Ah, las incómodas preguntas.
En una reunión familiar, la vieja tía comenta, medio haciéndose la loca: "A ElOtro le debe ir muy bien. Consiguió un buen trabajo y se mudó solo... ¿O fue con su novia? ¿Ya se casó?". O la simpática señora del piso 3 te pregunta en el ascensor: "¿Cómo sigue su hermano de la gripe?" Los panas te visitan y comentan: "Está de pinga el apartamento. ¿Cuánto te costó?" Y uno: "No, no es mío, esteee...."
Afrontémoslo. No todos los días amanece uno con ese espíritu de reivindicador social entre pecho y espalda. No siempre tiene uno el ánimo de imponer la propia razón ante los pacatos, los intolerantes, los ignorantes y los demodé. No está en uno a cada rato y en cualquier momento (y ante cualquier persona), dispuesto a reconocer lo marico que es.
Como uno no vive en DisGaylandia, o dentro de uno de los capítulos de Queer as Folk (donde, por Cristo, lo normal es ser homo: los personajes hétero son como extraterrestres), se topa a cada rato con esa pregunta incómoda, aquel comentario que te asume "normal", ese trozo de cotidianidad que te hace revisar mentalmente, una vez más, la lista de respuestas-caretas que tienes en el fondo de la mente, masticadas, preparadas y categorizadas, según la situación que se presenta, la persona que pregunta, la respuesta esperada o las ganas que tengas de discutir.
Siempre hay alguien a quien no le has dicho, un familiar que no tiene ni idea, un compañero de trabajo que pregunta mucho, no necesariamente con mala intención: las personas que te rodean asumen automáticamente que eres tan straight como cualquiera.
Vivo con MiMa y mi perro, desde hace unos pocos años. El arreglo da para no pocas interpretaciones, muchas de las cuales uno mantiene a punta de hablar vagamente, o de dejar pensar, o de no aclarar, dependiendo de quién se trate. Mas lo común es que cuando tu grupo de amigos se reúne para revisar entre cerveza y cerveza sus aventuras y desventuras entre faldas, los primos andan ya contando cumpleaños infantiles y los vecinos hablan de colegios, pañales o lechinas, tus comunes se han casado, divorciado, amancebado o aconcubinado, entonces la isla de rareza en la que te has convertido se ve clara en el horizonte, y debes convertirte en corredor de 100 metros con vallas para sortear todas esas incómodas preguntas...