miércoles, 20 de mayo de 2009

La prueba

I. Creí que no era conmigo: si uno va caminando por una avenida donde a golpe de cinco de la tarde bajan puros obreros hacia el Metro y uno de ellos se te queda mirando, lo primero que piensas es que te le pareces a alguien, o que te está buscando camorra; cualquier otra cosa menos que le llamaste la atención.

Pero ahí está, un veintiañero delgado y de piel aceituna, una sombra de bigote oscureciendo su cara de niño malo, bolso al hombro sobre una chemise de rayitas, jean desgastado. Va en la misma dirección que yo, unos pasos adelante, y se ha volteado a verme (o eso creo) un par de veces. La cuadra es larga y nuestras miradas se cruzan varias veces. Así que calculo cuándo volteará de nuevo y en ese momento me toco inocentemente el pene por encima del pantalón; le veo esbozar un leve, levísimo gesto de comprensión y aminorar el paso.

Lo alcanzo y saludo casualmente, y contesta con un gesto. Lo tengo que precisar en pocas frases porque faltan pasos para llegar a la puerta de mi edificio: ¿Epa... Y pa' dónde la llevas? Pa'l Metro, dice. Yo, a mi casa... ¿tienes prisa? Nah... Entonces, ¿me acompañas? Bueno.

Entramos al edificio. En el ascensor lo miro a la cara y le doy un toqueteo rápido en el frente de su pantalón, a ver si entendí las señales, las miradas. No se quita, ni se sorprende, ni lo rechaza: el tipo sabe a dónde va y a qué.

Me cuenta de su trabajo, yo del mío, mientras entramos al apartamento. Estamos ahora frente a frente en la penumbra vespertina de mi cuarto. Se queda callado.

Comienza a juguetear tímido con su cinturón, como no sabiendo ya qué hacer. Pero mi mirada baja directa a su paquete y eso le quita las dudas; cuando suelta el bolso y se abre el cierre apurado yo ya estoy de rodillas. Agarro su pantalón por ambos lados de la cintura, y de un jalón lo dejo desnudo del ombligo hacia abajo. Me mira con una sonrisa entre pícara y azorada mientras su verga comienza a crecer frente a mi vista.

- Guao... ¿y quién se come todo eso?

- No, nadie... mi esposa.


II. Creí que esas cosas no pasaban: un carajo supuestamente hétero con los pantalones abajo, la verga tiesa y hablando abiertamente con otro carajo, obviamente gay, sobre sus relaciones con su mujer. Ni en la mejor fantasía de acuesta-machos...

Pero allí está, un digno representante de ese fenotipo de obrero malandro que tanto me gusta, callado mientras su erección crece y crece.

- Sí, vale, soy casado, desde los diecinueve, dos años...

- ¿Y todo bien? ¿El sexo qué tal?— le pregunto para saber si es que vive un engaño o es en serio la cosa.

- No, fino, pero bueno, no es lo mismo...

Mientras pienso en cómo este carajo reconcilia en su mente lo de tener mujer, probablemente hijos, y hacerse una paja con otro carajo, lo tomo por la cabezota púrpura de su pene y lo llevo hasta el baño. "Ven que te lavo, quiero mamártelo".

Por supuesto, me deja hacer, por un buen rato. Luego de pasarlo por el chorro de agua, recibo sentado en "el trono" sus furiosas acometidas dentro de mi boca, mientras me pregunta y —como no contesto para no ser maleducado, con la boca llena se contesta él mismo.

-¿Y con quién vives? ¿Solo? ¿O con tu pareja? Aah... Y él a qué hora viene? ¿No podemos hacer un trío con él? Seguro que lo mama riiico, así... Y lo tiene así como tú, grande... Nos podemos coger los tres, ¿sí? Mmmmm.... - Su morboso monólogo lo excita cada vez más, y acelera el ritmo.

No quiero que termine tan pronto, así que me levanto, y él aprovecha para abrazarme por la cintura, voltearme y poner su erección alineada entre mis nalgas, mientras ahora con ambas manos me comienza a masturbar. Tal como me gusta hacerlo, desde atrás, parece que se masturbara a sí mismo, y vaya que lo hace bien. Me pone al borde en pocos minutos.

- Ufff, pero qué rico lo haces, vale, para no ser gay manipulas muy bien un güevo distinto al tuyo... (excitado suelo ser un poco temerario en mis declaraciones)... Esa "mujer" tuya como que tiene uno parecido...

- Nooo, vale, ojalá...En serio que soy casado, nunca hago esto...

No termino de creerle, pero hay que disfrutarlo como venga. Me coloco a su lado para poder corresponderle el estímulo, y me fajo a masturbarlo a la par que él a mí. Aceleramos el movimiento pero, aunque lo está disfrutando y sus gemidos van aumentando, de repente me detiene con un firme agarre en mi muñeca...


III. Creí que me estaba jodiendo: nunca le di mucha credibilidad al cuento ese de la ponchera de agua, a la prueba de los cachos. Uno ha escuchado tantas vainas de cuaimas y celópatas... Pero cuando el tipo me explica el clínico razonamiento de su mujer, tengo que preguntarme: ¿cuántas extrañas formas de coexistir entre dos personas se llaman "relación de pareja"?

- No, no puedo acabar... Mi mujer siempre se fija cuánto acabo; si es poquito va a saber que ya eché uno...

¿¡Qué!? Lo miro a la cara como esperando que se eche a reír, pero su cara de circunstancia me despeja la duda. ¡La vaina es en serio! "Dale tú... déjame a mi..." y continúa administrándome un enérgico pajazo. Cuando siento cerca el orgasmo, me acomodo para hacerle un buen espectáculo. Gemimos juntos, aunque sea yo el único estimulado. Acabo teatralmente sobre el lavamanos. Me lavo mientras él se guarda su miembro, aún semierecto, sin haber acabado, cosa que seguro hará con la cuaima cuando llegue a casa más tarde...