domingo, 12 de agosto de 2007
Bueno, pero no me insultes...
— ¿Pero bueno, cuál es el sometimiento? ¿O crees que obligado lo voy a hacer mejor? Cálmate, vale, si te excita el rollo dominante busca terapia... Además, si lo hago es por gusto...
(Una pinta en un kiosko por la casa. A lo mejor es algo personal con el kioskero, le voy a preguntar...)
lunes, 6 de agosto de 2007
Donde se come no se... efectúan deposiciones
Este dicho me vino a la cabeza* —un poco tarde, la verdad— cuando, en uno de mis lances callejeros de levante, me encontré repentina e involuntariamente expuesto, identificado y casi levantado.
Pero vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador.
Levantar, lo que se dice levantar, es un ejercicio continuo, y no siempre consciente. Aunque no se esté en disposición de llevarlo hasta el natural desenlace, siempre se intenta. Uno siempre quiere comprobar que tiene la capacidad ahí latente, que no ha perdido el toque.
Así que no podía evitar, cuando pasé la otra tarde frente al gimnasio que queda cerca de mi casa, echar un evaluador ojo a quienes salían. Entre los previsibles camiones de carne —que no me interesan salvo como curiosidad biológica— se abría paso un muchacho blanco, alto, con sus musculos bien formaditos y expuestos, que de repente se dio cuenta de que lo buceaba, y me sostuvo la mirada mientras llegaba a la acera y nos cruzábamos brevemente.
Me detuve al lado de un kiosko para voltear a detallarlo y darle a entender que me interesaba. Nuevamente le clavé la mirada. Él repartía la suya entre el tráfico de la avenida (se disponía a cruzar) y yo. Se colocó de frente a mí, esponjó lo mejor que pudo su pecho adolescente en franela blanca —bello, en verdad— mientras yo hacía lo propio cuadrándome para llamar su atención, en mi cara una expresión casual: Sí, estoy aquí para ti. Devuélvete y no te arrepentirás...
(Pero esto era sólo medianamente cierto. Se me hacía tarde para llegar a terminar un trabajo en casa y, si me hubiese respondido, me mete en un aprieto. Además, como ya dije, no siempre tiene uno las verdaderas ganas de llegar hasta el final).
El caso es que tal vez miré mucho y no dí señales; o tal vez sí las dí y eran: no vamos a llegar a nada. De repente se decidió, cruzó la avenida y caminó hacia el Metro, sin voltear ni una vez. Yo me quedé allí, siguiéndolo con la vista, en un arco hacia la esquina, hasta que su silueta se perdió detrás de... un vecino de mi edificio que me miraba directamente a los ojos.
¡Dios, cómo me pasó esto!, pensaba yo, mientras me daba la vuelta, torpe y confuso, imaginándome que él había visto todo: el acercamiento, el flechazo visual, la espera... Todo. Seguí caminando hasta la casa, ignorando al vecino, y esperando que por una extrañísima casualidad no se hubiese enterado de nada.
* * *
¿Quién me manda a andar haciendo esas cosas cerca de casa? Donde uno vive están las vecinas amables, los vecinos que tal vez han depositado su confianza en ti, los que te conocen quizá desde pequeño. ¿Pueden imaginarse si por casualidad te pasa esto mismo pero con una tía que iba a visitarte, o algo así? Definitivamente, hay que tener cuidado apartando un poco los ambientes en los que uno se desenvuelve...
Lo mismo pasa en el ambiente de trabajo. ¿Habrá una actitud más descocada que la de ponerse a fijarse y, peor aún, buscar acción en el sitio donde uno se gana el pan? ¿Y si todo va mal? ¿Y si encuentras acción y después se enrarece la cosa con el contacto? ¿Se imaginan tener que seguir viéndolo en la oficina, día tras día? ¿O que ese contacto se vuelva loco o celoso o vengativo y te ponga en evidencia? Puedo imaginar pocas pesadillas como esa, francamente...
* * *
El cuento no terminó aquí: como dije, me vi esa vez expuesto, identificado... y faltaba "casi levantado". Sucede que una media hora después de llegar a casa, cuando había olvidado todo y juraba no volverlo a hacer, sonó el timbre... ¡y era el tal vecino! Que nunca en su vida había tocado mi puerta (ni siquiera sabía que supiese dónde era), y que sólo saludaba de vez en cuando en el ascensor... ¡Llegó hasta mi casa! ¡En efecto había visto todo, y creía que había ahí algo que aprovechar!
—Hola, vecino...— me miró intentando hacerse el serio, el casual —Quería preguntarle si no tenía un CD de esos para limpiar el equipo de DVD, que quiero ver una película y parece que el cabezal está sucio...
¿Pero qué es esto? ¿Y por qué esta loca del coño viene hasta acá con esa pregunta burda y más falsa que billete de trece? ¿Es que este carajo cree que los argumentos de las películas porno se dan en la realidad? ¿Acaso cree que le voy a preguntar qué película quería ver, se saca del bolsillo un DVD de Falcon Video y nos echamos en el suelo aquí mismo a tirar?
—No, pana, no tengo ni DVD...— le respondí, más absurdamente todavía, a ver si espabilaba y se daba cuenta de que su estrategia era la de una zorra imbécil— ...y tengo la cocina prendida, chao.
Le cerré la puerta en las narices, maldiciendo el momento en que se me ocurrió ser tan descuidado en plena entrada de mi edificio, recriminándome la falta de cabeza para pensar cuando se me aparece un simpático chico y me mira a los ojos... Incapaz de alejarme de la cocina antes de agacharme a deshacerme de los desechos.
______
* Me vino, claro, con todas sus letras: donde se come no se caga. Es que se veía feo de título...
Pero vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador.
Levantar, lo que se dice levantar, es un ejercicio continuo, y no siempre consciente. Aunque no se esté en disposición de llevarlo hasta el natural desenlace, siempre se intenta. Uno siempre quiere comprobar que tiene la capacidad ahí latente, que no ha perdido el toque.
Así que no podía evitar, cuando pasé la otra tarde frente al gimnasio que queda cerca de mi casa, echar un evaluador ojo a quienes salían. Entre los previsibles camiones de carne —que no me interesan salvo como curiosidad biológica— se abría paso un muchacho blanco, alto, con sus musculos bien formaditos y expuestos, que de repente se dio cuenta de que lo buceaba, y me sostuvo la mirada mientras llegaba a la acera y nos cruzábamos brevemente.
Me detuve al lado de un kiosko para voltear a detallarlo y darle a entender que me interesaba. Nuevamente le clavé la mirada. Él repartía la suya entre el tráfico de la avenida (se disponía a cruzar) y yo. Se colocó de frente a mí, esponjó lo mejor que pudo su pecho adolescente en franela blanca —bello, en verdad— mientras yo hacía lo propio cuadrándome para llamar su atención, en mi cara una expresión casual: Sí, estoy aquí para ti. Devuélvete y no te arrepentirás...
(Pero esto era sólo medianamente cierto. Se me hacía tarde para llegar a terminar un trabajo en casa y, si me hubiese respondido, me mete en un aprieto. Además, como ya dije, no siempre tiene uno las verdaderas ganas de llegar hasta el final).
El caso es que tal vez miré mucho y no dí señales; o tal vez sí las dí y eran: no vamos a llegar a nada. De repente se decidió, cruzó la avenida y caminó hacia el Metro, sin voltear ni una vez. Yo me quedé allí, siguiéndolo con la vista, en un arco hacia la esquina, hasta que su silueta se perdió detrás de... un vecino de mi edificio que me miraba directamente a los ojos.
¡Dios, cómo me pasó esto!, pensaba yo, mientras me daba la vuelta, torpe y confuso, imaginándome que él había visto todo: el acercamiento, el flechazo visual, la espera... Todo. Seguí caminando hasta la casa, ignorando al vecino, y esperando que por una extrañísima casualidad no se hubiese enterado de nada.
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¿Quién me manda a andar haciendo esas cosas cerca de casa? Donde uno vive están las vecinas amables, los vecinos que tal vez han depositado su confianza en ti, los que te conocen quizá desde pequeño. ¿Pueden imaginarse si por casualidad te pasa esto mismo pero con una tía que iba a visitarte, o algo así? Definitivamente, hay que tener cuidado apartando un poco los ambientes en los que uno se desenvuelve...
Lo mismo pasa en el ambiente de trabajo. ¿Habrá una actitud más descocada que la de ponerse a fijarse y, peor aún, buscar acción en el sitio donde uno se gana el pan? ¿Y si todo va mal? ¿Y si encuentras acción y después se enrarece la cosa con el contacto? ¿Se imaginan tener que seguir viéndolo en la oficina, día tras día? ¿O que ese contacto se vuelva loco o celoso o vengativo y te ponga en evidencia? Puedo imaginar pocas pesadillas como esa, francamente...
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El cuento no terminó aquí: como dije, me vi esa vez expuesto, identificado... y faltaba "casi levantado". Sucede que una media hora después de llegar a casa, cuando había olvidado todo y juraba no volverlo a hacer, sonó el timbre... ¡y era el tal vecino! Que nunca en su vida había tocado mi puerta (ni siquiera sabía que supiese dónde era), y que sólo saludaba de vez en cuando en el ascensor... ¡Llegó hasta mi casa! ¡En efecto había visto todo, y creía que había ahí algo que aprovechar!
—Hola, vecino...— me miró intentando hacerse el serio, el casual —Quería preguntarle si no tenía un CD de esos para limpiar el equipo de DVD, que quiero ver una película y parece que el cabezal está sucio...
¿Pero qué es esto? ¿Y por qué esta loca del coño viene hasta acá con esa pregunta burda y más falsa que billete de trece? ¿Es que este carajo cree que los argumentos de las películas porno se dan en la realidad? ¿Acaso cree que le voy a preguntar qué película quería ver, se saca del bolsillo un DVD de Falcon Video y nos echamos en el suelo aquí mismo a tirar?
—No, pana, no tengo ni DVD...— le respondí, más absurdamente todavía, a ver si espabilaba y se daba cuenta de que su estrategia era la de una zorra imbécil— ...y tengo la cocina prendida, chao.
Le cerré la puerta en las narices, maldiciendo el momento en que se me ocurrió ser tan descuidado en plena entrada de mi edificio, recriminándome la falta de cabeza para pensar cuando se me aparece un simpático chico y me mira a los ojos... Incapaz de alejarme de la cocina antes de agacharme a deshacerme de los desechos.
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* Me vino, claro, con todas sus letras: donde se come no se caga. Es que se veía feo de título...
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