahorcajaba sobre ti, pero mi mano sobre tu —ya despierto— miembro, te relaja: cierto, tú estás en control, tú el hombre. Cuando comienzo a abrirte el pantalón vuelves a apoyar la cabeza, cierras los ojos de nuevo.
"No, yo tengo mi jeva," es la aclaratoria inicial necesaria, "pero hay un chamo por la casa que..." Sólo soltando primero la carta de la novia obligatoria te lanzas a echar un poco más tranquilo el cuento: que si un mariquito de por allá, que si parece una niña, que estabas bebiendo, que nadie lo respeta, que solamente te lo agarró, que nadie sabe nada... Yo afirmo, te sigo la corriente, serio, para no dudar de tu hombría en ningún momento, para quedar claro que tú eres bien macho... Nada más lanzo una que otra tímida flecha —"Mmmm... ajá" comento; "Claro, entiendo", sigo; "¿Y que más? ¿Y después qué hiciste?"— para animarte a seguir, para que no dejes caer la bola. Luego de un rato te la bateo, fuerte: "Qué rico... aunque yo lo hubiera hecho mejor..."
Todo comienza a suceder más rápido. Tomo tu pantalón por la cintura y levantas la cadera para liberarlo. Lo deslizo por tus piernas. Aunque ya se asoma la cabeza brillante de tu pene y la mancha húmeda al frente de tu ropa interior me invita, todavía no te toco. Voy por los zapatos. Subes, obediente, cada pierna para que te los quite. Ahora sólo estás en interiores y te acomodas mejor, más arriba en la cama. Me miras para saber qué hacer. Me desnudo al pie de la cama y con la mirada te contengo: espera, yo te diré qué hacer.
"Ah, ¿sí?" te cambió el tono, un poco más bajo ahora. "¿Y qué hubieras hecho tú?", preguntaste tratando de parecer casual, como por seguir conversando, pero yo ya veía que la cara te cambiaba, ya sentías mi ofrecimiento, percibías un chance de lograr algo... Y tu rápido movimiento con la mano tocándote el frente de tu pantalón tampoco se me escapó. Te estabas excitando. Le di un trago largo a lo que quedaba de mi cerveza —ya habías olvidado la tuya— y me acerqué un poco a tu oído antes de caminar hacia la salida. "Más importante que eso es lo que te puedo hacer". Sólo entendiste y me seguiste cuando te enseñé la llave de mi carro desde la puerta del bar. Miré a tu cuello cuando me pasaste a un lado a la salida, y se me escapó una sonrisa mientras pensaba, teatral: "Ya eres...
"... mío," susurré mientras te arrancaba los interiores, tu pene dando un salto y rebotando húmedo contra tu estómago. Ibas a tocarte, a menear orgulloso tu falo, pero aparté tu mano: yo lo hago. Tú, quieto ahí.

Acerco mi cara a tu abdomen, huelo tu cuerpo, bajo hasta tu sexo mientras sostengo tus brazos contra la cama para impedirte cualquier iniciativa... Cuando sientes mi aliento sobre tu pene empujas con la cadera, quieres que me lo trague todo. Le paso la lengua, siento su acre aroma y sabor, pero aún no... su cabeza está a punto de estallar, y gotea de líquido preseminal. Lengüeteo tus testículos un poco y gimes; abro un poco tus piernas para bajar hasta la húmeda y caliente raja de tu culo virgen. Te alteras por mi cercanía a ese territorio inexplorado, pero te calmo con la mirada. Levanto tu pene con la mano, apretándolo, saludándolo con la punta de la lengua, y sabes que debes pactar: en efecto, abres un poco más y, luego de dejarme deleitar un rato con tu rosado culito, cuando ya estás convencido de que se siente muy bien el masaje que le hago con mi lengua, te recompenso metiéndome de un tirón tu verga dura y candente en la boca. Aprieto entre los labios su base mientras la cabeza se regocija en el fondo de mi garganta.

Casi te desmayas de placer, y tu grito sorprendido se estira hasta formar un agónico susurro. Comienzas a cogerme frenéticamente por la boca, tus caderas subiendo y bajando a un ritmo de locura, tus nalgas rebotando en mi cama, entre mis manos. Cada vez entras otro poco, tus vellos hacen cosquillas en mi nariz con cada arremetida, tu verga se endurece más y más. Me detengo, me retiro: antes de procurarte el orgasmo que ya se siente cercano, me subo a tu cuerpo y sin tiempo para quejarte —aún tus caderas danzando— estoy acostado sobre ti, balanceándome a tu ritmo y con mi cara a nivel de la tuya, mirando profundo a esos ojos sorprendidos, a ese rostro que me pide con un gesto casi infantil que siga, que no pare. Pero yo quiero darte otro uso.

Nuestros penes ahora batallan allá abajo, frente a frente, pero no pareces darte cuenta cuando te clavo un beso, con mi lengua abro tu boca que por un instante retrocede, tu cabeza bajando hasta el colchón; pero el placer no te deja pensar y ahora atacas, levantas tu cara para encontrarme y hundes tu lengua explorando en mi, tu mano detrás de mi cuello para acercarme más y no dejarme escapar. Casi estás sentado, yo a caballo sobre tus caderas; veo tus ojos cerrados fuertemente, en un gesto que es concentración pero que es también un poco negación, una seria duda sobre lo que estás haciendo. Creo que has tenido bastante para una primera vez, y decido darte un sacudón final.

Con una mano te empujo por el pecho hasta acostarte nuevamente, mientras me levanto, de pie sobre ti con los pies a los lados de tu cadera. Tu mirada ya está rendida, tu respiración sigue agitada. Ya sabes que sólo harás lo que yo te permita, así que mientras me bajo a registrar la mesa de noche tu sólo estás allí, explayado, una gran "X" palpitando sobre mi cama. Y en esa posición te quedas cuando me acerco y te coloco rápidamente un condón y me paro nuevamente sobre ti, las manos en las caderas mientras decido cómo y cuándo te atacaré.

Me miras desde abajo, sumiso, mientras voy descendiendo y acerco mi culo a tu candente miembro, que late, se levanta. No dejo que te muevas: con una mano lo levanto y apunto para llegarle poco a poco, para sentir cómo ya mi esfínter empieza a tocarlo, reconocerlo, invadirlo. Quieres apurarlo, te agitas como antes pero me detengo cuando tratas de empujar, así que te quedas tranquilo, a mi ritmo. Pongo mis pies en tus brazos para inmovilizarte, mis manos aprietan tus tobillos, soy otra "X" que desciende sobre ti y ya te traga por el falo, te posee enguyendo tu parte más orgullosa en mis entrañas. Sólo cuando mis nalgas rozan tus testículos y tu verga es toda mía aprieto con los músculos de mi entrada y comienzo a moverme, a brincar de arriba abajo, a sacarle a ese palo de carne todo su jugo que ya no tarda, porque tu espera ha mellado tus fuerzas y tu boca se abre silenciosa mientras te ves aparecer y desaparecer dentro de mi.

Me detengo varias veces para verte a la cara, para hacer más delicado el roce de nuestras partes, y cada una de esas veces me miras a los ojos, reconoces al dueño de ese placer que estás sintiendo y que dejo caer sobre ti poco a poco. Al final el movimiento a pistón se acelera, ya no puedes creer lo poco que falta, y yo salto salvaje agitándome y sintiendo como tu verga se tensa; rebotas tu cadera violento contra mi, gimes y gimes más fuerte hasta que, en un último y profundo movimiento, te paralizas en un grito que repercute en tu vibrante falo rodeado, aprisionado por mi carne que le extrae en rápidas sacudidas su lava blanca, su caliente leche dentro de mi. Cuando dejo de moverme es mi miembro el que toma su turno, tenso luego de todo ese rebote, listo para derramarse libre gracias a tu estímulo en mi culo, y tu mano lo toma para sí y lo masturba, ya derribadas todas las barreras y permitiéndote esa otra primera vez agradecido, correspondiéndome, haciendo que salpique con mi eyaculación todo tu pecho y tu cara, tu cara de dueño de la situación, tu cara de macho victorioso y reivindicado por haber llevado a la cama a otro hombre, por haber poseído esta noche a un... ¿pasivo?

6 comentarios:

  1. No amigo no tengo su vena literaria o la paciencia o el tiempo de refinar la mia, esta muy bueno su escrito...aplausos

    ResponderBorrar
  2. Es de lo mas eròtico que he leido ultimamente. La verdad del rol de "pasivo" y "activo" esta plasmada con excelencia.
    Todo mi cuerpo se estremeció durante la lectura. Genial. Ojalá coincidamos en el espacio y en el tiempo e la Caracas agitada.
    gabrielbalano@yahoo.com

    ResponderBorrar
  3. Sólo puedo decir algo: DIOS!!!! cómo haces para escribir de esa manera? me parece demasiado real y demasiado excitante, te puedes imaginar todo lo que pasó y cómo sucedió. Te felicito. y Quien fuera ese a quien le invitase la cerveza...bueno en realidad me puedo imaginar en ámbos roles...jeje

    ResponderBorrar
  4. ¿Gracias, amigos, por sus comments! Y guille, bienvenido a este espacio (y a los blogs, estuve visitando tu espacio). Esperando comentarnos más...

    ResponderBorrar
  5. Qué talento y qué ¡Chapó!

    Esto, y nada más, es lo que llamo ser "activamente pasivo"...

    ResponderBorrar
  6. errata: Léase "Qué talento y que ESTILO, ¡Chapó! (Chapó y chapó diez veces más)

    :o)

    ResponderBorrar