martes, 25 de septiembre de 2007

Pero relájate, disfrútalo... (Franela V)

El palo de agua del sábado pasado nos agarró a miMa y a mi cerca de casa, frente a un centro comercial, de modo que para no subir a ver llover desde la ventana, luego de tomarnos un café nos paramos en la entrada de las tiendas un rato. Desde allí podíamos ver a la gente corriendo para guarecerse.

Y también podía verse a Franela, cuyo puesto queda casi frente al centro comercial.

¿Hace cuánto que no lo veía? ¿Dos meses, tres? Mucho más si contaba desde cuándo no teníamos... contacto. O sea: desde cuándo no subía a la casa a tirar. Lo cual debe haber ocurrido unas diez, doce veces, calculo yo. ¿Y siempre igual, siempre lo mismo? No precisamente.

Algunas veces estábamos miMa y yo, otras —creo que las más— yo solo; algunas veces subía apurado y serio, se dejaba mamar y chao, otras se mostraba echador de vaina y se acostaba como quien no quiere irse. Casi siempre, a partir de la segunda o tercera vez, quiso ir más allá: empezó a pedir culito. Y algunas veces lo obtuvo (ya habré de contar también esas ocasiones, claro)... Y finalmente, su participación física en el acto se limitaba a su verga erecta, y otras veces yo intentaba ir más allá. Y algunas pequeñas victorias tuve...

* * *

El primer atrevimiento fue, como casi todos, robado (no, no fue un beso, nunca lo he intentado). Ya Franela había agarrado la confianza suficiente para desnudarse y acostarse en la cama a recibir su mamada, de modo que cuando sintió la lengua en el pecho no puso mayor objeción. Al parecer ya no le molestaba como la primera vez, cuando se cubrió el pecho luego de unos tímidos intentos de miMa.

Le mordisqueé un poco ambas tetillas por un rato, y luego me arrodillé al lado de su cadera para tener mejor acceso a su miembro. Comencé a acariciarle la punta con la lengua. "Uff, tú si lo mamas sabroso, vale," decía, y yo le apretaba el falo erecto y brillante, descubriendo su cabeza, y él elevaba la cintura para tratar de metérmelo en la boca, abriendo levemente las piernas apoyado en los talones. Fue cuando chupé sus testículos, aprovechando que él se pajeaba un poco... y bajé mi lengua hasta su perineo. Tres lamidas rápidas y empujé la punta de la lengua hacia abajo, donde se encontró con su ano escondido entre una oscura mata de pelos. Lo saboreé por un par de segundos y...

—¿¡Epa, qué pasa, pana!?, abrió los ojos sorprendido y juntó rápidamente los muslos. "Esa vaina no me gusta..." Un tono sutil de molestia en su voz, que anulé haciéndome el paisa: bueno, como abriste las piernas... "No, pero qué pasa, no..." Lo tranquilicé agarrando nuevamente su verga. Tranquilo... Le subí el prepucio totalmente y luego introduje la punta de la lengua entre él y el glande: volvió a gemir de placer... tranquilo; ¡ya puedes abrir las piernas! Se distendió de nuevo un poco, con una risa leve pero aún susurrando las reglas de nuevo con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados: "Dale al güevo, a mí me gusta es que me mames el güevo... las bolas no..."

* * *

Conque su culo estaba vedado. Bueno, yo lo suponía, pero tenía que intentarlo. Y de todas manera podía acariciar casi cualquier parte de su cuerpo flaco, moreno y fibroso, mientras estaba allí echado. Siempre boca arriba, por supuesto...

O contra la pared, en caso de estar de pie. Así fue cuando en otra oportunidad que subió logré meterlo en la ducha conmigo.

* * *

Ni siquiera le pregunté si quería hacerlo. Cuando se empezó a desnudar y se dirigía a la cama —se pegó de mis nalgas, bombeándome agarrado de mi cintura al agacharme a sacarme los zapatos: estaba excitado por encima de lo normal— lo halé por el brazo y le dije Vente, vamos. "¿Qué v...?" pero me siguió al baño. Abrí la ducha y entendió; entró detrás de mi sin quejarse. De inmediato se pegó de la pared: "No me mojes el pelo, que se van a mosquear los panas..."

Así que fuera de su culo y su cabeza, todo lo demás estaba a mi disposición. Tomé el jabón y comencé a masajear su pecho, y luego la espalda en un amago de abrazo suelto que disimulé agarrando su verga y poniéndomela entre las piernas. Se movió simulando la penetración mientras yo recorría el resto de su cuerpo con las manos. Mantenía su cara girada a un lado, para descartar cualquier atisbo de intimidad que no fuera la de los dos cuerpos ansiosos de sexo.

"Voltéate," me dijo, y yo le di la espalda tomando sus dos manos con las mías; puso un poco de resistencia hasta que se dio cuenta de que las dirigía hacia mi pecho. Entonces tomó con cada mano una tetilla y siguió apretando y acariciando —otro progreso, pensé—, su abdomen pegado a mi baja espalda y la verga abriéndose camino entre mis nalgas. Bajé una mano para guiarlo y sentir su movimiento y calor por debajo de mi, la cabeza dura y húmeda debatiéndose entre la raja de mi culo y mi palma.

Probé entonces el terreno nuevamente. Me coloqué de frente a él, y tomando su mano para ponerla entre mis nalgas y distraerlo, alineé mi verga erecta a la suya y en un doble agarre de mi mano comencé a masturbarnos juntos. No se inmutó. Sus dedos hurgaban mi ano, intentando ir más y más adentro —metió un dedo, luego dos— y yo sentía su pene endurecerse junto al mío, que era la primera vez que él tocaba de alguna forma. Apuré el movimiento pensando hacerlo acabar contra mi pubis (y yo bañarlo de mi leche al mismo tiempo), pero él dejó colar otra idea:

—Agáchate pa' mamarte el culo.

¡Otra primera vez! Me incliné un poco dándole de nuevo la espalda. Antes de agacharse me apretó contra sí por la cintura y, ya puestos a intentarlo, seguí transgrediendo: lo obligué a bajar su mano por mi entrepierna. Hizo un gesto de fastidio y emitió un gruñido de advertencia (una especie de ¿no te dije que no me gusta? gutural) pero sucedió: apretó levemente mi miembro, como quien sopesa una fruta para decidir si la compra, y me pajeó como por cinco segundos. Luego me soltó como si nada y a lo suyo: se agachó tras de mí y hundió la lengua en mi esfínter, separándome las nalgas con las manos. El agua nos corría por encima y yo continué la paja que él había iniciado. Unos minutos después acabé con el rico masaje que me daba por detrás, y ya recuperado, me volví para corresponderle. Seguí de rodillas chupando su verga que ya estaba a reventar por la cantidad de nuevos estímulos que había recibido sin haberlo previsto. Un gemido y me aparté para ver correr el semen contra mi cara, pecho, abdomen.

* * *

Estoy seguro de que Franela no contaría, ni en la más etílica de las confesiones entre sus panas, los progresos que estaba haciendo conmigo en cuanto a su participación en el sexo con otro hombre; al parecer, empezaba a ver que ser sólo felado era perderse gran parte de la diversión. ¿Pero hasta dónde podía transgredir sin hacerle sentir que estaba poniendo en tela de juicio su hombría? Cuestión de unos pocos encuentros más...

viernes, 7 de septiembre de 2007

DD lo hizo...

Uno de los mitos que sostenía mi concepto del Mundo ha caído. Una de las columnas del templo de mis creencias se ha derrumbado.

Mi amigo DD, el activo 200%, el verdugo de mil culos vírgenes, el falo más abusado de Caracas y algunas de sus ciudades satélite, finalmente se dejó. Tal como me lo había hecho temer de aquella conversación: se volteó. ¡Se lo cogieron! Y como casi todo lo que me cuenta, lo supe por un telegráfico mensaje de texto a mi celular:
Papi, te acuerdas de JJ, el chamo que me estaba cayendo en la fiesta? Fue el que se comio el virgo, el otro dia en su carro, por la casa...
¡¿Quéee?! ¡DD finalmente probó de su propia medicina! No lo podía creer... Le pedí explicaciones, pero a punta de pulgares no se podía contar mucho. Al menos no tanto como lo que yo necesitaba saber.
Que ladilla decirte por msg... Llamame para contarte.
Claro que lo llamaría... Llegué del trabajo y solté todo sobre la cama para marcar su teléfono, que contestó con una carcajada:

—¡Ay, chismosa, mija! No podías esperar a verme para saber.

No, no podía. Así que le saqué toda la información: cómo fue, quién lo propuso, si le gustó, si le dolió. ¡Sentía que estaba en presencia de un importante hito en la Historia! En la historia de DD, ciertamente lo era...

La única vez (que yo supiera) que había intentado siquiera ser penetrado fue, oh sorpresa, en un sauna. El tipo había estado rondándolo desde hacía tiempo y, si por mí fuera, no lo habría pensado demasiado: catire, alto y con un cuerpo espectacular, y con un pedazo de miembro que... ¡Sí, claro que se lo ví! Y hasta lo probé: estamos hablando de un sauna, el carajo solía ir y yo... tampoco lo evitaba (aunque no soy asiduo). Bueno, pues el carajo estaba ¡enamorado! de DD —como otras varias docenas de personas— y le insistió e insistió hasta que en un recoveco oscuro y en la última media hora de servicio, lo animó a probar... ¡Coño, cómo gritó! Bueno, eso me contó luego... Apenas lo intentaron empalar (y de un solo y certero empujón, es que tampoco hay consideración por un culo virgen en este mundo...) y el pobre DD se elevó de puntillas como bailarina de ballet y botó tierrita. ¡No, la pinga, eso duele mucho! se quejó, optando por renunciar al intento...

—Pero no si se hace con cuidado, con amor— le explicaba yo, proponiéndole una tarea de visualización: acuérdate, le decía, de las caras de placer y los gritos de éxtasis de todos los que han caído bajo tu morena pinga. Además, ¿recuerdas lo que tu amigo, la loca esa de por tu casa, te decía acerca de la satisfacción obtenida a través del sexo anal en el papel de pasivo? Y él me recitaba la escueta gema de sabiduría gay que siempre escuchó pero que sólo hasta ahora comenzaría a entender:

—Sí, papi: que por el culo también se goza.

Y bueno, todo con moderación. Que no quiero que mi amigo DD se convierta totalmente en una marica pasiva, con todo el respeto y consideración que las maricas pasivas merecen. Y a los datos, que fui chequeando:

¿Condón? Claro, papi. ¿Cómo te lo hizo? Boca abajo, se acostó sobre mi: ¡Ese gigantón! ¿Te preparó? Sí: hubo dedo, lengua, paciencia... ¡igual que hago yo! (No todo está perdido, aún lo dice en presente) ¿Pero él te "atendió" también? No, no me lo cogí, sólo hice de pasivo. Pero le chupé ese culo y me mamó el güevo rico... ¿Y tú a él? Un poco. Es pelúo, no me gusta... (¡Otra primicia! DD nunca le vió ninguna gracia a felar) ¿Te dolió? Veerga, sí, al principio sobre todo. ¡Sudé frío! El palo se me bajó y todo... (no me está cayendo a cuentos, esas reacciones no se simulan y quien ha sido cogido lo sabe). Pero lo hizo con cuidado, poco a poco. Ajá, ¿Y qué más? Bueno, salí de eso; él disfrutó mucho, parece... (Y cómo no: DD tiene un culo redondito, divino) ¡Yo también me disfruté mi vaina! Al día siguiente todavía me dolía un poco: me vi con un espejo, y tenía como punticos de sangre donde el ano se estiró... (tan lindo, tan gráfico mi amigo). Bueno —lo tranquilizé— eso se cura, lo importante es que no te haya dolido más allá, por un desgarro o algo...) No, si tampoco lo tiene tan grande... (Ja, ja, menos mal que no se estrenó con un negrazo superdotado) ¡Chamo! Y acabé con su palo adentro... (¡Qué! Pero este niño se adapta rápido a las nuevas realidades) Me pajeé mientras él acababa. Como tú me dijiste que así era rico... (Me descubrió. Claro, que yo le hablaba de cuando el falo te estimula la próstata y acabas sin tocarte el pene: una sensación increíble. Pero poco a poco irá absorbiendo conocimientos...)

Todavía no salgo de mi shock. Aunque la conversación que tuvimos aquella vez —y todas las anteriores, además de mi propia experiencia— me decían que pasaría tarde o temprano, está demasiado fresca en mí la imagen del chamito que conocí, un poco fiero y arisco, con una autosuficiencia masculinísima, que sabía de intimidad con otros hombres sólo para ponerlos de rodillas a mamar y que se arrechaba si tu mano pasaba un poco más abajo de su espalda por unos segundos de más. Como persona, sin embargo, lo tengo allí frente a mí, completo, tan o más amigo que antes, con la mente más abierta en cuanto a su cuerpo y sus posibilidades... Por no obviar el hecho de que ahora no sólo tengo que cuidar la provisión estratégica de condones que conservo cerca de la cama, sino mi tubo de Lubrix... ¡Y si me descuido, el modesto dildo que compré como curiosidad aquella vez en la Sexshop de Altamira!
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Recién al terminar esto me doy cuenta de lo gracioso que se leería el título de este post en inglés: ¡Dididídit!

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Muéstramelo: no te vas a volver gay...

Como siempre, un interesante debate en un blog que sigo, el de Aloner&Daniel, me ha soltado los dedos, tanto para comentarles allá como para venir a acordarme de este cuento y soltarlo aquí.

¿Cómo lidiar con el interés sexual de un amigo? Aunque allá los panas en su discusión tocan y también eluden algunos aspectos sobre el tema, primero hay que estar seguro de que ese interés en efecto está allí. Y el cuento del que me acordé es precisamente un ejemplo de cuando no lo está, y en su lugar hay sólo confusión, un poco de temor y —por qué no reconocer su influencia— unas cuantas cervezas.

Hace algunos años me quedé en casa de un amigo de estudios, hétero él y plenamente conciente de mi homosexualidad (que no le afectaba ni interesaba), y tras un rato de conversación y cervezas, nos fuimos a acostar. Mi amigo, como imagino que era su rutina cuando estaba solo y ya que tocamos tangencialmente el tema, puso una película porno. Hétero también, claro, como todas las que tenía e incluso alquilaba.

Nos bebíamos las últimas dos birras ante la tele, y allí estaba esa profusión de penes, bocas y vaginas haciendo lo suyo así que yo, como casi cualquier ser de sangre caliente, me excité y comencé a tocarme por encima de la ropa, discreto. Mi amigo, muy verbal y analítico, soltó: "Estás viendo una porno straight, te estás tocando y obviamente se te paró la paloma. ¿No será que en el fondo eres un heterosexual reprimido?"

Tras las borrachas carcajadas, le aclaré que aunque había de todo en las imágenes, eran las gigantescas vergas trabajando lo que me entretenía. Además le expliqué que, de acuerdo a mi forma de ver las cosas, detrás de todo gay hay, si bien tan solo biológicamente, un hétero. ¿Reprimido? No lo sé; tal vez sólo "no desarrollado", o latente, o atrofiado. Qué se yo. Había cervezas y había sexo en la pantalla. Mi cuerpo respondió.

Y el suyo también. Para eso están esas películas, digo yo. Pero lo que sucedió es que, tras terminar el video (¿terminaría en realidad? No es que la trama de estas cosas importe en realidad... el caso es que dejamos de verla), él se levantó, tiró su lata vacía y la colilla del cigarro a la basura y se encerró en el baño.

Estamos hablando de un carajo desinhibido totalmente (de los que no ve ningún problema en "pelar las nalgas" ante una cámara, por ejemplo), y de un apartamento de madrugada ocupado por nosotros dos, sin tías, mamás o hermanitas presentes. Su espalda mientras orinaba no iba a ser una escandalosa revelación entre panas, así que obviamente había otra actividad llevándose a cabo...

Salté de la cama y toqué la puerta con mi cerveza. "Chamo, ¿qué estás haciendo?" pregunté con lo que ahora se me antoja era un tono etílico y socarrón, y sabiendo la respuesta. Que no tardó: "¡Me estoy haciendo la paja, qué más!" ¿Molesto? No lo percibí. Me quedé viendo la puerta. ¿Por qué no lo hizo en la cama, viendo la película? Así lo habría hecho yo... Si él hubiese comenzado, claro: es su casa. Mi erección me decía aún que perfectamente podía haber participado de un ¿dúo? de pajas, acostados frente a la tele, como continuación natural de la conversa y la estimulación visual; luego acabar, limpiar, y a otra cosa. Como panas. Él no lo vio así, obviamente.

"¡Abre, marico, déjame entrar!" insistí, estúpidamente. Vamos a hacerlo los dos, pensaba. Como panas. ¿Con deseo por él? No. Juro que no. Y aunque parezca obvio que de masturbarnos juntos yo lo vería como un hombre desnudo y excitado, y tal vez mi inclinación sería un poco incómoda para él en el momento, no perseguía nada más allá que reconocernos en la común franqueza de la excitación como algo físico. Aunque sea difícil verle la gracia a hacerse la paja junto a otro carajo sin que haya nada sexual con él, en ese momento de leve sopor alcohólico sólo lo veía como uno de esos extraños, intransferibles e inexplicables lazos de que se componen las amistades a toda prueba. Una estupidez tal vez un poco vergonzosa como la que hace reírse con picardía a un par de viejos cuando muchos años después rememoran sus andanzas juveniles.

Lo que él vio fue al marico que se tomó unas cervezas y se puso "atacón". ¿Para qué iba yo a querer verle el miembro erecto a este?, pensaría. ¿Para qué iba a querer verme pajeándome sino para excitarse o intentar algo más? Pero yo no intentaría algo más... al menos creo que no, pues nunca tuve chance de averiguarlo. "Pana, qué ladilla..." soltó en el mismo impulso con que abrió de golpe la puerta y siguió hacia la habitación. Yo quedé frente a un iluminado baño, limpio de rastros reveladores, donde eché la última meada de la noche, me lavé la cara y no recuerdo si resolví la ya entonces olvidada excitación sexual. Un vago intento de conversación normal después, la oscuridad y el alcohol en la cabeza terminaron la confusa noche, que parecía no haber sucedido a la mañana siguiente.

Hasta el sol de hoy veo que nuestra amistad, si bien últimamente lejana por cosas típicas de terminar de estudiar, mudanzas, etcétera, no se alteró por el asunto. Un leve shock de incompatibilidad en la manera de ver algunas cosas, que no pesó sobre la forma de ver otras, las que nos unían. ¿Tal vez ese será, a la larga, el extraño detalle de que me acordaré en algunos años? Quién sabe. Tal vez incluso un lazo mal entendido puede funcionar como un lazo al final...