
Y también podía verse a Franela, cuyo puesto queda casi frente al centro comercial.
¿Hace cuánto que no lo veía? ¿Dos meses, tres? Mucho más si contaba desde cuándo no teníamos... contacto. O sea: desde cuándo no subía a la casa a tirar. Lo cual debe haber ocurrido unas diez, doce veces, calculo yo. ¿Y siempre igual, siempre lo mismo? No precisamente.
Algunas veces estábamos miMa y yo, otras —creo que las más— yo solo; algunas veces subía apurado y serio, se dejaba mamar y chao, otras se mostraba echador de vaina y se acostaba como quien no quiere irse. Casi siempre, a partir de la segunda o tercera vez, quiso ir más allá: empezó a pedir culito. Y algunas veces lo obtuvo (ya habré de contar también esas ocasiones, claro)... Y finalmente, su participación física en el acto se limitaba a su verga erecta, y otras veces yo intentaba ir más allá. Y algunas pequeñas victorias tuve...
* * *
El primer atrevimiento fue, como casi todos, robado (no, no fue un beso, nunca lo he intentado). Ya Franela había agarrado la confianza suficiente para desnudarse y acostarse en la cama a recibir su mamada, de modo que cuando sintió la lengua en el pecho no puso mayor objeción. Al parecer ya no le molestaba como la primera vez, cuando se cubrió el pecho luego de unos tímidos intentos de miMa.
Le mordisqueé un poco ambas tetillas por un rato, y luego me arrodillé al lado de su cadera para tener mejor acceso a su miembro. Comencé a acariciarle la punta con la lengua. "Uff, tú si lo mamas sabroso, vale," decía, y yo le apretaba el falo erecto y brillante, descubriendo su cabeza, y él elevaba la cintura para tratar de metérmelo en la boca, abriendo levemente las piernas apoyado en los talones. Fue cuando chupé sus testículos, aprovechando que él se pajeaba un poco... y bajé mi lengua hasta su perineo. Tres lamidas rápidas y empujé la punta de la lengua hacia abajo, donde se encontró con su ano escondido entre una oscura mata de pelos. Lo saboreé por un par de segundos y...
—¿¡Epa, qué pasa, pana!?, abrió los ojos sorprendido y juntó rápidamente los muslos. "Esa vaina no me gusta..." Un tono sutil de molestia en su voz, que anulé haciéndome el paisa: bueno, como abriste las piernas... "No, pero qué pasa, no..." Lo tranquilicé agarrando nuevamente su verga. Tranquilo... Le subí el prepucio totalmente y luego introduje la punta de la lengua entre él y el glande: volvió a gemir de placer... tranquilo; ¡ya puedes abrir las piernas! Se distendió de nuevo un poco, con una risa leve pero aún susurrando las reglas de nuevo con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados: "Dale al güevo, a mí me gusta es que me mames el güevo... las bolas no..."
* * *
Conque su culo estaba vedado. Bueno, yo lo suponía, pero tenía que intentarlo. Y de todas manera podía acariciar casi cualquier parte de su cuerpo flaco, moreno y fibroso, mientras estaba allí echado. Siempre boca arriba, por supuesto...
O contra la pared, en caso de estar de pie. Así fue cuando en otra oportunidad que subió logré meterlo en la ducha conmigo.
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Ni siquiera le pregunté si quería hacerlo. Cuando se empezó a desnudar y se dirigía a la cama —se pegó de mis nalgas, bombeándome agarrado de mi cintura al agacharme a sacarme los zapatos: estaba excitado por encima de lo normal— lo halé por el brazo y le dije Vente, vamos. "¿Qué v...?" pero me siguió al baño. Abrí la ducha y entendió; entró detrás de mi sin quejarse. De inmediato se pegó de la pared: "No me mojes el pelo, que se van a mosquear los panas..."
Así que fuera de su culo y su cabeza, todo lo demás estaba a mi disposición. Tomé el jabón y comencé a masajear su pecho, y luego la espalda en un amago de abrazo suelto que disimulé agarrando su verga y poniéndomela entre las piernas. Se movió simulando la penetración mientras yo recorría el resto de su cuerpo con las manos. Mantenía su cara girada a un lado, para descartar cualquier atisbo de intimidad que no fuera la de los dos cuerpos ansiosos de sexo.
"Voltéate," me dijo, y yo le di la espalda tomando sus dos manos con las mías; puso un poco de resistencia hasta que se dio cuenta de que las dirigía hacia mi pecho. Entonces tomó con cada mano una tetilla y siguió apretando y acariciando —otro progreso, pensé—, su abdomen pegado a mi baja espalda y la verga abriéndose camino entre mis nalgas. Bajé una mano para guiarlo y sentir su movimiento y calor por debajo de mi, la cabeza dura y húmeda debatiéndose entre la raja de mi culo y mi palma.
Probé entonces el terreno nuevamente. Me coloqué de frente a él, y tomando su mano para ponerla entre mis nalgas y distraerlo, alineé mi verga erecta a la suya y en un doble agarre de mi mano comencé a masturbarnos juntos. No se inmutó. Sus dedos hurgaban mi ano, intentando ir más y más adentro —metió un dedo, luego dos— y yo sentía su pene endurecerse junto al mío, que era la primera vez que él tocaba de alguna forma. Apuré el movimiento pensando hacerlo acabar contra mi pubis (y yo bañarlo de mi leche al mismo tiempo), pero él dejó colar otra idea:
—Agáchate pa' mamarte el culo.
¡Otra primera vez! Me incliné un poco dándole de nuevo la espalda. Antes de agacharse me apretó contra sí por la cintura y, ya puestos a intentarlo, seguí transgrediendo: lo obligué a bajar su mano por mi entrepierna. Hizo un gesto de fastidio y emitió un gruñido de advertencia (una especie de ¿no te dije que no me gusta? gutural) pero sucedió: apretó levemente mi miembro, como quien sopesa una fruta para decidir si la compra, y me pajeó como por cinco segundos. Luego me soltó como si nada y a lo suyo: se agachó tras de mí y hundió la lengua en mi esfínter, separándome las nalgas con las manos. El agua nos corría por encima y yo continué la paja que él había iniciado. Unos minutos después acabé con el rico masaje que me daba por detrás, y ya recuperado, me volví para corresponderle. Seguí de rodillas chupando su verga que ya estaba a reventar por la cantidad de nuevos estímulos que había recibido sin haberlo previsto. Un gemido y me aparté para ver correr el semen contra mi cara, pecho, abdomen.
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Estoy seguro de que Franela no contaría, ni en la más etílica de las confesiones entre sus panas, los progresos que estaba haciendo conmigo en cuanto a su participación en el sexo con otro hombre; al parecer, empezaba a ver que ser sólo felado era perderse gran parte de la diversión. ¿Pero hasta dónde podía transgredir sin hacerle sentir que estaba poniendo en tela de juicio su hombría? Cuestión de unos pocos encuentros más...